viernes. 19.04.2024

Los alimentos son un bien globalmente escaso, disputado tanto mediante el poder adquisitivo como a través de la violencia. En el año 1800, la población mundial era de 1.000 millones de personas; en 1950 ya alcanzaba los 2.000 millones y en el año 2014 la población mundial ya se estima en más de 7.000 millones de personas.

La disponibilidad de alimentos está influida por el tamaño de la población, y por otros factores muy importantes como son la economía, la política y la geografía.

El hombre prioriza su subsistencia alimentaria (necesidad biológica básica) a otros criterios. La preocupación de la población que pasa hambre es la cantidad de alimento; en cambio, la población en un mercado en crecimiento económico, no sólo busca el aporte energético en los alimentos (kcalorías), sino que ya prioriza la salud, la dieta, la alimentación equilibrada, la gastronomía, etc.

Al aumentar la riqueza de la población, y a medida que los consumidores invierten en una dieta más diversificada, la demanda del aporte calórico pasa de los productos básicos fundamentados en féculas, como arroz, trigo, etc., a la demanda de proteínas animales (leche, carne, huevos, etc.), productos, en definitiva, que exigen grandes cantidades de cereales y de agua para su obtención. Punto este vinculado al consumo sostenible y responsable. A nivel mundial la demanda de productos alimentarios crece a gran ritmo, pero la producción básica per cápita se ralentiza. Será importante el papel de los avances tecnológicos para dar respuesta a esta necesidad básica de la población de alimentarse. Cuando aumenta el número de personas en un país, comunidad o familia, las necesidades alimentarias también aumentan. Sin embargo, Hong Kong y Holanda están densamente pobladas, y existe poca hambre. La relación del número de personas con la cantidad de alimento disponible tiene un impacto en la nutrición.

La alimentación además de ser un elemento biológico imprescindible, es un elemento psicológico. El alimento combina elementos racionales (tecnología) y emocionales (cultura, religión, hábitos, gustos, estatutos, etc.) profundamente interrelacionados; reúne seguridad (concepto técnico cuantificable) con confianza (concepto subjetivo difícilmente cuantificable). El binomio de ambas dependerá de varios parámetros interrelacionados: población, producción, disponibilidad de alimentos, renta per cápita, creencias, etc. La economía personal o de cada individuo tendrá un papel clave en una dieta equilibrada.

En el estándar de bienestar actual de nuestra población, el conocimiento de un individuo le hace llegar a un equilibrio entre las pulsiones biológicas, comer lo que haya disponible y acumular, y sus conocimientos sobre nutrición y su relación con la salud le hacen tomar decisiones sobre su dieta, seleccionando productos, ajustando cantidades, aunque sea a costa de su capacidad y placer. Pero en esta selección que realiza es clave su economía personal. Y más por debajo de un cierto umbral económico.

La pulsión o necesidad biológica, fijará el cumplir el primer objetivo: no caer en la hambruna (llenar el estómago). Para ello en su subconsciente, decidirá cubrir sus necesidades energéticas básicas (2000-2500 kcal) al menor coste posible, y ello puede inducirle a una alimentación no equilibrada, en el sentido de incluir alimentos en según qué proporciones dentro de este valor total de energía básica necesaria.

¿Qué se encuentra en el mercado que suministre energía alimentaria al coste más bajo?

Excluyamos los productos frescos de mar y montaña, pescado, frutas, verduras, etc. ya que su coste oscila enormemente en función de su disponibilidad. Si nos fijamos en los productos de un supermercado de nivel medio y seleccionemos 6 de diferentes  categorías: A) Productos recomendados de uso frecuente para una alimentación saludable. B) Productos con una recomendación de uso restringido (necesarios pero limitados). No se trata de categorizar productos “buenos” y “malos”, sino de uso frecuente o moderado (necesarios pero con control).

Recordemos que no existen productos buenos o malos per sé, dependerá de la dieta de cada individuo.

La legislación actual (defensa del ciudadano por las leyes europeas sobre los productos alimenticios envasados), nos permite conocer: peso (total y escurrido si procede), precio y valor energético por 100g. De estos datos se deduce fácilmente el coste en euros por kcal incorporada a través del alimento seleccionado.

Obsérvese los resultados en las tablas A y B

La interpretación de las tablas A y B, según el muestro realizado a modo de ejemplo, nos dice que globalmente los alimentos recomendados para uso frecuente (Tabla A) tienden a ser más caros, aproximadamente unas 10 veces (en €/Kcal) que los alimentos recomendados de uso restringido o moderado (Tabla B).

El derecho a la alimentación es un derecho fundamental

Así pues, en un entorno de problemática económica a nivel personal la tendencia será incrementar la incorporación de los productos con mayor aporte energético a la alimentación diaria para poder cubrir las necesidades energéticas vitales.

Ello lleva a reflexionar sobre el hecho de que en una sociedad con una alimentación sana (sin desnutrición ni obesidad), se tiene conciencia de que la formación y la información son importantes, pero que a partir de un cierto nivel de ingresos, los recursos económicos disponibles son los que gobiernan nuestra alimentación. Disponer de energía al menor coste posible es la brújula de muestro sistema biológico. La alimentación forma parte de un sistema socialmente complejo y como tal debe afrontarse y no puede simplificarse solo a unas indicaciones sobre la salud.

Según palabras del Presidente de honor de Fundación Triptolemos, Federico Mayor Zaragoza: Los Derechos Humanos son inherentes e indivisibles. Pero uno de ellos, el derecho a la vida es el derecho supremo porque condiciona el ejercicio de todos los demás. Por esta razón, el derecho a la alimentación es un derecho fundamental. Es muy importante, asimismo, garantizar una dieta suficiente y de calidad para todos. La Fundación Triptólemos pretende facilitar una adecuada articulación de todo el sistema alimentario, que redunde en una mayor seguridad, disponibilidad y, lo que es realmente crucial, la confianza (siempre verificable) de los ciudadanos, desde los productos a los consumidores.


Por Yvonne Colomer | Directora de la Fundación Triptolemos 

Un enemigo de la alimentación equilibrada: la economía