jueves. 28.03.2024
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Lo primero que hizo Maduro tras el órdago de Guaidó fue asegurarse de que la plana mayor militar compareciera ante las cámaras jurando lealtad al gobierno

No resulta fácil escribir sobre Venezuela sin dejarse arrastrar por dos relatos enfrentados e irreconciliables durante años. Los intentos por mantener el teclado limpio de prejuicios y contaminación propagandística son cada vez más trabajosos.

Durante cierto tiempo se podía matizar a la hora de criticar y/o analizar el comportamiento del oficialismo y de la oposición. Pero la polarización, obsesivamente presente en la vida política y social venezolana, se ha recrudecido al máximo. Ya no hay posibilidad de acercamiento y mucho menos de conciliación. Es todo o nada. No se trata de perseguir la equidistancia por un prurito de neutralidad profesional. Es más bien un esfuerzo por no dejarse llevarse por las respectivas corrientes de propaganda.

Digámoslo claro: el chavismo ha fracasado. La confusa y retórica revolución bolivariana se ha quedado desnudo e inerte en medio de la ruina nacional. Pase lo que pase con la crisis en curso. Una inflación más allá de cualquier explicación racional no puede justificarse solamente por una supuesta guerra económica promovida desde el exterior. El sistema se ha desintegrado.

Pero para ser igual de sinceros, la llamada oposición democrática no resulta convincente. No lo ha sido nunca, más allá algunos ejemplos personales. Durante mucho tiempo, los opositores han estado lastrados por la falta de proyecto nacional, las ambiciones personales y ese estigma de egoísmo de clase de la burguesía nacional, que nunca supo qué hacer con el país mas allá de satisfacer sus apetitos de consumo y su encapsulamiento frente al malestar sempiterno de las clases populares. No es extraño por eso que la autoproclamación de Guaidó como supuesto líder legítimo haya dejado fríos a los sectores populares, que son los que más han sufrido la descomposición del chavismo. El pueblo no añora el consenso centrista anterior la revolución ni ese liberalismo democrático que ahondó las diferencias sociales.

Venezuela atesora una riqueza demasiado tentadora como para dejarla pudrirse en el olvido

UN FUTURO INCIERTO

Es difícil ser optimista sobre el futuro de Venezuela. La riqueza del país, como ocurre con el caso de Argentina, distinto pero análogo en esta dimensión del análisis, opera como un agravante y no como un atenuante. Venezuela atesora una riqueza demasiado tentadora como para dejarla pudrirse en el olvido.

Para no repetir lo evocado hasta la saciedad estos días, conviene centrarse en las presentidas intenciones de los principales agentes: las distintas facciones del régimen bolivariano (cuarteado y muy lejos de la solidez y firmeza de los años dorados); una oposición tradicionalmente dividida e ineficaz pero ahora energizada por la parálisis oficialista y el impulso descarado del exterior; el nuevo activismo de los Estados Unidos, más revanchista que nunca, debido al individuo que se sienta en el despacho oval; y no pocos dirigentes vecinos que están de nuevo en mayor o menos sintonía con el gigante del norte, aunque parecen abocados a reproducir los viejos vicios de la dependencia, la ineficacia y la desigualdad social.

Maduro se ha ahogado en su propia incompetencia. No ha dudado en protegerse con reflejos autoritarios: reduciendo el espacio a los opositores, intentando ahogarlos, sofocarlos y ningunearlos. Se ha refugiado en la retorica hueca y engañosa de una revolución acosada, según el libreto de sus instructores/protectores cubanos. Mientras el país se deterioraba, lo único que se le ha ocurrido es atrincherarse en una ineficaz guerra de contrapropaganda y dejar que la corrupción engordara a los garantes uniformados del continuismo. La riqueza petrolera del país daba para más, por mucha presión económica o boicot orquestado desde fuera, como sostiene el oficialismo. El recurso del supuesto apoyo chino o ruso o chino (potencias que practican el capitalismo de Estado de prestigio) es una muestra de su fracaso como proyecto revolucionario autónomo.

A su vez, la oposición ha tardado mucho tiempo en ofrecer una alternativa unitaria, y al final o ha hecho de la peor manera posible: al dictado de Washington. Por muy simpática o refrescante que les resulte a ciertos medios la imagen de Guaidó, su gran padrino es el el más impresentable de las últimas décadas. El joven líder opositor puede presumir de liberal y moderno, pero le será difícil sacudirse el sello de haber sido teledirigido desde Washington. Los norteamericanos tampoco le ayudan mucho en la tarea del disimulo. El senador Marco Rubio, cubano de origen y anclado en Florida, representa los instintos mas clásicos del revanchismo frente al castrismo o sus epígonos (léase este bolivarismo desacreditado). Bolton, el neocon reciclado por Trump para su America first, se ha comportado con la arrogancia que ya exhibió en los calamitosos años de Bush W. No sabremos si su comparecencia en rueda de prensa dejando ver claramente apuntes en su libreta sobre el envío de fuerzas militares a la vecina Colombia fue un descuido o una muestra más de su bravuconería.

LOS MILITARES, CLAVE DE LA CRISIS

En este juego la clave reside en la decisión de los militares venezolanos. Las fuerzas armadas han sido un componente esencial del régimen bolivariano, no en vano su fundador salió de sus filas y se ocupó de convertirlas en el garante de su proyecto, en sintonía con ese imaginario del Libertador sobre el que Chávez construyó la legitimidad historicista de su movimiento.

Lo primero que hizo Maduro tras el órdago de Guaidó fue asegurarse de que la plana mayor militar compareciera ante las cámaras jurando lealtad al gobierno. Ese gesto, empero, tiene poca consistencia. Se sabe que hay grietas en la cadena de mando castrense, que hay descontento en los cuarteles y que el rumor de sables no es sólo una esperanza de la oposición. También Pinochet prometió lealtad a Allende y algo parecido hizo la cúpula argentina antes de deponer a la viuda de Perón.

Guaidó pretende cerrar la etapa chavista ganándose precisamente al principal pilar del régimen. Persigue sin ambages que haya un pronunciamiento militar para culminar la crisis. Promete amnistía y tabla rasa, pragmatismo que casa mal con la democracia y es opuesto a una noción decente de justicia. Los militares han sido, en los últimos años, los depositarios de los privilegios que todo ejercicio abusivo del poder conlleva. Se les promete mirar para otro lado con tal de que cambien de bando.

LA POSICIÓN EUROPEA Y ESPAÑOLA

Unas líneas sobre Europa y, en particular sobre España, a la que sus socios de la UE le reconocieron el papel de conductor de una posición más o menos común. Una supuesta vía intermedia, electoral, inicialmente desmarcada del golpismo crudo alentado por Washington, se terminó diluyendo. Finalmente, se ha lanzado un ultimátum a Maduro para que convocara elecciones en una semana, lo cual resultaba políticamente ficticio e imposible en la práctica.

España ha quedado atrapada en la crisis venezolana lo quiera o no su bienintencionado presidente, porque sus dos antecesores correligionarios se han comprometido a fondo en el devenir político del país. Uno, Felipe González, como defensor comprometido y sin reservas de la oposición; y otro, José Luis Rodríguez Zapatero, como mediador poco afortunado entre dos partes irreconciliables.

Dijo Pedro Sánchez hace unos días que Maduro representa todo lo contrario de lo que la izquierda española defiende. Desde luego, hay un océano entre el PSOE y ese Partido Socialista Unificado que representa la expresión política del chavismo. Pero no es fácil creerse que los militantes socialistas españoles se identifiquen con una oposición venezolana que, si finalmente triunfa, se lo deberá a unos militares corrompidos y acomodables y a la superpotencia exterior que pone siempre sus intereses por encima de las necesidades de las necesidades y derechos de los pueblos de la región.

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