sábado. 20.04.2024
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En tres años de gobierno el presidente argentino no ha hecho más que mentir

Se conoce como mitómano al mentiroso patológico que tiene el hábito de mentir para eludir responsabilidades u obtener beneficios. La mitomanía es un trastorno psicológico enraizado en personas inseguras, con sentimientos vengativos. Algunos dictadores creen ser redentores y le mienten a la población para construir su propio imperio del miedo y el terror, donde se practica la tortura, el secuestro, las muertes y el hambre. La mentira y el miedo han servido para incitar a la violencia. El autoritarismo y el narcisismo son dos rasgos de los mitómanos que, desde el poder, fabrican falsedades para eludir sus responsabilidades, convencidos de que la opinión pública siempre es manipulable.

En tres años de gobierno el presidente argentino no ha hecho más que mentir. Y esto no es una opinión, sino mera información. Basta con revisar el historial audiovisual para comprobar la patología que afecta a Macri y que ruborizaría al mismísimo Pinocho. "Estoy caliente por si no lo notaron. Siempre me calentó la mentira, siempre", dijo Macri esta semana en el Centro Cultural Kirchner, donde se mostró furioso con los opositores que –según su entender- ofrecen soluciones mágicas para salir de la crisis.

Macri es directamente un cínico, una persona que miente y realiza actos con descaro sin sentir vergüenza

Hace unas semanas, durante la apertura del ciclo de sesiones ordinarias del Congreso Nacional, el presidente argentino ofreció un nuevo discurso disonante con la realidad; una suerte de stand up que se suma a la antología del disparate que caracteriza a esta etapa de la democracia argentina. Para la gran mayoría de los argentinos, Macri es directamente un cínico, una persona que miente y realiza actos con descaro sin sentir vergüenza. Pero para otros es un incapaz al que su entorno le construye los argumentos más cómodos, con los que ya no consigue captar la atención ni siquiera de los más incautos. “Aumentaron las inversiones, las exportaciones, bajó la pobreza y creamos 700 mil puestos de trabajo”, mintió durante su exposición en el Congreso de la Nación, mientras que los miembros del oficialismo aplaudían, en un esfuerzo por acallar las carcajadas de la posición.

Ya no se trata de la estafa electoral, de las mentiras de campaña ni de la negación de los hechos de corrupción por los cuales deberá ser juzgado cuando abandone el poder o cuando el poder lo abandone. Se trata de la ira con la que ahora, asesorado por los gepetos del marketing, pretende responsabilizar al pueblo argentino de su propio fracaso y de su irrefutable ineptitud.

Macri miente. Y sus mentiras se traducen como titulares en los medios que lo llevaron a la presidencia. “He llegado a pegarle por mentir”, reveló la madre del presidente, Alicia Blanco Villegas, durante una entrevista concedida a la Revista Noticias. Macri miente; y las consecuencias de llevar al extremo esta práctica aún están por verse. En el extremo está la necedad y la psicopatía, que es un modo de no asumir ninguna falla. Para Macri, la culpa siempre la tiene otro; incluso ese otro que lo votó, y a quien responsabiliza por no “esforzarse lo suficiente para sacar al país adelante”.

Tal vez, como ya advierten sociólogos y politólogos, la mentira es de momento la única llave para aferrarse al poder, para prolongar su presencia en la Casa Rosada y dilatar los tiempos de una justicia que, más temprano que tarde, lo sentará en el banquillo.

Mauricio Macri, el mitómano desbocado