viernes. 19.04.2024
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@jgonzalezok / Pobreza cero, derrotar al narcotráfico y unir a los argentinos. Esos fueron los tres conceptos fundamentales del discurso de Mauricio Macri después de jurar como presidente de los argentinos. Pero los aplausos mayores fueron cuando prometió ser implacable con la corrupción, propia y ajena, y cuando aseguró que quiere una justicia independiente, a la que adjudicó la virtud de haber impedido estos años la caída “en el autoritarismo irreversible”. También aseguró que no habrá jueces macristas ni lugar para magistrados militantes de ningún partido.

Su discurso ante la Asamblea Legislativa –diputados y senadores- contó con el boicot parcial del Frente para la Victoria, es decir, el peronismo kirchnerista. Fue un parlamento sin anuncios de tipo económico, que se irán conociendo a lo largo de los próximos días. “La gente ya conoce los problemas”, dijo el nuevo ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, después del discurso, a modo de explicación.

Macri no mencionó en su discurso más que un nombre, el del ex presidente Arturo Frondizi (1958-1962), del que rescató una cita: “por su magnitud, el desafío que nos aguarda no es cosa de una persona ni de un grupo de personas, es tarea de todo el pueblo argentino e implica también una responsabilidad compartida de todos”. Expresó también su convicción de que el país “lo vamos a sacar adelante entre todos”.

Fue la única cita pero en casi todo su discurso marcó diferencias con su antecesora, Cristina Fernánez. “Para mí la política no es una competencia entre dirigentes para ver quién tiene el ego más grande (…) La política tampoco es el escenario en que algunos líderes mienten para engañar a la gente y el mundo con datos falsos”.

Exhortó a sacar el enfrentamiento del centro de la escena: “en la pelea irracional no gana nadie, en el acuerdo ganamos todos, para trabajar juntos no hace falta que dejemos de lado nuestras ideas y nuestras formas de ver el mundo”. También distinguió entre tener distintas visiones, ideas y propuestas y “avasallar las instituciones con proyectos personalistas o hacer uso del poder en beneficio propio”.

Con un tono muy calmado, casi amable, hizo un llamamiento a la unidad, una apelación que reconoció podría sonar increíble después de tantos años de enfrentamientos inútiles, “pero es un desafío excitante, es lo que pidieron millones de argentinos que estaban cansados de la prepotencia y del enfrentamiento inútil”.

Para los que le imputan insensibilidad social y planes neoliberales, aseguró que su gobierno iba a cuidar de todos: “el Estado va a estar donde sea necesario, para cada argentino y en especial para los que menos tienen. Vamos a universalizar la protección social para que ningún chico quede desprotegido. Vamos a trabajar para que todos puedan tener un techo con agua corriente y cloacas, y vamos a urbanizar las villas (favelas, barrios chabolistas) para transformar para siempre la vida de miles de familias”. 

Tuvo el gesto de saludar especialmente a sus cinco contrincantes en las pasadas elecciones, nombrándolos y afirmando: “estamos unidos por la vocación democrática y por el sueño de ver una Argentina desarrollada. Sé que estamos más juntos que distantes”. Estaban todos presentes en la sala excepto el trotskista Nicolás del Caño, que le contestó por Twitter que no hay posible acuerdo entre “ajustadores” y “ajustados”. Pero sí estuvo Daniel Scioli, con el que se enfrentó en la segunda vuelta y que no obedeció la orden de Cristina Fernández de no asistir a la jura del nuevo presidente. No fue el único, varios gobernadores, senadores y diputados kirchneristas también estuvieron presentes, aunque parte de los escaños quedaron vacíos.

Tras jurar su cargo, Macri fue hasta la Casa Rosada donde recibió los atributos del mando, la banda presidencial y el bastón, de manos del presidente provisional del Senado, Federico Pinedo. Cristina Fernández se negó a seguir el protocolo establecido por el presidente electo y, por tanto, no hubo la habitual foto del presidente saliente entregándole los símbolos del poder a su sucesor.

Entre los invitados extranjeros que llegaron a Buenos Aires destacaron la mayoría de los presidentes sudamericanos, excepto Nicolás Maduro, que en los últimos días reaccionó de manera bronca a la victoria de Macri, al afirmar: “en Argentina ganó una opción ultraderechista, neoliberal, extremista, antilatinoamericana y profundamente antibolivariana. Macri es un burgués de la elite y todo el gobierno que nombró es la crema de la elite. Creo que le va a ir muy mal, señor Macri”.

Pero sí estuvieron otros mandatarios del eje bolivariano, como el ecuatoriano Rafael Correa y el boliviano Evo Morales. Éste había participado en la campaña de Daniel Scioli, pero el ambiente fue distendido e incluso en la noche del miércoles jugó un partido de fútbol sala con Macri. Por parte de España estuvo el rey emérito, Juan Carlos. Y representando al gobierno de EEUU, Roberta Jacobson, la encargada de asuntos latinoamericanos en el Departamento de Estado y que conoce bien el país, ya que estudió en Argentina.

La ceremonia, en el imponente edificio del Congreso, se desarrolló sin los habituales cánticos y gritos que fueron marca de la época kirchnerista. Era usual que en los palcos de invitados hubiera militantes que interrumpían, cantaban, insultaban, tiraban papel picado y desplegaban banderas y pancartas. En algún momento se temió que trataran de aguarle la fiesta a Macri, pero el acto se desarrolló sin incidentes.

La ex presidente, Cristina Fernández, pasó la noche en Buenos Aires, en uno de los varios pisos que tiene en el barrio de la Recoleta, el más elegante de Buenos Aires, aunque también visitó alguno de sus inmuebles en Puerto Madero, otra zona privilegiada de la ciudad. Y a primera hora de la tarde partió en avión de línea regular hacia Río Gallegos, capital de la patagónica provincia de Santa Cruz, para asistir a la toma de posesión de su cuñada, Alicia Kirchner, como nueva gobernadora. Sorprendentemente voló en clase turista, acompañada por su hijo Máximo –ahora diputado nacional- y algunos colaboradores. 

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