jueves. 28.03.2024
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Si queremos la paz positiva, animo a todas y todos los colombianos, en el país y en el exterior, y a toda persona que resida en Colombia, o en cualquier lugar del mundo, que crea que la paz es el camino, a recoger firmas en respaldo de un manifiesto en el que expresemos nuestro deseo de mantener las negociaciones para el fin del conflicto armado y nuestro apoyo a las personas que, en nombre del Gobierno y en representación de las FARC-EP, han trabajado duramente a lo largo de más de cuatro años por alcanzar unos acuerdos para la pacificación del país. No es mucho pedir.

A quienes han secundado el no, les pediría que se sentaran a negociar y digan qué quieren. Si lo que desean es tener sus quince minutos de gloria, que se personen y se comprometan. Pero con argumentos, que no confundan a la población con falacias y palabras vacuas. Que dejen a un lado las referencias a la familia, la religión, las opciones sexuales y las dependencias de sustancias psicoactivas y que le digan sí a la paz.

Los acuerdos de La Habana son un compromiso político entre dos de los actores armados del conflicto, las FARC-EP que se comprometen a entregar las armas y reintegrarse a la vida civil y el Estado que lo respetará y no usará la fuerza para combatirlos. Ambos entienden que la violencia no es la solución. En esos puntos no se está vendiendo la patria, esa patria que pareciera boba todavía, no se está deshaciendo la familia tradicional, no se obliga a que todas y todos seamos homosexuales ni a que tengamos que consumir drogas, no se plantea convertir el país en otra Venezuela (que dicho sea de paso, igual habría que copiar de allá algunas cosas buenas, que las tienen, como en todas partes).

Querer imponer una postura apelando a otros sentimientos es un rasgo de poco carácter democrático. Creo que una muestra paradigmática del espíritu godo que guía a los negadores de los acuerdos se observa en las paredes de la capital colombiana. Disponiendo de espacio suficiente para que cada opción declarara sus preferencias, los partidarios del no se dedicaron a plantar sus carteles encima de aquellos que promueven el sí. No pretendían ganar en el debate, querían imponer su criterio.

Otro argumento a favor del no era criticar el documento de los acuerdos: que no tenía claridad suficiente, que era un documento de demasiadas páginas, que la gente común no lo podría entender. Me pregunto cuántas de las personas que están en contra se han leído los trescientos ochenta artículos de la Constitución Política de 1991, más los sesenta y siete artículos transitorios. Esa que dicen haber salvado votando no a lo firmado en La Habana y ratificado en Cartagena.

marcha-paz-20161005Pues les sugiero que revisen el artículo 22 de la Carta Magna colombiana, incluido entre los Derechos Fundamentales. Dice textualmente “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento.”

Las ciudadanas y ciudadanos que habitan Colombia necesitan creer, confiar en que sí se puede alcanzar esa paz positiva, esa que supone mucho más que la ausencia de guerra. Pero es una fe social que no tiene nada que ver con los dioses que cada quien ama ni con las religiones que cada cual profesa.

Para trabajar por la paz positiva tenemos que entender que no todo es blanco o negro, que existen una gran gama de grises y de matices donde caben todas las diferencias, las ricas diversidades que alberga un hermoso país como éste.

Decir, como excusa, que el pueblo es soberano y que las víctimas no han estado presentes en el acuerdo, también es desconocer lo negociado. Precisamente las regiones que más víctimas y desplazamientos han pagado por la guerra son las que han votado mayoritariamente sí.

Si le queremos dar una oportunidad a la paz, comprometámonos con ella. Pero de verdad. Respetemos a las gentes que realmente han sufrido la guerra y que no quieren seguir poniendo su sangre y los muertos. No queramos ser los dueños de la verdad, porque verdades hay muchas. Al menos tres: la tuya, la mía y la de los demás. Pero la justicia debería ser una y la paz también. Un buen principio sería poner en práctica los principios de la Carta para un mundo sin violencia.

El miércoles 5 de octubre se da un paso más con la “Marcha universitaria por la paz” que recorrerá, de blanco, en silencio y con velas, el centro de Bogotá desde el Planetario Distrital hasta la plaza de Bolívar. Que no sea el único ni el último acto. La ciudadanía tiene que tomar la palabra. Porque la propuesta que se votó el domingo 2 de octubre era para construir juntos, para entender que, por suerte, no somos iguales, que somos diversos pero queremos vivir en paz y de una manera socialmente más justa y equitativa.

La paz es un derecho y los derechos no se silencian. Se gritan. Gritemos: PAZ.

Una humilde petición