viernes. 29.03.2024
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Cristina Fernández en la presentación de su libro. (Foto: Twitter)

A pesar de que su libro, 'Sinceramente', se ha convertido en un auténtico fenómeno de ventas, es evidente que está destinado a la militancia y está siendo consumido por convencidos y fanáticos

@jgonzalezok | Cuando Perón regresó de su exilio en Madrid, en 1973, dijo: “Soy un general pacifista, algo así como un león herbívoro”. Tras 18 años desterrado y con su movimiento perseguido, Perón llegó a abrazar a su más enconado enemigo en la década del 50, Ricardo Balbín, dirigente de la UCR (Unión Cívica Radical), al que había metido en la cárcel por desacato. Incluso llegó a pensar en él como vicepresidente, cosa que no se concretó, con el trágico resultado conocido: Isabelita Perón, López Rega, Triple A, lucha armada y dictadura.

Esta imagen, la de un dirigente que había sido poderoso y confrontativo, pero que volvía conciliador y moderado, está siendo usada por parte del kirchnerismo para presentar una nueva Cristina Fernández de Kirchner, una Cristina también herbívora, cuando todo parece indicar que será candidata presidencial en las elecciones de octubre. El principal promotor de esta nueva Cristina es Alberto Fernández, que fue su jefe de Gabinete. Tras su salida del gobierno estuvieron diez años sin hablarse, pero ahora es el principal operador de la exmandataria.

Fue el aliento de Alberto Fernández el que impulsó a la exmandataria a escribir su libro, Sinceramente (Editorial Sudamericana), que acaba de presentar en la Feria del Libro de Buenos Aires. Un acto en el que, sin decirlo, lanzó su campaña a la presidencia. En realidad, no dijo una palabra sobre sus intenciones y, conociendo su aversión a que le marquen la agenda, esperará hasta el último momento. Es decir, hasta el 22 de junio, cuando se agota el plazo de presentación. Pero parece que no hay vuelta atrás en sus intenciones.

El acto de lanzamiento del libro fue su primer acto público en lo que va de año. Tuvo sus peculiaridades y concentró la mejor y la peor cara del kirchnerismo. Por un lado, la Cristina que cambió, que supuestamente no sería más soberbia y que dialoga. En los 35 minutos que duró su parlamento -inusualmente breve para su estilo- en ningún momento nombró a Macri. Su tono estuvo lejos de sus encendidos discursos. Y todos los medios hicieron una virtual cadena nacional para transmitir sus palabras, desmintiendo su queja cuando era presidente de que si no obligaba a los medios a transmitir sus alocuciones, la población estaría desinformada.

Frente a esta cara amable, algunos de sus partidarios se ocuparon de recordar las peores conductas del populismo autoritario que ella encarnó durante ocho años. Valga como ejemplo lo que le sucedió a la cronista del canal 13 (Grupo Clarín), Maru Buffard, que había ido a cubrir el lanzamiento del libro. Cada vez que le daban paso desde los estudios centrales para entrar en directo, era acosada por kirchneristas que le gritaban e insultaban (“basura”, “rata”, “miserable”), poniéndose delante de la cámara, y cantando consignas como “Vamos a volver”, “Clarín, basura, vos sos la dictadura” o “Mauricio Macri, la puta que te parió”. Fue imposible su trabajo, incluso trataba de entrevistar al exjuez Raúl Zaffaroni, uno de los referentes del kirchnerismo.

Pasados varios días del desagradable suceso, la expresidente no ha hecho la menor alusión condenando los incidentes. Y es que su rencor contra la prensa independiente sigue intacto. Dedica el último capítulo de su libro al conflicto con los medios y lo que sabemos ahora es que Clarín no figura en el primer lugar de su resentimiento, sino el grupo Perfil, sobre todo la principal publicación del mismo, la revista Noticias.

Algunos de los más conocidos referentes de kirchnerismo, por otra, parte, se están encargando de plantear dudas sobre el carácter conciliador de un futuro gobierno de Cristina. Insisten en anunciar una nueva Constitución y medidas para acabar con la independencia de la Justicia y de los medios de comunicación.

A pesar de que su libro, Sinceramente, se ha convertido en un auténtico fenómeno de ventas, es evidente que está destinado a la militancia y está siendo consumido por convencidos y fanáticos. En realidad, el libro es intrascendente, ya que no habla de algunos de los principales temas que marcaron sus dos períodos como presidenta, entre 2007 y 2015. Y al hablar de los logros de su gobierno se apoya en las estadísticas manipuladas.

Escrito en tono coloquial, parece haber sido dictado a algún secretario y entregado a la periodista María Seoane -directora de Radio Nacional durante su gobierno- para darle forma. Aun así, el libro contiene algunos datos interesantes. Por ejemplo, por qué no participó en la ceremonia de transmisión de mando, cuando correspondía que le entregara a Macri el bastón y le impusiera la banda presidencial. Su relato fue el siguiente: “Muchas veces, después del balotaje (segunda vuelta) pensé en eso que finalmente no se dio, yo, frente a la Asamblea Legislativa, entregándole los atributos presidenciales a… ¡Mauricio Macri! Lo pensaba y se me estrujaba el corazón. Es más, ya había imaginado cómo hacerlo, me sacaba la banda y, junto al bastón, los depositaba suavemente sobre el estrado de la presidencia de la Asamblea, lo saludaba y me retiraba. Todo Cambiemos (la coalición que ganó las elecciones) quería esa foto mía entregándole el mando a Macri, porque (yo) no era cualquier otro presidente. Era Cristina, era la yegua, la soberbia, la autoritaria, la populista, en un acto de rendición”.

También cuenta por qué eligió a Amado Boudou, el candidato menos pensado, para acompañarla como vicepresidente en su segundo mandato. La elección de Boudou, que era su ministro de Economía y ya tenía algunos problemas con la Justicia -hoy está preso por corrupción-, fue una sorpresa para todos, incluido el círculo político más íntimo. La explicación de la expresidente fue la siguiente: en un viaje por los Emiratos Árabes, le preguntó a su hija Florencia cuál debía ser su elección. No le contestó en el momento, sino al día siguiente, y el nombre que le sugirió fue el que finalmente adoptó. Florencia, por cierto, había sido quien le puso la banda presidencial a su madre en el 2011, al asumir su segundo mandato, contra toda norma y protocolo.

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Tampoco tiene desperdicio la anécdota sobre Néstor Kirchner y el Teatro Colón, uno de los grandes templos mundiales de la lírica. Con motivo de la visita al país de la reina Beatriz de Holanda, en marzo de 2006, la visitante organizó una recepción para sus anfitriones en dicho teatro, pero Néstor, que era el presidente en ese momento, se negó a ir, porque consideraba que era el teatro de la oligarquía: “No pienso ir ni loco al teatro de la oligarquía argentina, no se los voy a pisar, no les voy a dar el gusto”.

En un eventual tercer mandato de Cristina Fernández no hay lugar para esa versión herbívora que se pretende. La economía está destrozada y las condiciones para salir del pozo son muy diferentes a las que se encontró el kirchnerismo en su primer período. Ya no hay un viento de cola internacional y el precio internacional de la soja, principal producto de importación, está lejos del promedio de 480 dólares la tonelada en los doce años de gobierno anterior. Su única esperanza sería el yacimiento de Vaca Muerta, uno de los yacimientos de combustible no convencional que se encuentra entre los más importantes del mundo, pero que todavía no entró en plena producción. Y ya se sabe, que el populismo es amable solo cuando hay que repartir. Con uno de los niveles de presión impositiva más altos del mundo, solo quedaría volver a reponer los impuestos a la exportación y nuevas nacionalizaciones.

De aquí a las elecciones Cristina puede radicalizarse, al compás del avance de sus problemas con la justicia. Tiene 11 procesamientos y 5 pedidos de prisión preventiva, casi todos por diferentes casos de corrupción. El 21 de mayo comenzará el primer juicio oral en una causa por el direccionamiento de la obra pública en la provincia de Santa Cruz a favor de Lázaro Báez, socio, amigo y está por probarse aún si también testaferro.

Cristina Kirchner en versión herbívora