viernes. 29.03.2024

@jgonzalezok / Era septiembre de 2013, cuando Andrés el Cuervo Larroque, secretario general de La Cámpora, decía a un grupo de militantes: “Si Scioli es presidente me prendo fuego en la Plaza de Mayo”. Por esos días también aseguraba que aunque lo ordenara Cristina no iban a apoyar la candidatura. Frases más o menos parecidas repitieron hasta hace solo unas semanas los principales representantes del kirchnerismo respecto de Daniel Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires y candidato presidencial del Frente para la Victoria, es decir, el kirchnerismo. Lo subrayaron desde Hebe de Bonafini, presidente de Madres de Plaza de Mayo, a Horacio González, director de la Biblioteca Nacional y uno de los intelectuales orgánicos del kirchnerismo.

Pero el 16 de junio, al anunciarse que Carlos Zannini será el compañero de fórmula de Scioli, se produjo un movimiento que interesantes consecuencias. Supuso la salida de escena del otro precandidato, Florencio Randazzo, ministro del Interior, que era hasta el momento el preferido de la presidente y La Cámpora, la agrupación juvenil que se identifica más con el kirchnerismo puro. Y empezó un proceso de reacomodamiento mutuo, entre personajes que convivían en el mismo espacio político, pero unidos solamente por la necesidad. 

Daniel Scioli fue vicepresidente de Néstor Kirchner y gobernador de la provincia de Buenos Aires en los últimos ocho años. En el primer cargo, fue una imposición de Eduardo Duhalde, el presidente provisional que condujo el país tras el estallido del 2001-2002 y que eligió como candidato a Kirchner, en ese entonces un postulante débil y poco conocido. Scioli había comenzado en política con el ex presidente Menem y, por ello, era identificado con el neoliberalismo. Motivo suficiente para ser objeto del desprecio de la presidente, que no le ahorró humillaciones en público.

Fue un lugar común del kirchnerismo hablar de Scioli como un representante de las corporaciones. Hace dos años, cuando el gobernador participó en un acto patrocinado por el Grupo Clarín, el diputado Carlos Kunkel le soltó: “cualquier persona que quiera ser candidato presidencial por el kirchnerismo tiene que definir si va a ir por el peronismo o contra el peronismo”.

Pero Scioli no fue el único, ni mucho menos, en compartir ese pasado. Abundan los personajes que se integraron al gobierno con historias similares, incluyendo el vicepresidente, Amado Boudou. Pero, a diferencia de ellos, Scioli no sobreactuó su progresismo. Nunca habló de derechos humanos, por ejemplo. Y, a diferencia de los Kirchner, siempre tuvo un temperamento dialogante.

En los últimos meses, hasta conseguir el respaldo de Cristina a su candidatura, Scioli hizo una serie de gestos para asegurar al núcleo duro que con él estaba garantizada la continuidad del proyecto. Uno de los últimos guiños hacia ese sector fue anunciar que en su gobierno habría un ministerio de Derechos Humanos. Llegó a insinuar que el ministro de Economía, Axel Kicilloff, tendría un puesto en su gobierno. Y viajó  a Cuba, donde se entrevistó con Raúl Castro –no logró la ansiada foto con Fidel- pese a que en el  2001 había el Movimiento Varela, que pedía un referéndum y cambios drásticos en la isla..

El compañero de fórmula se Scioli, Carlos Zannini, les permite a los más intransigentes empezar a desdecirse de sus sospechas, al considerar que será la garantía de que no hay un desvío en las esencias. Los más desconfiados dejaron de llamarlo Scioli y pasó a ser Daniel, incluso a tratarlo de compañero. En México, en las buenas épocas del PRI, existía lo que se conocía como la cargada de los búfalos, una descontrolada carrera para ser los primeros en felicitar al beneficiado por el dedazo presidencial en la sucesión. En Argentina no es tan acusado el fenómeno, pero poco a poco todos los recelos están quedando a un lado.

Los kirchneristas confían en que Scioli sea maleable y obediente a Cristina Fernández. El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, sostiene que Scioli será presidente (si gana las elecciones), mientras que Cristina “sigue siendo la jefa del movimiento nacional peronista, no va a dejar de serlo”. El ministro de Defensa, Agustín Rossi señaló por su parte: “los dirigentes que no toman nota del liderazgo de Cristina Kirchner se equivocan”.

A pesar de presentarse como la continuidad del kirchnerismo, son muchos los que se preguntan cuándo llegará la traición. Es una constante en los últimos gobiernos peronistas. Menem y Duhalde rompieron y terminaron como enemigos. Kirchner hizo lo mismo con su mentor, Duhalde, sobre el que trató de instalar la idea de que era un jefe mafioso. El veterano dirigente peronista Julio Bárbaro –funcionario de Néstor Kirchner pero hoy totalmente alejado del gobierno- dijo recientemente: “Quien elige su heredero elige su verdugo”.

Entretanto, Scioli da también algunas señales de autonomía, aunque hasta ahora solo sea en el ámbito de lo simbólico. Mandó a un representante a la Exposición Rural, un evento anual en el que los Kirchner nunca pusieron un pie, con el argumento de que lo organizaba la oligarquía vacuna. Hace unos días, en una cena de lanzamiento de la candidatura, impuso a sus artistas de cabecera, el dúo Pimpinela, y el venezolano antichavista Ricardo Montaner, que compuso una canción hablando de su futura victoria. Días antes se permitió hablar bien del ex presidente Menem, al que mostró su agradecimiento por haberle abierto las puertas de la política.

En un país hiperpresidencialista, como es Argentina, donde el presidente puede gobernar con decretos de necesidad y urgencia, con poderes delegados y, sobre todo, con el uso de la caja del Estado sin mayores controles, suponer que Scioli va a ser condicionado por Cristina Fernández o sus soldados de La Cámpora, es seguramente exagerado.

La presidente conservará un núcleo duro de leales, que ya se han asegurado puestos en las listas electorales que les garantice su elección como legisladores o concejales. Tendrá también soldados en la justicia y en toda la administración pública, donde en los últimos años han entrado por miles, sin pruebas ni concursos, con la condición necesaria de la lealtad y la militancia.

Pero no hay que descartar que haya movimientos y cambios de lealtades. Y también el ingreso al nuevo gobierno dejando atrás fidelidades pasadas. Porque como dijo un histórico operador, “en el peronismo, peor que la traición es el llano”. Versión argentina de otro viejo aforismo mexicano, también de la época de oro del PRI: “vivir fuera del presupuesto (es decir, de los dineros del Estado) es vivir en el error”.

Los políticos argentinos podrían suscribir lo que cantaban los presos de Sendero Luminoso en las cárceles de Perú en los años 80-90, “Salvo el poder todo es ilusión”. Ese es el verdadero programa electoral del candidato Scioli, más allá de anunciar que continuará el proyecto heredado. Eso sí, comenzó una costosísima campaña publicitaria en los medios, poniendo énfasis en la salud y la seguridad. 

Construyendo el candidato (1): Daniel Scioli