viernes. 29.03.2024
macri
Foto: Casa Rosada

Macri ha consumido ya un cuarto de su mandato. Y el balance es desigual: malos resultados económicos y algunos avances en la normalización institucional del país

@jgonzalezok / El 10 de diciembre de 2015 Argentina vio cómo llegaba un presidente en cierta forma inesperado, Mauricio Macri, y cómo se iba una presidenta que había tenido y ejercido el poder de forma casi absoluta, Cristina Fernández. Se acabó un régimen de doce años y medio que en ningún momento pensó en perder el poder, ni que su candidato, Daniel Scioli, sería derrotado. Quizá por eso se explica la reacción de la presidente saliente, que no quiso entregarle a Macri los símbolos del poder, el cetro y la banda presidencial.  

Macri ha consumido ya un cuarto de su mandato. Y el balance es desigual: malos resultados económicos y algunos avances en la normalización institucional del país. El nuevo gobierno asumió consciente de que el país que heredaba estaba lleno de bombas de tiempo, fruto de una economía desquiciada. Pero prometió que en el segundo semestre de este 2016 empezaría la recuperación, la inflación estaría controlada y vendrían las grandes inversiones de todo el mundo.

La realidad es que nada de eso ocurrió: estamos en el peor panorama posible, inflación (40%) con recesión (-2,3 % de crecimiento) y caída del poder adquisitivo del salario (entre el 8% y el 10% este años), con una fuerte contracción del consumo. Incluso aumentó el déficit primario, del 4% en el último año del kirchnerismo, al 4,8% de este año.

El sinceramiento de las tarifas –que cualquiera hubiera sido el vencedor de las elecciones habría tenido que afrontar- hizo que la inflación superase ampliamente la del último año del anterior gobierno, a pesar del aliento al consumo que caracterizó al kirchnerismo. La meta de inflación del gobierno para este año era del 25%, pero se espera que termine en torno al 40%. Lo más preocupante en la subida de los precios es que lo que se conoce como la inflación núcleo, es decir, aquella que no depende de los precios y servicios regulados, ni de variaciones estacionales, siguió aumentando.

Sigue siendo altísimo el grado de empleo informal, un 35%, con ingresos de menos de la mitad de los empleados en blanco. El empleo estatal volvió a recuperar los niveles de hace un año, después de que en las primeras semanas del gobierno se rescindieran miles de contratos firmados a último momento por Cristina Fernández, para dejar las oficinas del gobierno llenas de militantes.

El retroceso es general en todos los sectores de la economía, destacando el mal desempeño de la industria y la construcción. El sector industrial tiene un 40% de su capacidad de producción ociosa. La recesión en Brasil, con una caída del 3,5% del PIB, tiene un alto impacto en la economía argentina. El economista Nicolás Dujovne asegura que explicaría unos 0,8 puntos en la recesión local.

A pesar de este panorama, Macri sentó las bases para la normalización del país. Levantó inmediatamente el cepo al dólar sin que se produjeran las catástrofes que propiciaban los que lo habían impuesto. Se unificó el tipo de cambio. Arregló con los fondos buitre, con lo que Argentina pudo volver a los mercados internacionales de crédito, aprovechando los últimos coletazos de tasas relativamente bajas. Levantó las restricciones al comercio exterior. Y, medida fundamental, se recuperaron las estadísticas confiables, después de que en los últimos años se publicaran datos increíbles –y manipulados- sobre inflación y pobreza.

Macri ha sufrido una caída en las encuestas, pero todavía conserva un apreciable apoyo a su gestión, con una mayoría que confía en la recuperación económica. El propio presidente se pone a sí mismo una nota alta en su desempeño como presidente, un ocho. Como equivocación admite el no haber tomado inmediata dimensión “del desastre que dejaron”. Hace unos días, en un encuentro con los empresarios de la Unión Industrial Argentina, Macri afirmó: “Les dije que el punto de partida iba a ser difícil, pero me quedé corto. La situación del país es infinitamente peor de lo que imaginábamos, encontramos verdaderamente un país quebrado”.

Macri reunió hace días a todos sus ministros en una especie de “retiro espiritual” para evaluar la marcha del gobierno, momento que se aprovechó para lanzar un mensaje de optimismo. “Sabemos que la economía va a reaccionar porque hicimos todos los deberes que había que hacer desde la macroeconomía y desde la regulación”, dijo el ministro de Producción, Francisco Cabrera. Las previsiones para el 2017 son de un 20% de inflación y un crecimiento de 3 % del PIB.

El dato más preocupante para el gobierno es el nivel de pobreza. Las primeras estadísticas fiables en años señalaron que un tercio de la población, el 32,2%,  vivía por debajo de la línea de la pobreza, y que en el primer trimestre del año, ya con el gobierno de Macri, se sumaron 1,4 millones de personas a esta penosa situación.

La pobreza ya es en Argentina un problema estructural y, por tanto, de difícil solución. Casi la mitad de los habitantes del conurbano de Buenos Aires no tiene agua corriente, dos terceras partes no tienen cloacas y un porcentaje similar no tiene acceso formal a la red de energía eléctrica, con lo que la mayoría tiene conexiones clandestinas. Uno de cada diez argentinos vive en asentamientos informales y villas de emergencia (chabolas). Aquí, más de la mitad se inunda con las lluvias y no hay recogida de basuras. La organización TECHO, una ONG que busca superar la pobreza en asentamientos informales, estableció que la situación empeoró entre 2013 y 2016.

Al comienzo del gobierno se anunció una gigantesca inversión en obra pública, pero todavía no arrancó. Pero se reforzaron las medidas asistenciales –lo que explica el déficit- para asegurarse la gobernabilidad. Un 60% del presupuesto nacional está destinado a inversión social. A pesar de que Macri había dicho recientemente, acudiendo al papa Francisco, que el asistencialismo debía ser transitorio y que había que superar la crisis recuperando la cultura del trabajo y creando empleos de calidad, se decidió actuar ante la coyuntura. Así, acordó con los principales grupos piqueteros aumentar en los próximos tres años los fondos para políticas sociales, en un monto entre 25.000 y 30.000 millones de pesos. A cambio de eso, se asegura un “diciembre tranquilo”.

Donde el nuevo gobierno puede exhibir éxitos es en el campo de la calidad institucional.

Macri le dijo a Clarín el 19 de noviembre: “El mayor cambio, sin lugar a dudas, es haber logrado un espacio donde los argentinos nos volvamos a encontrar, que volvamos a dialogar y a sentir que el otro nos puede hacer un aporte”. Se acabaron las agresiones a los adversarios políticos, que indefectiblemente eran vendepatrias, no hay más cadenas nacionales obligatorias –Cristina Fernández las usó en 161 ocasiones-, y cesaron las presiones a la justicia y el ataque a los medios independientes.

Las penurias judiciales de la ex presidente, Cristina Fernández, investigada en varios casos por corrupción, ayudan a mantener la imagen de Macri. Sobre todo por la estrategia utilizada por la ex mandataria, que denuncia una persecución política pero no da ninguna explicación sobre su insólito enriquecimiento.

Este segundo año de gestión, que empieza ahora, estará marcado por las expectativas electorales. En octubre habrá elecciones para renovar la mitad de la cámara de Diputados y un tercio del Senado. Quien venza en esta contienda parte como favorito para las presidenciales del 2019.

Un balance del primer año de Macri