martes. 16.04.2024
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Al examinar la evolución de la desigualdad de rentas en España destaca un hecho que puede parecer sorprendente, porque pocas veces se destaca: la estabilidad de la renta disponible por parte de los hogares y personas de renta media. Cerca de 28 millones de personas (un 60% de la población residente total) que ya han recuperado los ingresos de los que disponían antes de la crisis y han visto crecer su participación en la renta total, desde el 61,5% que percibían en 2008 hasta el 63,2%, en 2017 (ver gráfico).

Cerca de 28 millones de personas (un 60% de la población residente total) que ya han recuperado los ingresos de los que disponían antes de la crisis

Se entiende aquí por rentas medias disponibles a las que perciben las personas pertenecientes a los hogares que se agrupan en los deciles 4, 5 y 6 (cada decil agrupa al 10% de la población total en función del nivel de su renta disponible): un 30% de la población residente en España o 14 millones de personas con una renta media disponible que en 2017 se situaba entre el 66,5% y el 92,2% de la media del total de personas residentes (11.074 euros anuales). Y otro 30% que se agrupa en los deciles 7, 8 y 9 con unos ingresos medio-altos que suponían en 2017 entre el 108,1% y el 158,5% de la renta media.

Desigualdad
Fuente: Elaboración propia con datos del INE, para el Coeficiente Gini (escala 0 a 100), eje de la izquierda, y del VIII Informe anual 2018 de seguimiento del indicador Arope en España, para la renta disponible de hogares de renta media, deciles 4 a 9, entre 2008 y 2017, eje de la derecha.

Por debajo de los hogares de renta media se sitúa otro 30% de la población total, los 14 millones de hogares y personas con los ingresos más bajos, pertenecientes a los deciles 1, 2 y 3 (con unas rentas medias por decil que suponen entre el 17 y el 53% de la renta media disponible total). Y por encima, el 10% de las personas con las rentas más altas (cerca de 4,7 millones de personas) que se agrupan en el decil 10, con una renta media disponible que suponía el 259% de la renta media disponible del conjunto de la población residente en España.  

A nadie se le puede escapar de la observación de esos datos una consecuencia de enorme trascendencia política: la estabilidad social que proporciona un sistema o, mejor, un modelo de crecimiento y distribución de la renta que han logrado vadear la Gran Recesión sin pérdidas de renta disponible para la mayoría de la población. Lo que ha permitido preservar niveles de bienestar relativamente aceptables en gran parte de los hogares de renta media-baja y más que aceptables entre los de renta media-alta.

En el gráfico anterior aparece también la evolución del Coeficiente Gini, uno de los más utilizados como indicador de la desigualdad de rentas. En una escala de 0 a 100, el 0 supondría la máxima igualdad, todas las personas obtendrían los mismos ingresos, y el 100, el máximo nivel de desigualdad, una persona acapararía toda la renta. Se puede observar cómo la desigualdad crece con fuerza durante las dos fases recesivas que, entre 2008 y 2014, siguieron al estallido de la crisis global; pero también cómo disminuye a partir de 2014, al recuperarse un crecimiento del producto relativamente importante y muy intensivo en la creación de empleos que, pese a ser mayoritariamente precarios y mal remunerados, contribuyeron a incrementar la renta de los hogares de menores ingresos y redujeron los niveles de desigualdad.

Se trata de una evolución coherente con un modelo de crecimiento no inclusivo, sustentado en la devaluación salarial, la austeridad presupuestaria y las sucesivas reformas del mercado laboral que han impulsado una fuerte desigualdad salarial y un aumento de las rentas del capital en perjuicio de las rentas del trabajo. Paradójicamente, es ese mismo modelo de crecimiento que exige polarización salarial y altas tasas de desempleo estructural el que facilita en las fases de reactivación económica un amplio margen a la disminución de la desigualdad de rentas, por la vía de la creación de nuevos empleos precarios, a tiempo parcial y mal pagados. El seguimiento de los vaivenes de la desigualdad de la renta durante la última década también permite comprobar que ese amplio sector que hemos calificado de rentas medias apenas se ve influido por la polarización de los ingresos y mantiene su peso porcentual, con una ligera tendencia al alza, en la renta disponible total.

¿Significa la estabilidad en el porcentaje de la renta disponible de la mayoría de las personas residentes en España una enmienda a la totalidad de los múltiples informes y análisis que hacen hincapié en los altos niveles y el aumento de la desigualdad de rentas? Ni mucho menos, se trata de la misma realidad

¿Significa esa estabilidad en el porcentaje de la renta disponible de la mayoría de las personas residentes en España una enmienda a la totalidad de los múltiples informes y análisis que hacen hincapié en los altos niveles y el aumento de la desigualdad de rentas? Ni mucho menos, se trata de la misma realidad. Pero también se trata de mostrar y percibir esa realidad en su complejidad, sin centrarse exclusivamente en una parte de los datos ni, por esa vía, deslizarse hacia conclusiones políticas o teóricas excesivamente simplistas, a fuerza de querer resaltar la indudable mala situación económica de una parte muy importante de la sociedad y los impactos tan negativos que ocasionan para millones de personas trabajadoras la lógica de acumulación del capital y, más en concreto, un modelo de crecimiento económico no inclusivo que polariza rentas y, aún más, la riqueza o el patrimonio. Pero de esa polarización no se puede inferir, en función de los datos que conocemos de la distribución de la renta disponible, que la desigualdad afecta al conjunto de la ciudadanía ni el hipotético final de las clases medias, tesis que deben contar con otros anclajes argumentales y otros datos para sostenerse; más allá de ser consideradas como hipótesis más o menos interesantes, junto a otras muchas.  

Aunque, efectivamente, ese rasgo de la estabilidad de la renta disponible por parte de la mayoría de la población es más que notable, hay que hacer notar que se complementa con otra importante característica: las rentas más bajas (los deciles 1, 2 y 3 o lo que es lo mismo el 30% de la población con menores ingresos, aproximadamente 14 millones de personas) pierden rentas, capacidad de compra, derechos y futuro desde hace una década. Lo que permite señalar y medir un intenso proceso de empobrecimiento, precariedad y aumento de los riesgos de exclusión social que desbaratan la cohesión social, tensan las relaciones socio-políticas y ponen en evidencia las lacras de un sistema que no es capaz de ofrecer empleos decentes a una parte importante de la población en edad de trabajar (lo que se traduce en altas tasas de desempleo y precariedad, bajas tasas de actividad y un elevado paro estructural) y que desplaza sobre la parte más débil de las clases trabajadoras y populares los riesgos de pérdida de empleos, salarios y derechos laborales durante las fases recesivas del ciclo, mientras en las etapas de crecimiento genera un empleo mayoritariamente indecente, temporal, muy precario y mal remunerado.

En el otro extremo, en el decil 10 que agrupa a casi 4,7 millones de personas con los mayores niveles de renta disponible y que concentra la mayor parte de las rentas del capital en ascenso y de la riqueza o el patrimonio del país, siguen mejorando su situación económica, sin que los riesgos y amenazas de recesiones y crisis les afecte o logren menguar sus rentas y patrimonios, mientras que en los años de expansión económica acaparan buena parte del suplemento de rentas que genera el crecimiento económico. Ese decil de mayor renta absorbió durante la última década un importante porcentaje medio anual de alrededor del 26% de la renta disponible total. Porcentaje que supone más del doble del total que perciben conjuntamente los deciles 1, 2 y 3 de menor renta, que son, en lo que se refiere exclusivamente a la evolución de su renta disponible, los auténticos y exclusivos perdedores de la crisis.  

Ni la estabilidad de las rentas medias ni el alto nivel de desigualdad existente en España, respecto a las existentes en los países de nuestro entorno, son fenómenos nuevos

Conviene advertir algo obvio: ninguno de esos tres grandes espacios en los que se ha clasificado a la población, rentas bajas, medias y altas, es homogéneo; en cada uno de ellos hay importantes diferencias en los niveles de renta disponible y en las ganancias o pérdidas de renta sufridas. Naturalmente, la polarización se incrementaría mucho si en lugar de utilizar deciles, consideráramos la distribución de la renta media disponible por percentiles (un 1% de los hogares), lo que nos daría una nueva imagen de los mayores ganadores de la crisis global, en torno al 4% de la población que ha mejorado de forma ostensible su posición económica, frente a un porcentaje de alrededor del 15% en el que se encuentran las verdaderas víctimas de la crisis, ya que concentra la mayor parte de las situaciones de pobreza relativa y exclusión social que se consolidan y extienden a trabajadores y trabajadoras con empleo, aunque derivan fundamentalmente del desempleo, el empleo sumergido, los empleos temporales y precarios o los bajos niveles de estudios y cualificación laboral. 

Ni la estabilidad de las rentas medias ni el alto nivel de desigualdad existente en España, respecto a las existentes en los países de nuestro entorno, son fenómenos nuevos: las sucesivas crisis, recesiones y reconversiones sectoriales que se produjeron en los 35 años anteriores al estallido de la Gran Recesión no lograron deteriorar la parte de la renta disponible que percibían los hogares de renta media que, por el contrario, aumentaron paulatinamente su participación en la renta disponible total; al igual que las rentas más bajas (ver cuadro).

cuadro gini 2
Fuente: Elaboración propia con datos de las Encuestas de Presupuestos Familiares

Ese crecimiento de las rentas bajas y medias, lejos de ser sorprendente, tiene una fácil explicación sustentada al menos en tres factores: primero, los muy bajos niveles de partida del PIB y la renta disponible por habitante en la dictadura franquista; segundo, el impulso al crecimiento inducido por la integración en la economía europea (no exenta de capacidad destructiva del tejido productivo existente), tanto antes como después de la entrada en la Comunidad Económica Europea en 1986; y tercero, la construcción de un Estado de Bienestar (aunque nunca llegó a tener el peso que aún mantiene en los países capitalistas más desarrollados de la UE) que aumentó significativamente las transferencias públicas de renta y realizó cambios en el sistema tributario que incorporó rasgos de progresividad fiscal y un aumento de la presión fiscal que permitió financiar el aumento de las transferencias públicas. Lo que permitió, pese al creciente avance y hegemonía de las ideas y políticas neoliberales a partir de los años 80, que los hogares de renta media y baja aumentaran significativamente su renta disponible (y su participación en la renta disponible total), al mismo tiempo que las perdían los del decil 10, con los niveles más altos de renta. Y, de este modo, se reducía también la desigualdad de rentas que mide el Índice Gini.

En resumen, a partir de 2008, cuando estalla en España la crisis financiera global, la evolución de la desigualdad de la renta presenta dos rasgos contradictorios, el primero señala una gran estabilidad de los ingresos percibidos por los hogares de renta media, mientras el segundo indica una polarización extrema entre los hogares con las rentas más altas y las más bajas. De este modo, la lucha por cambiar la distribución de la renta es protagonizada casi en exclusiva por un 40% de la población: de un lado, cerca de 14 millones de personas con las rentas más bajas, entre las que se concentran la pobreza relativa y los riesgos de exclusión social, que han sufrido mermas significativas en sus ingresos, tanto en términos absolutos como relativos; del otro, casi 4,7 millones de personas (agrupadas en el decil con las rentas disponibles más altas) que han sido los principales beneficiados de la crisis y de las políticas de austeridad y devaluación salarial y que concentran los aumentos de ingresos y tasas de participación en el total de la renta.

Frente a la imagen simplona del “Somos el 99%”, aparece otra imagen más ajustada a la realidad con un 60% de la población que ha recuperado sus niveles de renta de antes de la crisis; un 30% que ha sufrido sus impactos más negativos y un 10% que se ha beneficiado a costa de las rentas más bajas

Frente a la imagen simplona del “Somos el 99%”, aparece otra imagen, también simplista pero más ajustada a la realidad de una sociedad heterogénea: un 60% de la población que ha sido capaz de proteger sus niveles de ingresos de las recesiones y que, tras haber sido rozadas por las políticas de devaluación salarial, han recuperado sus niveles de renta disponible de antes de la crisis; mientras un 30% ha sufrido sus impactos más negativos y un 10% se ha beneficiado a costa de las rentas más bajas.

Partidos políticos, movimientos sociales o individuos obtendrán sus propias conclusiones políticas del análisis de estas tendencias y definirán las reformas o revoluciones que proponen para cambiarlas. Existe una dura pugna por la distribución y redistribución de la renta. Y cada quien sabrá de qué lado se coloca, en defensa de qué sectores y clases sociales y qué estrategia considera conveniente para contribuir a construir una mayoría social y electoral que permita gestionar y dar respuesta, desde las instituciones y desde la organización y la movilización social, a la convivencia de una sociedad heterogénea y a las necesidades y los deseos particulares de los sectores sociales a los que se pretende representar, pero convendría que sustentaran sus conclusiones y propuestas en una mirada realista sobre una estructura social asentada y compleja y sobre los contradictorios intereses, visiones y necesidades en liza.

En un próximo artículo me centraré en la observación de los nuevos escenarios en los que se produce la pugna por la distribución y la redistribución de la renta, uno de los componentes importantes de lo que los viejos del lugar denominamos también lucha de clases.

Sobre las visiones simplistas o parciales de la desigualdad de rentas