martes. 19.03.2024
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Es bastante probable que Ayuso gane las elecciones. El cuatro de mayo se podría convertir en otra fecha histórica y antes de San Isidro, tras el dos de mayo, los madrileños conmemorarían el día en que triunfó un trumpismo a la madrileña

Al visitar el flamante centro hospitalario Isabel Zendal, Casado preguntó, ingenuamente, dónde andaban los quirófanos. No había. Pero daba igual. Nada importa en realidad, cuando la política deviene un fin en sí mismo y sólo se preocupa de los cálculos que benefician a sus protagonistas ocasionales, como bien sabe Miguel Ángel Rodríguez.

Con motivo del aniversario de su primera victoria electoral, Aznar se ha dejado ver. Su legado estaba deteriorándose y requiere su tutela. Vox no deja de ser un producto suyo y por eso se abstiene de calificarlo como un movimiento extremista. Cayetana tenía la misión de unir al centro derecha, pero es Ayuso la mejor posicionada para hacerlo e incluso puede robarle votos al propio Abascal.

Hay que pararle los pies al socialismo, en aras de la libertad. Si pudiera procesar algún concepto que no le dictasen, Ayuso se sorprendería mucho a sí misma. En realidad es anarquista, no desde luego en el sentido del venerable anarquismo histórico, sino en el de aquel que ha encarnado Trump, siguiendo la estela de Tacher y Reagan.

Ayuso no pretende reformar la esfera pública. Su objetivo es privatizarla totalmente o reducirla en cualquier caso a su mínima expresión. Para qué sirve pagar impuestos, cuando los ricos ya se apañan tan ricamente con lo que tienen. Los pobres molestan demasiado, pues afean ese idílico paisaje urbano lleno de comercios repletos y sensacionales atascos de tráfico rodado. 

El Estado de bienestar apuntala nuestros derechos y nos hace más libres a todos. Porque sin igualdad no puede haber, ciertamente, una Libertad que merezca ese nombre, aunque sí quepa por supuesto esa pseudo-Libertad que invoca Isabel Ayuso, rehuyendo el socialismo

Da igual cuanto diga. Puede ser alucinante y contradictorio. Porque se trata de tocar una fibra emocional que no atiende a razones y se crece con las críticas, al margen de que puedan estar bien argumentadas. De repente todos volvemos a hablar de los políticos y sus oportunistas alianzas. Los auténticos problemas de la ciudadanía quedan relegados a un segundo plano, pese su calado. Las desigualdades, el paro juvenil, un desánimo generalizado, los polifacéticos estragos de la pandemia vuelven a quedar entre paréntesis, una vez más, incluso en las tertulias domésticas y los medios de comunicación. 

En Cataluña un partido presuntamente progresista no se habla con su homólogo ideológico, porque la independencia le hace aliarse con una derecha nacionalista y los antisistema. Ciudadanos creció al calor del conflicto catalán y ahora comprueba que la brisa ha cambiado el rumbo de aquellas brasas. Esa sorprendente amalgama no se librará de la chamusquina y la Generalitat seguirá paralizada, ocupándose tan sólo de gestos y símbolos, que con ser importantes no lo son todo al menos para todos.

Ojalá todo esto sirviera para que hubiera un partido liberal y ConVersador (que no conservador). Situado de verdad en el centro político, el saber dialogar con ambos lados del espectro, estableciendo pactos con quien hiciera falta para resolver verdaderos problemas, en lugar de agravarlos, atemperaría la tensión que provocan los extremos. Porque la política de bloques tan solo sirve para bloquear, como no era necesario demostrar.

Queda por aclarar si aquella España que iba tan bien, reivindicada por Aznar, es la misma España en que todo valía descrita por Barcenas. Algunos actores parecen haber estado en los dos castings y a lo peor el guión tenía más de una concomitancia. 

Cifuentes indujo una falsificación de cuyas consecuencias penales ha salido airosa. La gestión del partido popular en la Comunidad madrileña está muy asociada con una maquinaria de corruptelas que resulta prolijo desgranar. Sin embargo, Ciudadanos optó por mantenerles en el poder, gracias al apoyo tácito de Vox.

Sí Arrimadas no revierte la orientación que le dejó su antecesor, sencillamente desparecerá del mapa. Sus tránsfugas delatan que algo no funciona en el seno de su partido. Hace mucho que debería haber propiciado un gobierno socialista en la Comunidad madrileña, gracias además a que Más Madrid no es en principio tan sectaria como Unidas Podemos. Eso le hubiera granjeado tener a Villacís como alcaldesa de la capital y la película sería muy diferente.

Resulta cansino que los políticos roben el protagonismo a la ciudadanía y en estas circunstancias alcanza unas cotas de irresponsabilidad prácticamente insuperables. Ojalá contáramos con algún comunicólogo avezado en estos berenjenales, capaz de triunfar sin recurrir a subterfugios o estratagemas que harían las delicias de Maquiavelo. Que acertase a hacer tan atractivo como eficaz un discurso auténticamente político, es decir, focalizado por los verdaderos intereses del conjunto de sus conciudadanos y no se uno u otro sector que convierte al otro en el enemigo a batir sin reparar en las consecuencias.

La lidéresa del trumpismo a la madrileña tiene otras aspiraciones que podrían cumplirse. Puede llegar a La Moncloa y gobernar tranquilamente con Vox, para mayor gloria de un Aznar que, como le dijo a Evole al ser entrevistado, siempre ha dicho la verdad y por lo tanto mienten todos aquellos que pueda matizar sus versiones de los hechos, como demuestra su obcecación por los inductores intelectuales del fatídico 11M, cuanto mantuvo para justificar la invasión de Irak o el milagro económico del irreprochable Rodrigo Rato. No cabe duda de que para unos cuantos España fue de maravilla y es lógico que lo añoren. 

El independentismo madrileñista de Ayuso puede mantener ese pabellón bien alto. No cabe duda. Su programa de gobierno ya está contrastado y tiene sus adeptos, gracias a una propaganda mediática que ya hubieran querido para sí sus predecesores históricos. En tiempos donde se llevan el gato al agua los hechos alternativos y las patrañas, no queda sitio para la moderación que pretenda combatir el maniqueísmo de una peligrosa polarización cuyo desenlace no ha solido ser bueno en términos históricos. 

Al partido socialista le corresponde ocupar un centro izquierda progresista que rehuya los radicalismos y demuestre que cabe gobernar de otro modo. Sería muy positivo que su socio gubernamental no pusiera palos en las ruedas, para intentar convencernos de que su representatividad es mayor y que nos iría mucho mejor con ellos al mando. Para bien o para mal eso ya lo van certificando las urnas y no los tuits de quienes ya te siguen. La ex-portavoz de Pekas, el perrito faldero de Aguirre, también tiene sus adeptos y parece ganar esta batalla mediática. 

Pónganse a hablar con unos y con otros. Analicen los problemas e intenten dar con lo que pueda solventar los o paliarlos. La situación ya es de suyo lo suficientemente compleja como para enredarla todavía más. Una sociedad atribulada, con una juventud sin expectativas claras en medio de un precario mercado laboral, no se merece verse manipulada e instrumentalizara por unos representantes políticos que deberían predicar son su ejemplo. Redoblen la inversión en el ámbito asistencial, el mundo de la cultura, un sistema educativo bien cimentado y de largo recorrido, sin descuidar las pensiones y por supuesto la sanidad. 

El Estado de bienestar apuntala nuestros derechos y nos hace más libres a todos. Porque sin igualdad no puede haber, ciertamente, una Libertad que merezca ese nombre, aunque sí quepa por supuesto esa pseudo-Libertad que invoca Isabel Ayuso, rehuyendo el socialismo. En esto si es coherente, dado que lo social únicamente le interés para saldarlo. Habría que votar el cuatro de mayo,si no prosperan las mociones de censura interpuestas. Hay mucho en juego.

El trumpismo a la madrileña de Ayuso