jueves. 25.04.2024

Cada vez que pasaba por la trastienda veía lo mismo, “organización=triunfo”. Eran las palabras que había escrito mi padre, con rotulador rojo,  en una pared blanca de la tienda de mi familia. Lo veía  una y otra vez tanto que quedó grabado  en mi memoria como si de un principio de vida se tratase.

Organización en la que toda la familia colaboraba, triunfo a partir del cual mis hermanas y yo pudimos estudiar y conseguir una vida mejor, objetivo conseguido a partir de hilos y accesorios de primera necesidad para el vestir. Una tienda de barrio administrada por un no economista que daría lecciones de gestión presupuestaria a cualquier consultora. Eran los años 90.  El negocio cerró por jubilación y cumplió  su objetivo: crear riqueza y bienestar para otra generación, la mía.

 Ese 95% de pequeñas empresas de este país, como la que tuvo mi  familia, y  que generan riqueza para millones de ciudadanos, vemos cómo están siendo arrasadas por el “maravilloso” efecto de la globalización. Ahora, cuando paseo por mi barrio, veo con tristeza la cantidad establecimientos con el rótulo “SE TRASPASA”, 133.000 en tan solo dos meses, sobre todo  por este estado de alarma. El pequeño comercio no parece importar demasiado en un modelo económico que parece imparable hacia lo digital con unas cifras alarmantes  que precisan de más apoyo del Gobierno.

Tres meses de confinamiento que han hecho cambiar las pautas de consumo. El comercio electrónico  ha sido uno de los canales que ha logrado ganar encontrándose ante su gran oportunidad, no solo debido a su cuota histórica en nuestro país (3,1%) sino también a un aumento del 15,5% de compradores. El confinamiento ha hecho más grandes a aquellos negocios que monopolizan algunos productos en internet, frente a los que no se puede competir en precio. Ello genera bienestar al consumidor, pero en la medida en que no todo lo que se compra se produce en mercados “cercanos”,  supone una pérdida de riqueza para el país. Lo que no se vende aquí es pérdida de empresas y empleos.

Podemos seguir comprando  desde casa y ahorrarnos unos euros que van al mercado global, o gastarlos en nuestro entorno para mantener la riqueza local, la riqueza del país. No vamos a descargar toda la responsabilidad sobre el consumidor, porque cierto es que el pequeño comercio también tendrá que adaptarse a la “nueva normalidad”, y hacer cambios de acuerdo al modelo económico que se ha impuesto. Pero también es verdad que el consumidor tiene la llave de la supervivencia del tejido productivo   para que al final podamos eliminar los rotulados de “SE TRASPASA” de nuestro entorno.  

Se traspasa, cada vez más