martes. 16.04.2024
no a la guerra

Estamos en guerra, pero hay que reflexionar


No es mío, son Os Resentidos, es Anton Reixa, quien lanza la propuesta de la República de Sitio Distinto: Reírse del churrasco, bailar en los coches eléctricos, comprar un Percebes Benz. Son los tiempos de la Guerra de Irak, 1991, es el inicio del enorme negocio de las grandes corporaciones estadounidenses, en consorcio con los líderes políticos del gobierno Bush Padre.

Desgraciadamente la frase volvió a ponerse de plena actualidad diez años después, cuando el Presidente Bush Jr. decidió continuar el negocio de su padre. Cada miembro de su gabinete, desde Dick Cheney a Donald Rumsfeld, o desde Colin Powell a Condoleezza Rice, tenían intereses en las grandes corporaciones de armamentos, empresas de seguridad, petroleras, constructoras y empresas tecnológicas. Destruir un país, reconstruirlo después, es todo un negocio. Un petrolero lleva el nombre de Condoleezza.

Ese es el mundo que hemos heredado, el que ha marcado los primeros años del siglo XXI, el que nos ha conducido desde la Guerra de Irak a la crisis de 2008, al destrozo climático y al desgobierno mundial de la pandemia. La clase trabajadora, la izquierda y los sindicatos, hemos recibido el golpe y estamos teniendo serias dificultades para encajarlo y reaccionar.

No soy muy partidario de los excesos verbales militaristas, aquello de la guerra total contra esto, contra aquello, contra todo y contra todos, pero, en este caso tengo que reconocer que estamos en una guerra declarada, que no buscamos, que nos hemos encontrado, aunque no queramos aceptarlo y que estamos perdiendo.

Los sindicalistas somos gente pacífica que buscamos la unidad de nuestros compañeros y compañeras para identificar los problemas y buscar soluciones acordadas. Nos movilizamos para negociar y negociamos para acordar. Las movilizaciones sindicales van de la manifestación a la huelga, de la información a las asambleas.

Esa es la historia del sindicalismo en todo el mundo y muy particularmente el de las Comisiones Obreras, desde la dictadura franquista hasta nuestros días. Allí donde unos trabajadores y trabajadoras se organizan para defender sus derechos hay un sindicato, una comisión obrera.

Son esas gentes sindicalistas las que trajeron la democracia a España. La transición no hubiera existido como la conocemos sin la galerna de huelgas entre diciembre del 75 y la primavera de 1976, cuando las CCOO se lanzaron a reclamar los derechos laborales, sabiendo que no existen derechos laborales, ni libertad sindical, sin libertad política. Mucho más que hablar a voces en la noche y tomar cañas en el bar que te de la gana.

El asesinato de los Abogados de Atocha el 24 de enero de 1977 trajo la legalización del PCE y mes y medio después la de las Comisiones Obreras y el resto de los sindicatos. Poco después llegaron los Pactos de la Moncloa y un año después la Constitución. Pero todo ello hubiera sido imposible sin aquellas gentes sindicalistas dispuestas a soportar la militarización del Metro, la RENFE, los transportes públicos, las detenciones arbitrarias, las torturas y la ocupación policial de las calles.

Ese sindicalismo tiene que hacer frente ahora al reto de la precariedad que se ha adueñado de nuestros empleos y de nuestras vidas a partir de la brutal crisis iniciada en 2008, la de las hipotecas subprime, la de los ninjas, o como quieras llamarla, una tremenda disculpa para entrar a saco en el modelo de vida europeo y destrozar el incipiente bienestar de nuestras sociedades.

No se quedaron ahí. Entendieron que podrían esquilmar los recursos naturales, incrementar hasta el infinito la contaminación, recalentar el clima y propiciar la extinción de las especies del planeta, hasta desembocar en la propia extinción de la especie humana, que supondrá la sexta extinción masiva en el planeta. Esta vez una extinción masiva a manos no de un meteorito, de los volcanes, de los cambios en el campo magnético, o del brutal aumento de las concentraciones de oxígeno, sino a causa de la acción de los seres humanos.

La pandemia ha sido el último aldabonazo, demostrando nuestra fragilidad y la facilidad con la que cualquier organismo patógeno puede difundirse por todo el planeta, mutar, pasar de una especie a otra, escapando del permafrost en descongelación, o de las más profundas selvas, o de un laboratorio experimental, provocando dolor y muerte por todo el planeta.

El sindicalismo es uno de esos pocos espacios que permiten construir unidad, junto a un buen número de organizaciones sociales de todo tipo, para librar estas batallas por la vida, el empleo, la salud y la supervivencia. Batallas para conseguir un nuevo modelo de producción y de consumo, lo cual significa un trabajo decente, con derechos y protección para todas las personas cuando falta un empleo, cuando nos hacemos mayores, cuando estamos enfermos, cuando tenemos problemas sociales, o cuando necesitamos formarnos, cualificarnos, o recualificarnos.

Las herramientas de la movilización y la negociación, de la unidad y de la participación, de la libertad, el debate, el respeto a las decisiones y acuerdos, van a seguir siendo esenciales en el futuro. Por eso, cuando las CCOO de Madrid afrontan su 12 congreso y en el otoño lo hará la Confederación de las CCOO, es necesario aprovechar para reconocer e identificar nuestros problemas, ratificar nuestro compromiso, reflexionar, e impulsar nuestra acción sindical en las empresas y en la sociedad.

Porque estamos en guerra, pero somos gente de Paz y es momento de reflexionar.

Francisco Javier López Martín

Tiempo de congresos en las CCOO de Madrid