miércoles. 24.04.2024
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Foto: Nuevatribuna

No pretendo valorar quién ganó o perdió el debate celebrado anoche en varias televisiones, arranque de la campaña electoral, una más e inoportuna, para reformar el gobierno de la Comunidad de Madrid, por otra parte, necesario de reforma, sobre todo en su modo de gobernar. Simplemente quiero dar un toque acerca del manejo de la imagen y la finalidad de los debates, que quizá no sirvan sino para afianzar en el poder a quien lo ostenta. Ya se sabe de la fuerte influencia de la televisión, caja tonta, manipuladora y manipulable, que induce a la mayoría de la sociedad a creer lo que quieren que crea, y así, el personaje en cuestión, que aparece repetitivamente en pantalla con un libro, una pluma al lado, y cara de circunstancias circunspectas, sobre un cartel que dice ser el mejor escritor, acaba por afirmarlo el espectador. Ya puede ser un ignorante supino, que en su vida haya abierto -no ya leído- un libro, ni ha escrito siquiera una chorrada en un muro, o un “guasap” sin guasa a sus amigos, que si lo dice la tele, va a misa. De estos tipos está llena la tele. Y los debates. Hace figurar como bueno, justo y saludable, lo que no lo es. Y lo que es realmente como es -principio de la verdad, según Aristóteles- la misma tele tiende a ocultarlo para crear y divulgar la opinión de la mayoría, que ni siente ni piensa, pero sí padece, y se deja llevar por la perogrullada del momento, sin darse cuenta de su estado, conforme con las migajas que pueda atrapar. Y así va esta sociedad nadando con la corriente, dejándose llevar arrastrado por ella, haciendo caso omiso a los que van contra ella, o sea, contracorriente, porque son distintos, no entienden su mensaje de razonamientos, quedándose en lo superficial. La superficie. He aquí la clave de este instrumento manejado por el poder. Enfermedad que late en los debates, donde apenas si se pueden exponer ideas. Y menos todavía presentar la gestión política como fruto y resultado de una ideología.

El candidato del PSOE, sr. Gabilondo, algo mencionó al respecto tímidamente en una ocasión en que le dejaron meter baza, entre bailes de cifras, conocidas y rechazadas por unos u otros, y desconocidas, omitidas y despreciadas, para quienes significan un borrón de luto y tragedia en su gestión, tanto política, como pandémica. Nefasta gestión fruto de esa ausencia de ideología e ideas en la administración a su cargo, tergiversando valores, primando la economía a la salud, confundiendo socialismo y otras zarandajas con libertad, inmigración con delincuencia, pobreza con comodidad, hambre con manutención... Vamos, mezclando el tocino con la velocidad, como dicen en mi pueblo.

El candidato Gabilondo hizo bien con mencionarlo tímidamente, consciente de que no le iban a entender. Extenderse en esta filosofía, pese a ser profesor, y saber de didáctica, poco hubiera conseguido. Mejor dicho, nada hubiera conseguido. Por eso tuvo esos silencios elocuentes, mientras a su lado, los de la oxidada derecha, batalladora incluso entre sus dos representantes por ponerse los primeros, la sra. Monasterio, candidata de Vox, y la ínclita Ayuso, del PP, se discutían el espacio electoral, y miraban con aires de suficiencia, agresividad y desprecio a sus otros contertulios de bando distinto. Quizá sus asesores les hayan aleccionado de que la mejor defensa es un buen ataque, algo consabido y manoseado por doquier. Y así actúan, dando bandazos y puñetazos, sacando de sus oscuras entrañas la actitud agresiva de quien carece de razonamientos e ideología, hablando con cierto desprecio y miradas de superioridad a los demás. 

Pero los demás no cayeron en la trampa, mantuvieron la serenidad incluso en momentos muy proclives a perderla, haciendo caso omiso a las provocaciones y faltas de respuesta a sus planteamientos, siguiendo con su clara exposición de la dura y cruda realidad que vive esta Comunidad madrileña.

Se notó que a Pablo Iglesias le ha venido bien su experiencia, aunque corta, provechosa, de su paso por el gobierno central. Ha aumentado su paciencia y mejorado su diplomacia en los debates, dejando de lado la actitud agresiva de sus primeros años. No sé si le resultará tan provechosa esta nueva actitud, a sabiendas de que en la tele da mejor resultado la polémica, donde el circo cuenta más que la serenidad.

Edmundo Bal, de Ciudadanos, mantuvo el tipo, tratando de mantener también la presencia de  su partido en el espectro electoral de la nación. Lo tiene crudo, pero salió airoso del trance.

La nueva en esas lides de debates y políticas, recién llegada a un plató y desconocida por la mayoría, aunque méritos tiene para dejar de serlo, es una médica. Es la candidata de Más Madrid, Mónica García. Debe saber mucho de eso, y todavía más de esta plaga, por haber estado codo con  codo con enfermos, compañeros cercanos y políticos lejanos. Ha sufrido en propia carne los estragos de estos contagios y habló con  razón y pasión de la situación. No se notó en ella, vacilación alguna, ni el ser nueva en la plaza. 

De las dos damas de la derecha, que querían apoyarse mutuamente, acabaron lidiando una contra otra, sin tener claro muy bien a donde les llevará ese litigio que es pero no es.

Y para acabar, quiero desvelar la palabreja del título: “gestitis”. No la miren en el diccionario. Me la he inventado para definir una actitud, excesivamente evidente en el debate. No sé si llegará a fraguar y permanecer, como fraguó hace un año otro término que me inventé para definir un pacto tripartito de la derecha española: el “trifachito”. Causó impacto la palabreja; otros medios la difundieron hasta llegar a ponerse de moda en algunos países del este, anotado por una derecha semejante, rancia y peligrosa, con reminiscencias del pasado más oscuro de la historia de Europa.

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Qué es la “gestitis”

Se podría aplicar en sentido laxo, debido a sus raíces o etimología, a la política, mejor dicho a la política errónea, a la gestión nefasta, y estaría acorde con la gestión de la señora que actualmente preside en funciones -sin funcionar- la Comunidad, que ha estado dos años, atacando un frente imaginario, cuando debiera preocuparse de solucionar los temas de su casa, que no son otros que los problemas graves, constantes y urgentes, de Madrid y sus pueblos.

Supongo que más de un televidente se habrá fijado, y habrá notado cómo la señorita de la carita redonda, y melenita morena, ponía ojos de indiferencia, cargada de cierto desdén cuando el señor Iglesias, sobre todo, exponía sus argumentos. Bien sabido es la importancia del lenguaje no verbal cuando acompaña al verbal, sea ajeno o propio. La gesticulación es muy importante en la conversación cotidiana. Cuando encima está mediatizada por un medio de comunicación, los gestos  dicen más que las palabras. La sra. Ayuso parecía demostrar, cuando intervenían sus contertulios, que le importaba un rábano lo que dijeran, que ella estaba por encima de todos ellos, que era la más guapa, la mejor preparada, la que tenía el poder y estaba segura de que lo iba a afianzar y mejorar,  con debate o sin debate.

Exageraba sus gestos en la cara, en los ojos, en los hombros... en sus muecas de desprecio hacia el sr. Iglesias, su principal rival,  y de menosprecio hacia los demás. A ella le interesaba el público que la miraba, la importante, la principal actriz, la de mayor histrionismo y exageración, para ocultar su ausencia de debate y raciocinio. Por eso, al contrario del resto de candidatos, cuando hablaba, no lo hacía con ellos, sino que se dirigía a la cámara directamente, con la mirada fija en el televidente, le hablaba a él, demostrando caso omiso a quienes compartían plató. Eludía el debate serio, la confrontación de ideas, las críticas a su nefasta gestión. No perdía la sonrisa sarcástica ni siquiera cuando se hablaba de miles de muertos, y miles de hambrientos... Tuvieron que llamarla la atención sus compañeros-rivales porque no era para reírse y seguir faltando de nuevo a la dignidad y al dolor de las personas.

Podría ampliar más esta reflexión sobre la “gestitis”, que no deja de ser una enfermedad política, pero no quiero cansar al lector. Quizá algún día vuelva sobre el tema. Pero es mejor no hablar de gente indigna, porque sería darle importancia, y esta señora, no sólo por su gestión, sino por sus gestos y su actitud, por más que presida la comunidad más rica de España, carece de categoría política, y dignidad humana.

Acabo con una cita de un diario francés que muy bien podría aplicarse a la candidata del PP:

«Los gestos y ademanes que utiliza para puntualizar, indican una falta de programa. Literalmente el verbo se hace carne: los dedos se juntan y separan y vuelven a juntar para dar al fraseo binario que teje, la ilusión de un razonamiento; los antebrazos dibujan en el aire círculos de una amplitud que sólo se asemeja a la exageración de su discurso, y los puños que deberían moverse hacia arriba y hacia abajo para dar ritmo al tema, suben y bajan no haciendo más que agitar el aire. (...) Cree que a

la gente le gusta esta gestualidad ruidosa, la cual, inoportunamente y por el contrario, golpea y complica estas palabras huecas utilizadas por la jerga política. Su retórica senatorial hace lo que puede con lo que tiene; con lo poco que tiene no puede hacer más».

Este comentario fue publicado en mayo de 2002 por Pierre Marcelle, cronista del periódico Libération. Se refiere al Primer Ministro francés de la época, y bien podría aplicarse a la sra. Ayuso. Le viene como anillo al dedo, sumando a sus manos, sus otros gestos de ojos y su cara de niña inocente, lo más relevante en toda mujer. Hablaban por sí mismo.

Ayuso y la “gestitis”