domingo. 28.04.2024
José Luis Ábalos y Koldo García
José Luis Ábalos y Koldo García

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En política se pueden cometer errores, lo que no se puede es no subsanarlos. A nadie se le oculta que es posible haber confiado en un sinvergüenza, en un país en el que por desgracia hay tantos, pero cuando se ocupan altas responsabilidades equivocarse tiene un precio político. Lo demás, pueda o no haberlo -y quiero resaltar que tan importante es el pueda como el o no-, tendrá que resolverlo la justicia. Son las reglas del juego, y el que lo juega tiene que aceptarlas. Y rápido.

Cuando se ocupan altas responsabilidades equivocarse tiene un precio político

Desde hace ya un tiempo inmemorial, nuestra democracia tiene un problema con los procedimientos de subsanación, a veces motivado por cuestiones legales pensadas para un fin mejor: para proteger la independencia de los diputados, los padres de la Constitución hicieron que el escaño fuera suyo en lugar del partido por el que se presentaban, lo que deja en manos de cada individuo el uso que haga de él, e impide muchas veces a los partidos reaccionar con la debida premura. Lo que sin duda no sería un obstáculo si, en palabras de la vicepresidenta María Jesús Montero, cada uno tuviera muy claro lo que tiene que hacer. Lo que nos falta es una cultura de la reparación que evite que, cuando se comete un error evidente, uno se resista a pagar su precio.

El ex ministro Ábalos cometió un error evidente al poner su confianza técnica en alguien carente de las necesarias cualificaciones, y su confianza personal y política en alguien que, según todos los indicios, no la merecía. Lo segundo le puede pasar a cualquiera, lo primero no. Y por eso todo esto ya se está prolongando demasiado. 

Lo que nos falta es una cultura de la reparación que evite que, cuando se comete un error evidente, uno se resista a pagar su precio

La historia desdichada de este país demuestra que avanzar es difícil, ha sido costosísimo llegar hasta aquí y lo seguirá siendo cada nuevo paso que se dé en el futuro. La razón es tan fácil que duele: la fuerza del atraso se fundamenta en poderes reales y tangibles, la del progreso únicamente en la voluntad de las gentes de a pie, encabezadas por sus representantes. Mantener esa voluntad en pie exige marcar un alto listón moral y estar siempre dispuesto a sostenerlo. Es verdad que no es justo que, al parecer, a unos se les exija más que a otros. Sin embargo, aceptar que es así debe considerarse la prueba de fuego de hasta dónde se está dispuesto a llegar en defensa de las propias convicciones.

Se siente uno tentado a lamentarse de los tiempos difíciles que nos toca vivir, pero todos lo son. Eso es la política: el arte de gestionar tiempos difíciles. Resolver problemas como el que nos ocupa es una forma más de reivindicar ese arte complejo, la mejor expresión de aquello a lo que llamamos democracia.

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