martes. 23.04.2024
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Marx concibió la Historia –con mayúsculas– como una sucesión de modos de producción, donde la lucha de clases juega un factor decisivo. Por supuesto hay que admitir previamente que existen las clases sociales –lo cual es difícilmente negable–, que existe una lucha entre ellas y, además, que, en el modo de producción capitalista, la clase obrera tiene casi el monopolio de la revolución, lo cual es más que dudoso históricamente. Spengler y Toynbee lo vieron de otra forma. Especialmente este último lo vio como sociedades distinguibles en el espacio y en el tiempo que se desarrollan como organismos vivos que nacen, crecen, se desarrollan –aunque a veces quedan varadas en el tiempo- y mueren. La historia puede ser interpretable, aunque no los acontecimientos, los hechos. Mejor dicho, la historia se construye a partir de los últimos y el éxito de ello depende de la profesionalidad y asepsia investigadora de los profesionales. Pero la historia que pasa incluso a los libros de texto no siempre tiene la bondad de la cientificidad –que no es ni puede ser la de la Fisica precisamente– y sí mucho de propaganda, de topismo, de relato interesado. Por eso George Orwell incluía en su obra 1984 el Ministerio de la Verdad como uno de los ministerios esenciales para construir un mundo oficial y esa neolengua, donde las palabras tienen usos arbitrarios. También cosas parecidas se sostienen en la otra gran distopía que es El Mundo Feliz, de Aldous Huxley. La cumbre del uso del binomio verdad/mentira la expresó el ministro de Propaganda nazi cuando dijo aquello de que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Todos los países tienen sus relatos y anti-relatos de leyendas negras, relatos que llegan a la escuela y que tanto perjudican para construir sociedades basadas en la solidaridad y no en el egoísmo, en la competitividad a muerte y no en la cooperación, en el privilegio y no en la igualdad real y de oportunidades. La reciente polémica sobre la leyenda negra española a raíz de las obras de Elvira Roca ha traído al primer plano la importancia de la construcción de la historia a partir de los hechos o no, especificada en torno a la inacabable leyenda negra. La revisión de la historia de Inglaterra –más que la del Reino Unido– por parte de algún historiador de prestigio ha puesto sobre el tapete los tópicos que también se cuelan en los libros de textos de ese país, especialmente la historia de la supuesta invencibilidad de su Royal Navy, que es más imbecibilidad que historia. También se pone en cuestión recientemente la profesionalidad y preparación de los ejércitos de Hitler, especialmente de sus divisiones de las SS. Son apenas botones de muestra de la necedad y de la dificultad de construir una historia veraz, incluso por parte de los historiadores profesionales.

En España hemos navegado bajo el relato de las dos Españas que ha recogido el historiador, recientemente fallecido, Santos Juliá; también con el Spain is different, con el cual justificaba el atraso económico el franquismo, hasta llegar al intento de Aznar de ganar unas elecciones mintiendo a los españoles y al planeta sobre la autoría de los atentados de Atocha. Entonces, su consejero áulico, le dijo que si el autor del atentado era ETA ganaba las elecciones, pero si era el terrorismo islámico las perdería. Y las perdió porque la mentira no sobrevivió a las manifestaciones que el propio gobierno aznarista convocó cuando, parte de los manifestantes, gritaban aquello de “¿quién ha sido?”. Yendo al momento actual, a raíz de la pandemia hay una lucha encarnizada por parte de la derecha política y mediática por imponer el relato de que el gobierno de Pedro Sánchez llegó tarde a la misma, a pesar de que los datos ofrecidos por la OMS dicen que se decretó el estado de alarma cuando en España había menos muertos que en Italia, Francia y Reino Unido, por no hablar de USA, Brasil, etc. Si seguimos la máxima intelectual de Lenin del análisis concreto de la situación concreta, la lucha por el relato es la forma concreta que adquiere la lucha de clases en España y, sospecho que también, en el resto de las democracias. Eso a falta de una capacidad de movilización que, en España, se hizo patente con la reforma laboral del PP del 2012, la reforma mas lesiva para los asalariados de la historia de la democracia: no se movió ni el tate. Y en esa lucha por el relato no solo está en redes interesadas mediante bulos, sino también en el ABC, la Razón, en El Mundo; incluso está en la perversión del lenguaje que tanto denuncia Alex Grijelmo en el diario el País, diario que tampoco se salva aunque hay diferencias. Por ejemplo, en el diario El Mundo se decía hace algunas semanas que “el Gobierno anuncia 585 nuevas muertes por Covid y admite que no controla los datos tras 34 días desde el estado de alarma”. El verbo admitir se admite –valga la redundancia– cuando se ha sostenido una tesis contraria o, al menos, distinta, pero el Gobierno, con razón o sin ella, con acierto o sin él, no ha sostenido nada distinto. Y en cuanto a los datos del Ministerio de Sanidad depende de los datos que le proporcionan las Comunidades Autónomas. Leyendo el titular –que es lo que le importa al periódico– pareciera que las Comunidades o no existen o no son competentes de la responsabilidad de su propia información, que pasan al Ministerio correspondiente a la vez que intentan traspasar también su propia responsabilidad. Es un ejemplo de la lucha por el relato. En el ABC se decía que “Sanidad confirma cierta distorsión en las cifras diarias” en un titular y, más abajo, que “El Gobierno cambia el sistema de notificación de los fallecidos”, sin que aparezca en estos titulares que son las Comunidades Autónomas –especialmente las de Madrid y Cataluña– las que están cambiando el criterio de recuento y aportando datos falsos al Ministerio aunque, incluso, no tuvieran mala intención informativa. Que quede ahí la cosa por aquello de no juzgar y no seréis juzgados. Un caso extremo de creación de relato interesado es el de la Razón, cuando, en un titular, decía que “Iglesias, la pesadilla del Consejo de Ministros”, porque –decía el diario– que el vicepresidente quiere “inyectar sus propuestas extremistas propias de países como Cuba y Venezuela”. Las comillas lo son del diario. ¿En qué se basaba este diario para sostener semejante tesis y sostenerla entre comillas? Decía que, “según la fuentes consultadas” –que es como no decir nada–, pero concretaba que “en la Moncloa me asegura ¡una persona con despacho en el complejo!” (se supone que el de la Moncloa). Las admiraciones son mías. Podría ser desde un conserje hasta un posible personal de la limpieza porque no especifica más. Con esa fuente el diario de la Razón da esa noticia. Esta vez las cursivas son mías. Otro ejemplo más. En el ABC se criticaba a Pablo Iglesias –cómo no– porque “Pablo Iglesias ha cuestionado este martes el régimen constitucional de 1978 y ha defendido el régimen republicano donde el jefe del Estado jamás se vista de militar”. Para el ABC cuestionar la Monarquía como forma de Estado es alta traición, pero vayamos a lo que decía el tuit de Pablo Iglesias que el propio diario trae a colación: “Hoy, en días en los que se reordenan las prioridades y la realidad nos recuerda de golpe cuáles son las cosas que verdaderamente importan, aquellas que sostienen la vida y nos construyen como sociedad”. Tuit del 14 de abril del 2020. No hacen falta más comentarios. En efecto, lo importante era el titular y no la verdad. Son estos apenas un botón de muestra, apenas retazos de la lucha por el relato que la derecha, los periódicos de derechas, los periodistas de derechas, que están embargados para derribar el gobierno de coalición, sea por lo civil o por lo criminal, como decía el añorado por los atléticos don Luis, el Zapatones. Más ejemplos de cómo la derecha –esta vez política– intenta colar la mentira. Según el PP bajo su mandato no ha parado de crecer el presupuesto de la Sanidad Pública –aunque ellos procuran evitar lo de pública para incluir su añorada “sanidad privada”– cuando los datos del Ministerio de Sanidad, que los obtienen de las Comunidades, indican que el gasto público per cápita pasó de 1,458 millones en el 2011 (el PP ganó las elecciones en noviembre) a 1,368 al año siguiente y a 1,321 en el 2013, pero nunca se alcanzó la cifra de 1,495 del 2010 y, ni siquiera, la del 2011, siendo la más cercana la del 2016 con 1,435. Cuando los datos son números la mentira se asfixia. Otro tema deleznable es la imposibilidad que tienen los medios de comunicación de separar información de opinión. Un ejemplo. El ABC daba la noticia de que “Portugal sorprende a Europa y frena mejor el coronavirus”. Creo que la sorprendida no es Europa y sí el periodista y sus prejuicios. Pero el diario remata la supuesta información diciendo como información –inmediatamente debajo del titular– que “la cadena de aciertos del Gobierno socialista de Antonio Costa en la gestión de la pandemia contrasta con la sucesión de errores del Ejecutivo liderado por Pedro Sánchez”. Este el moderno periodismo o, al menos, el periodismo de la derecha: pura bazofia, incapaz de separar información de opinión. Esto último si es un juicio de valor mío porque se está enjuiciando, pero siempre separando información de juicio y/u opinión. Un último ejemplo para no agotar la paciencia del lector. En el diario digital elEconomista se dan en días distintos estas noticias: “Alemania se prepara para nacionalizar empresas si el impacto del Coronavirus se descontrola”. No hay juicio de valor, correcto, pero de España se dice que “Iglesias quiere nacionalizaciones y socializar ahorros como Venezuela”. La intención es la misma, la posibilidad de nacionalizar empresas, pero la diferencia es notable en el tratamiento de la información: la primera no enjuicia, la segunda enlodaza la información. De nueva pura bazofia periodística.

Se puede llenar memorias digitales enteras con las mentiras, bulos, uso intencionado de la información contra cualquier principio deontológico del periodismo. Y esto es la lucha de clases actual, la lucha de clases en la teoría, de la que hablaba Louis Althusser y que cada vez adquiere más importancia a falta, para bien o para mal, de la otra. ¿Con qué fin? Pues con el otro vector de la derecha que es conseguir por lo civil o por lo criminal, con golpe de Estado como propugna VOX o con golpe de Estado blando, como propugna el PP, que es trincar el BOE del Estado como sea. Ahí estuvieron ambos partidos antes, durante y después de la moción de censura, durante la propuesta por el monarca de Pedro Sánchez para la investidura. No exagero porque Pablo Casado estuvo sosteniendo la ilegitimidad del futuro Gobierno porque se había obtenido mediante una moción de censura, a pesar de la constitucionalidad del procedimiento. Claro que se puede y se debe discrepar del Gobierno de turno, pero propalar a los cuatro vientos que es ilegítimo cuando es mentira es incitar a los militares a arreglar el asunto manu militari. Lucha por el relato, con mentiras, bulos de la derecha sostenida y alimentada por la mayor parte de los medios de comunicación, incluso aquellos que se reputan así mismos como serios, y BOE es cómo se concreta la lucha de clases en el presente, en España al menos. La lucha es descarnada y quién la gane tiene muchas probabilidades de ganar las próximas elecciones. Pero hay varias asimetrías. La izquierda solo puede ganar desde la verdad y, de momento, la mentira se impone; la segunda es que la izquierda no da la suficiente importancia a la lucha por el relato, que nunca ha valorado suficientemente la importancia de tener el BOE a su lado. La derecha siempre lo ha valorado convenientemente y, cuando lo ha visto en peligro, ha dado pronunciamientos o golpes de Estado para conseguirlo. Ahora, en este siglo, en la UE, lo tiene mucho más difícil y no le queda más remedio que pasar por las urnas en lugar de pasarnos por las armas a los de izquierdas, a los liberales, a los que les estorban, etc. Veremos.

El relato como lucha de clases