viernes. 19.04.2024
debate elecciones madrid
Foto: Nuevatribuna

Cuando nos dio por pensar que el coronavirus tenía pasaporte chino, lo miramos con cierta despreocupación. Eso nos quedaba muy lejos y no tenía por qué afectarnos. Con el trumpismo teníamos una impresión similar. Parecía un fenómeno típicamente norteamericano y difícil de exportar. Sin embargo, ahora tenemos entre nosotros un trumpismo a la madrileña, que puede hacerse más famoso que los callos o la Plaza de Toros de las ventas.

El debate por las elecciones del cuatro de mayo lo ha dejado muy claro, por si quedaba alguna duda. Frente a los datos y las argumentaciones, la actual presidenta de la Comunidad de Madrid -gracias a su malhadado pacto con Ciudadanos-, se limita a lanzas invectivas y lugares comunes insustanciales. Tampoco sabe responder a las preguntas concretas que se le formulan, antes las que sólo se muestra retadora y desafiante.

A la pregunta de ¿cuántos madrileños están en lista de espera? -tras quedarse en blanco-, responde: “dígamelo Usted, que es la profesional sanitaria”, dicho con retintín, como si profiriese un insulto y con un tonito desabrido. También acusó a Mónica García de no saber lo que es el coronavirus, pese a estar hablando con una médico que ha estado en las Unidades de Cuidados Intensivos en los peores momentos de la pandemia.

Ayuso presume de un sistema sanitario modélico, al que su partido lleva décadas descuidando en aras de una sanidad privada y al mismo tiempo desprecia la labor de uno de sus integrantes, al que por añadidura acusa de cobrar por partida doble, como parlamentaria de la Asamblea de Madrid y profesional de la sanidad, porque su desfachatez no tiene límites.

Para defender el hospital Zendal, Ayuso tampoco aporta datos del servicio que ha prestado en la pandemia. Simplemente dice que se ha criticado mucho su proyecto,, sin aportar ningún dato que justifique su existencia o explicar por qué ha tenido que trasladar forzosamente a todo tipo de personal sanitario desde otros hospitales, mermando sus efectivos en pro de un objetivo meramente propagandístico que de paso ha beneficiado a algún promotor inmobiliario.

Incluso convierte sus desafortunadas declaraciones sobe las colas del hambre en un arma arrojadiza. Esas cosas existen porque la izquierda las fomenta, para luego  subvencionarles. Disculparse o matizar sus palabras podría debilitarla, según sus asesores. La porfía parece dar más réditos electorales. Nunca deja de mostrar una pasmosa seguridad, aunque para ello deba faltar a la verdad o hacer trampas dignas de un consagrado tahúr.

Ayuso memoriza bien las consignas y las recita como si fueran un mantra sin reparar en lo que dice, pero se paraliza cuando se ve interpelada y obligada a improvisar

Con todo, se la veía incómoda. Es obvio que echaba de menos a su ventrílocuo. Cuando este actúa, uno se fija en el muñeco y no en los labios de quien habla. Pero la figura poco puede hacer sin el espíritu que articula su discurso. Ayuso memoriza bien las consignas y las recita como si fueran un mantra sin reparar en lo que dice, pero se paraliza cuando se ve interpelada y obligada a improvisar. Por eso no habrá más debates.

Pablo Iglesias domina el medio y supo estar. Gabilondo hizo su papel. Lo suyo sería rodearse de buenos gestores y articular un gobierno serio y honesto. Pero Mónica García logró transmitir ilusión. El mensaje que dirigió a sus hijos suscitaba emociones positivas. La política le exigía tanta vocación y compromiso como su profesión médica. Esta profesional sanitaria está acostumbrada a cuidar de los demás en momentos muy difíciles y esa empatía es la que brilla por su ausencia en una profesional de la política que no ha hecho otra cosa en su vida.

Ayuso es quien ha gobernado en Madrid y por lo tanto la máxima responsable de la gestión regional de la pandemia. Por mucho que intente transferir las cosas malas al Gobierno central por no controlar Barajas, arruinar a las familias con las restricciones de movilidad o desbaratar sus iniciativas, los madrileños deben recapacitar si quieren más de lo mismo.

Bajar los impuestos significa restringir aún mÁs los servicios públicos. Esto sí sabe hacerlo y esa labor está muy acreditada por su formación política. Siempre nos queda el consuelo de que en los bares puedan convivir ricos y pobres, como si eso disolviera la diferencias entre opulentos e indigentes. En realidad cuesta parodiar lo que ya es de suyo una parodia  y que sería risible si no fuera porque no tiene ninguna gracia ver semejantes dosis de irresponsable frivolidad en un gestor político.

También había otra candidata que, según Ayuso, ha caído del lado bueno de la historia. Pero sobre eso más vale correr un tupido velo. La estulticia cobra otra dimensión cuando deviene algo aún mucho más peligroso y se limita a azuzar el odio sin más. Hay muchos precedentes históricos que testimonian desenlaces trágicos abonados por ese ideario excluyente.

Cuando hay un malestar social exacerbado y un estrés reactivo generalizado, el desanimo de la ciudadanía se deja captar por el pensamiento mágico de los aprendices de brujo. El trumpismo madrileño de Ayuso cultiva ese tipo de discurso, declamando únicamente lo que la gente quiere oír, al margen de su veracidad o inconsistencia.

El pensamiento mágico del ayusismo trampista