viernes. 29.03.2024
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La extensión del Covid-19 por gran parte de los países ha obligado a los gobiernos democráticos a tomar medidas excepcionales. El estado de alarma obliga a los ciudadanos a no salir de casa, la centralización del poder en los jefes de estado y en los presidentes de gobierno ha restado el protagonismo del resto de autoridades nacionales, regionales y locales. Y la participación del ejército en labores civiles ha alterado su propio funcionamiento y sus misiones.

La ciudadanía, dada la excepcionalidad de la situación y el pánico generalizado, ha aceptado la supresión de sus derechos y libertades a cambio de que sus gobiernos controlen el virus. Una situación excepcional necesita respuestas excepcionales. Esas medidas, aunque sean necesarias, son un riesgo para la democracia. La sociedad, ahora más que nunca, debe actuar con conciencia democrática y no dejarse llevar por comentarios populistas, nacionalistas y autoritaristas que ensalzan la importancia de la centralización de los poderes para solucionar los problemas actuales. Al Covid-19 no lo vencen gobiernos más autoritarios, sino sociedades libres y concienciadas con la situación.

Los partidos de ultraderecha también están aprovechando la situación para absorber el descontento social

Esa amenaza ya se ha podido comprobar en Europa. En Hungría, Viktor Orban ha aprobado una ley que permite mantener el estado de alarma de manera indefinida. Y en Rusia, Vladimir Putin ha conseguido aumentar la videovigilancia y el control telemático de sus ciudadanos. Además, al inicio de la crisis, reformó la Constitución para poder continuar en el poder a partir de 2024. Los partidos de ultraderecha también están aprovechando la situación para absorber el descontento social. Aumento del patriotismo, criticas a la globalización y a los emigrantes son algunas de las propuestas de Vox en España, de la Liga en Italia y del Rassemblement national en Francia.

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La Unión Europea, institución supranacional compuesta por estados democráticos, es otra de las organizaciones que puede salir damnificada. Los encuentros virtuales de sus jefes de estado de los países miembros han evidenciado la falta de solidaridad y la fractura interna. Los Países Bajos y Alemania se han opuesto a aprobar medidas económicas excepcionales (coronabonos) para que los países mediterráneos (Francia, España e Italia) puedan hacer frente al endeudamiento generado por la pandemia. Esto ha provocado reacciones hasta el momento inéditas. El primer ministro portugués, Antonio Costa, calificó de “repugnante” el desprecio del ministro de finanzas neerlandés hacia España e Italia. Pedro Sánchez, presidente de España, en un editorial en el diario El País, también ha pedido apoyo y colaboración entre los socios europeos para evitar una mayor crisis comunitaria. La imagen de la UE también se ha visto erosionada por el apoyo que recibió la región italiana de Lombardía de Cuba, Venezuela y China. Estos países, criticados con bastante frecuencia por Europa, han acabado recibiendo una ayuda médica que, en parte, ha sido denegada por el resto de países de la UE. El problema de esta crisis es que es un argumento para que aumente el nacionalismo y eso es un problema para las democracias.

La responsabilidad de mejorar el sistema democrático no debe ser una competencia exclusiva de los gobiernos. La ciudadanía es la que debe demandar cambios

Tras el Covid-19 se impondrá una “nueva realidad”, pero esta no puede caracterizarse ni por el descenso de derechos y libertades, ni por el final de la UE. Los sanitarios, en gran medida, están siendo los encargados de luchar contra el avance de la epidemia. Sin embargo, la responsabilidad de mejorar el sistema democrático no debe ser una competencia exclusiva de los gobiernos. La ciudadanía es la que debe demandar cambios que permitan mejorar las deficiencias actuales y evitar caer en el miedo y en lo que Géraldine Schwarz ha calificado de “dictaduras verdes”. La mejora de los sistemas públicos, tras el evidente fracaso de la privatización de la sanidad y la educación, debe ser uno de los primeros pasos que debe reclamar la sociedad. Pero para ello debe tener una participación política activa, que solo es posible en sistemas más democráticos. Por su parte, la UE debe actual lo más rápidamente posible. Su gran capacidad de actuación puede resultar crucial para las economías de muchos de sus países miembros (siempre que no se actúe como en la crisis de Grecia en 2011). Pero esa ayuda financiera puede tener un impacto social más importante todavía que el económico. Permitiría combatir las ideas eurofóbicas y, sobre todo, frenar el auge de los nacionalismos y del patriotismo, que pueden ser los grandes peligros de los próximos años. El virus ha colapsado el sistema, pero no podemos dejar que destruya los valores sociales y ciudadanos que se han conseguido, con mucho sufrimiento, en el siglo XX.

Los peligros del coronavirus para la democracia