viernes. 19.04.2024

El Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria del Instituto de Salud Carlos III (MoMo) aplica un programa informático que prevé cuánta gente habrá muerto entre el uno de enero y el último día de cada año. El MoMo suele acertar en sus predicciones con un muy bajo margen de error, que no obstante puede fallar si surgen acontecimientos extraordinarios (una guerra, una pandemia) que interfieran en la tendencia basada en las variables predecibles.

Sin saber a priori que iba a ser un año fatídico, el Instituto Nacional de Estadística (INE)  estimó para 2020 una cifra de muertes similar a la de 2019. Sin embargo acaba de hacer público que en el año recién finalizado ha habido 70.703 defunciones más de las esperadas, y es significativo que el 63% de estas muertes se hayan producido en los meses de marzo, abril y mayo coincidiendo con la primera ola de la pandemia. Lamentablemente, la epidemia del coronavirus ha ocasionado la mayor tasa anual de mortalidad conocida en España desde que existen registros. Sólo en la Comunidad de Madrid, durante la primera ola murieron un 193% más de personas de lo que suele ser normal cada año en ese periodo.

Cuando una catástrofe se prolonga en el tiempo (conflictos bélicos, hambre en el tercer mundo, pandemias…), es posible que escuchar cada día lo que informan los medios, nos predisponga a convertir las pérdidas humanas en datos asépticos que desdibujan los contornos de la tragedia confiriéndole cierto rango de normalidad. Para que esto no sucediera en la pandemia que ahora sufrimos, sería necesario que los medios no incurrieran en el error de dulcificar la información, pues esto equivaldría a normalizarla.

Quienes siguen los informativos son adultos con el derecho —y la obligación— de conocer la realidad y enfrentarse a ella con el mayor realismo posible. Suavizar las noticias para huir del catastrofismo equivale a negar la catástrofe y abocarnos al riesgo de que al escuchar el número de muertos y contagiados de cada día, le confiramos al infortunio un rango de normalidad. Esto es debido a que el subconsciente, para evitarnos sufrimiento, tiende a convertir en meros datos a los seres humanos anónimos que enferman y mueren cada día, y un ejemplo lo encontramos en la nula atención emocional que le prestamos a las muertes civiles en un bombardeo cuando nuestra actitud es girar la cabeza, mirar al plato para seguir comiendo. 

Centrándonos de nuevo en la pandemia, hay que impedir que se le  otorgue a la desgracia un rango de normalidad que predisponga a la población a bajar la guardia en vez de esforzarse en aplicar las medidas necesarias para evitar el contagio. La sociedad debería adoptar una postura enérgica y coherente con la realidad de la pandemia, y los gobiernos y los medios de comunicación tendrían que huir de comedimientos y falsos remilgos al informar.

Es un hecho que conocer la verdad sin maquillaje podría fomentar ansiedad y estrés, pero no es menos cierto que ofrecer un derroche de datos y estadísticas, así como eludir las imágenes mas desgarradoras en los informativos, obstaculiza la toma de conciencia del sufrimiento y las muertes provocadas por el Covid-19 y predispone al incumplimiento de las medidas de higiene y prevención. Parafraseando a Arturo Pérez Reverte, me sumo a sus declaraciones de que no nos han enseñado suficientes muertos y por eso, todos estos meses de tragedia y dolor no han servido para un carajo. Y así estamos todavía, protestando porque no nos dejan tomar unas cañas o bailar en las discotecas.

Conforme los medios sean blandos y el gobierno no aplique medidas ejemplarizantes con quienes atentan contra la salud pública, las víctimas del coronavirus irán perdiendo su condición —y derechos— de seres humanos mientras el subconsciente colectivo los convierte en fríos datos y gráficas. Se impone una llamada a la sensatez, a la cordura, a la solidaridad y a la conciencia social, muy por encima del confort individual de quienes actúan como si la pandemia no fuera con ellos y prefieren acudir a una cena o a una fiesta sin pararse a pensar cuantas vidas puede costar satisfacer su ansia de diversión.

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