domingo. 28.04.2024

Me encanta la expresión montar una pajarraca, quizá sea por su potente fonética. No soy dado a montar pajarracas pero siempre estoy atento a identificar aquello que pueda ser o derivar en pajarraca. Y lo que veo que pasa en el entorno de Núñez Feijóo y en sus extensiones voxeras, huele a pajarraca de libro. No hay una definición precisa de este término, el diccionario de la RAE no lo hace, de modo que hemos de valernos de nuestras apreciaciones para el análisis del fenómeno en el contexto de la derecha fuera de sus casillas, poseída de un insano furor. Porque eso es lo que viene a significarse cuando se alude a montar una pajarraca, a hacer mediante impostación excesos verbales y gestuales exagerados para confundir o alterar al interlocutor de que se trate. Montar una pajarraca es algo intermedio entre clamar en el desierto y el berrear de un niño enfurruñado.

Y así anda la derecha, enrabietada y sin recursos para corregir los efectos de su desnortación populista. El discurso de Feijoo y las puntualizaciones a las intervenciones de los grupos de la cámara de esta semana suenan a rabieta infantil, a la soberbia prepotente de quien se sabe dueño del balón en el patio, sólo que el patio ha decido jugar al pilla–pilla, juego en el que no se necesita esférico. Los actores más significados de la posición política de la derecha, con Feijoo en el papel del gordito simplón, están a centímetros de pedir la independencia de su España de la otra España. Con gusto el triunvirato formado por AznarMiguel Ángel Rodríguez y Jiménez Losantos desearían un desgajamiento de Madrid y su contorno mesetario para formar una unidad nacional homogénea, sin otra lengua que la castellana, sin más historia que la descrita por Menéndez Pelayo, con un rey y su corte de fieles dotados de un poder delegado por la divinidad. En fin un país como debe ser, tan adorable que si fuere necesario eliminar la discrepancia no tiemble el pulso a ninguno y ejecute cuanta cirugía de limpieza sea necesaria, ya se sabe hay más paredones que botellines.  

Montar una pajarraca es algo intermedio entre clamar en el desierto y el berrear de un niño enfurruñado. Y así anda la derecha

Lo único es que como esta visión de la nación arrastra tintes de patria imperial, no se puede renunciar a disponer de provincias sean geográficas, religiosas, culturales, étnicas o de identidad de género. No pueden renunciar a poseer provincias territoriales y sobre todo mentales, pero como no pueden imponer su modelo made in Spain, la impotencia les lleva aturullarse, agobiarse e incapacitarse más y más. Si alguna vez hubo una posibilidad de compatibilidad de las fórmulas centralistas y las periféricas vistas con ojos derechosos, ha saltado por los aires y ya nunca más volverán a estar en la agenda. Las maniobras escondidas de rechazo a las nacionalidades por la mañana y de cesiones por la tarde que practicaron otros actores de la derecha palurda han quedado evidenciadas y descreditadas. Parece que alguien ha gritado: ¡se acabó!  

La constatación de ello, la comprobación de que el juego del balón ha perdido atractivo, que se puede jugar a otras cosas mucho más divertidas lleva a la derecha a un estado de frustración y de autopresión que solo puede liberar mediante sueltas extemporáneas de proclamas, falsedades y maledicencias. Bajan la intensidad de su malhumor utilizando válvulas de escape, pajarracas al fin, pues no son más que exageraciones incongruentes destinadas a quedarse uno a gusto. Cuanto más aislados están, más responsabilizan a los demás de su soledad y nos lo recriminan montándonos pajarracas de cuidado.

Cuanto más aislados están, más responsabilizan a los demás de su soledad y nos lo recriminan montándonos pajarracas de cuidado

Y tengo la impresión de que esto no ha hecho más que empezar. Los triunviros antes mencionados están en su salsa. Aznar, MAR y Losantos son personajes campeadores, de los que creen crecerse en las dificultades y que facilitan por tanto el camino para dirigirse a ellas. Han tomado las riendas de la derecha tipos infames, campeones de la tergiversación, ambigüedad calculada y de la difamación que van a dirigir una oposición plagada de negruras, las propias de las pajarracas que piensan montar. 

Y si no al tiempo. A quienes no aceptamos este juego ridículo nos queda por soportar una turra que no veas. Tenemos eso sí argumentos para el optimismo; por ejemplo, la autorizadísima voz de Aznar graznará por boca de Ayuso, y sin querer ofender, lo de esta mujer raya con lo bobalicón, no amedrenta como la original. Bendodo y Sémper ya no pueden seguir manteniendo la máxima de MAR de que la mitad de lo que se invierte en publicidad se tira, pero no se sabe qué mitad es y por tanto hay que insistir con el todo. Según Rodriguez, hay que mentir, mentir y mentir hasta que parezca que algo es verdad, y la verdad es que ya ha mentido tanto que no se le cree ni en casa. 

A Losantos se le ha muerto su empleador político. Murdoch abandona el imperio de comunicación que hizo de la pajarraca un estilo de vida. El empleador de Aznar dice arrepentirse de los errores cometidos y anima a su heredero a favorecer la existencia de un mundo mejor ¡Qué gracia que lo diga después de apoyar la destrucción de Irak con pruebas falsas o promover la manipulación de las elecciones en USA para desalojar al vencedor Trump! 

No sé si le hace la misma gracia al señor Federico, pero que sepa que la pajarraca cotiza a la baja.

Montar una pajarraca