martes. 30.04.2024
Abogada y antigua líder de Compromís, Mónica Oltra

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Si acudimos a la versión online del DRAE y tecleamos en la pestaña de búsqueda la palabra “indicio”, enseguida comprobamos que, en plural, se utiliza en el marco del Derecho y significan algo así como “que mueven de tal modo a creer algo, que ellos solos equivalen a prueba semiplena”. Como uno no es experto en Derecho porque no se ha puesto a ello (o como diría nuestro insigne Feijóo, porque no quiero), lo de “prueba semiplena”, lejos de despejar las dudas y de aliviar mi angustia, me sumió aún más en la confusión y, sobre todo, en la desconfianza (o en un estado de semidesconfianza que siempre han despertado en mí las palabras precedidas por ese temible prefijo). Logré dominarme, proseguí la búsqueda y encontré que una prueba semiplena es, en Derecho, “una prueba imperfecta o media prueba, como la que resulta de la declaración de un solo testigo, siendo este de toda excepción”. Aunque menos confuso, no me encontré más tranquilo, y menos cuando, en su segunda acepción, se me revela que la palabra “indicio” remite a “cantidad pequeñísima de algo, que no acaba de manifestarse como mensurable o significativa”, y en ese espeluznante superlativo, “pequeñísima”, veo entrar casi todo el torrente de sinónimos que el buen diccionario me ofrece: vestigio, atisbo, asomo, vislumbre…

El caso de Oltra ha sido otro triunfo de la ultraderecha en nuestro país

Así pues, un indicio o un grupo de indicios, a priori y se mire(n) por donde se mire(n), además de no ser gran cosa, es una cosa poco fiable. Para escapar a tan pobre destino, un indicio necesita ser sólido, razonable, fundado, fundamentado. En otras palabras, necesita peso y, además, requiere que así se escriba o se diga, que los letrados y los abogados escriban o digan públicamente que tales indicios de tal causa son suficientemente sólidos o fundados. Si, por desgracia y por el contrario, esta premisa no se cumple y, además, no se cumple en territorio español, se corre el riesgo de iniciar un arduo y laborioso calvario, perdón, proceso político-mediático-judicial con muy altas probabilidades de acabar en nada (de causa vacía la califican algunos analistas) en lo que a efectos penales se refiere, y acabar en todo, o más bien, acabar con todo y con todos, si atendemos al costo, tanto en su variante económica (que pagamos de nuestros bolsillos), como en la, sobre todo, personal de los injustamente investigados.

La abogada y antigua líder de Compromís, Mónica Oltra, y su equipo de hasta 14 colaboradores y funcionarios, no solo vieron su futuro político echado por tierra (se habla ahora de “rehabilitarla” en el seno de la izquierda valenciana), sino su vida diaria y familiar rotas durante dos años de investigación de lo que nunca dejaron de ser “meras sospechas, especulaciones o conjeturas sobre los que no puede basarse una imputación judicial definitiva”, en palabras del magistrado que acaba de archivar provisionalmente la causa.

El caso de Oltra llueve sobre el mojado de, al menos, otros ocho ejemplos de guerra judicial contra políticos o partidos políticos de izquierda (alentados por el correspondiente aparato mediático-político de las derechas de siempre y, en el caso que nos ocupa, recibidos, hay que decirlo, con el silencio mezquino de muchos de los antiguos compañeros del bloque de coalición y de su propio partido y partidos afines que callaron y le dieron la espalda cuando se desató la tormenta y ahora son los primeros en apuntarse el tanto de la solidaridad y la palmadita en la espalda tuits y declaraciones mediante) que, tras prolongarse en el tiempo con el claro objetivo de desgastar, desprestigiar y perjudicar seriamente a sus víctimas, no acabaron en nada (salvo en la causa contra la exjueza Victoria Rosell, que sí acabó con el juez corrupto Salvador Alba en la cárcel) y por las que ninguno de los que las iniciaron, promovieron y vocearon han pedido perdón ni afrontado consecuencia alguna.

Nos estamos acostumbrando a “dejar hacer”, aunque ese “dejar hacer” nos acerque un poco más al abismo. Llueve sobre mojado y no nos importa empaparnos

Debemos entender, porque el ser humano es terco y tropieza miles de veces en la misma piedra, que no será el último ejemplo de este uso vil de la justicia como arma arrojadiza de la política. Debemos entender, porque el ser humano está programado para adaptarse al medio, por tóxico y embarrado que esté, que nos lamentaremos, de una u otra manera, por estas tendencias deleznables pero que, de igual modo, nos olvidaremos pronto de ellas ante el alud de corruptelas y “tú más” que lleva demasiado tiempo infectando la política española. Nos olvidaremos de que el caso de Oltra ha sido otro triunfo de la ultraderecha en nuestro país (con la ayudita, insisto, de la izquierda cainita y disgregante). Nos estamos acostumbrando a “dejar hacer” (me vienen a la cabeza los ultras que en su momento acosaron a la afectada en su domicilio y que resultaron absueltos, por no hablar de la inexplicable y canallesca inacción del ala socialista del anterior gobierno de coalición durante el asalto continuo al que la misma grey sometió la vivienda familiar del entonces vicepresidente segundo), aunque ese “dejar hacer” nos acerque un poco más al abismo. Llueve sobre mojado y no nos importa empaparnos.

Aquí no ha pasado ná (otra vez)