jueves. 28.03.2024

Ciertamente debo reconocer que cada día que pasa no puedo por menos que sentir vértigo, incluso intimidación ante la realidad económica, social, política y cultural que a buen seguro llegarán a azotarnos con crudeza en los próximos meses. Situaciones complejas, en las que las costuras del propio sistema democrático y de la sociedad de bienestar se pondrán a prueba ante los retos y desafíos que tendremos por delante.  Pero debo de reconocer, que junto a este sentimiento de atisbar el futuro con la preocupación y la responsabilidad de quien analiza semana tras semana datos, gráficas y estudios, aparecen otros en la escena de mi cotidiana existencia. Así, la perplejidad y el asombro me golpean cada mañana con fuerza ante el mundo que  uno observa y le rodea.

Un mundo, una sociedad en la que la ciudadanía parece absorta en la quimera imaginaria de que esta crisis pasara en unos meses  recuperándose la vida que dejamos allá por las primeras semanas de este histórico 2021. Un deseo, este que tal vez parta de la mezcla del desconocimiento de la realidad, la necesidad de la esperanza o el infantilismo del corpus social en el análisis de este momento histórico.Pero más allá, de esta percepción propia de quien escribe esta tribuna, se encuentran la realidad de los hechos, la metafísica palpable de los números y las consecuencias que no atenderán a razón alguna  más que a la propia deriva hacía la que nos dirigimos.

El mundo ha cambiado y no volverá a ser lo que fue, hoy, los cambios producidos por la crisis del Covid19 – fruto de un proceso de zoonosis mil veces denunciado como una consecuencia previsible de los procesos de contaminación, calentamiento global y cambio climático – no vienen más que adelantarnos una clave de futuro de hacía donde nos dirigimos de seguir adorando a la economía de la insostenibilidad. 

Si bien, lo que vendrá después de la crisis sanitaria de esta pandemia ya no se podrá obviar, las consecuencias nos golpearan en hechos concretos que veremos en pocos meses. Si hablamos de la economía, sectores como los del comercio, turismo y hostelería verán como al menos un 30% de las empresas vinculadas a los mismos cerraran para no volver abrir como consecuencia de la incapacidad de adaptación a la nueva realidad de lucha contra el Covid19 que se alargará en el tiempo , la falta de pulmón económico propio o la caída de clientes exteriores o nacionales en los que el miedo actuará como limitante de su movilidad o consumo. 

Pero junto a estos ámbitos, otros sufrieran los rigores del impacto económico, de la paralización del consumo, de la falta de movilidad trasnacional y la desactivación de una economía netamente conformada en nuestro país por pymes y micropymes , esas  que  hoy navegan entre una generación de miles de ERTES que continuaran posteriormente en miles de ERES , aumentando de manera rápida los índices de personas desempleadas que verán como la imposibilidad de contar con los ahorros familiares con los que se enfrentaron a la crisis del 2008 les abocara a la necesidad de contar con el  apoyo de un estado famélico en ingresos, ese  que verá como sin ayuda externa  esta respuesta ante la necesidad social será imposible de  atender. 

Una ciudadanía la española, que de igual forma ante esta realidad dejará de tener el ritmo de consumo necesario , volviendo de nuevo al círculo de caída  libre de nuestra economía en los próximos meses. Y frente a ello, las medidas del gobierno que con escasos recursos financieros y económicos intenta como puede frenar las vías de agua de un bote que por momentos parecer zozobrar, un bote que necesitara de manera urgente  la capacidad de inversión y financiación  económica de una Unión Europea que hoy se enfrenta al reto del ser o no ser, de continuar un proyecto europeo o enfrentarse a la desaparición a medio plazo del mismo.Nos enfrentamos, por tanto a un desafío brutal, ese en el que por primera vez el estado como tal se puede ver sobrepasado ante un impacto económico tan fuerte y en tan poco tiempo que haga imposible atender el sistema de prestaciones públicas en su conjunto y al mismo tiempo los propios servicios públicos. Máxime, cuando la caída de los ingresos del estado es una realidad que se mantendrá durante un largo período de tiempo mientras se produce la recuperación del tejido empresarial, emprendedor y de las propias economías familiares de nuestro país.

Por ello, en lo económico hoy nos enfrentamos a la destrucción de un importante porcentaje de nuestras empresas, a la desaparición de miles de empleos y a una caída del consumo  superior incluso a la que aconteció en la crisis del 2008. Y todo ello, en un entorno de crisis  pandemica sanitaria que se extenderá al menos hasta finales del 2021 afectando a todos los sectores productivos de nuestro país de una forma y otra. No por menos, la patronal vasca anunciada hace escasos días que la robusta maquinaría industrial de Euskadi podría perder hasta un 45% de sus empleos.

Pero junto al ámbito de la economía, el social, como consecuencia lógica del primero. Es aquí, donde el golpe que sufrirán  las clases medias y trabajadoras de nuestro país  en forma de desempleo, aumento de la pobreza y  bajada de los niveles de renta podrían permitir el aumento de la falta de confianza ante los partidos tradicionales y los gobiernos que hoy se enfrenta a la gestión de la crisis. Un caldo de cultivo perfecto para el aumento de los  pensamientos políticos nacionalistas, fascistas o de ultraderecha  en un entorno de rescisión de algunos territorios y la depresión de otros.

En definitiva, nos encontramos ante uno de los mayores retos de nuestro siglo , a  la necesidad de construir un sociedad nueva que no será igual a la que dejamos atrás pero que deberá necesariamente de beber de las esencias de la anterior en el fortalecimiento y defensa de un modelo social y democrático de derecho en los que la sanidad ,la educación, la investigación y la ciencia, la economía verde y sostenible o la apuesta por la industrialización del territorio entre otros deberán ser ejes sobre los que pivotar en este nuevo tiempo en el que se deberá apostar por la transformación de nuestro país y su preparación para los retos y desafíos del siglo XXI. 

Un modelo, en el que la reactivación de la economía, la generación de empleo, la vuelta al consumo activo pero sostenible o la ocupación de los espacios de libertad hoy perdidos sólo podrá  ser posible desde una política de alianzas públicas y privadas que con carácter europeo consoliden un programa de inversión económica y estimulación fiscal que unido a una necesaria contribución progresiva y lógica de todos los sectores en el ámbito impositivo permitan la construcción de acuerdos mayoritarios entre sectores sociales, económicos, productivos y políticos.  Sólo este será el camino a transitar , y todo ello aún cuando el mismo conllevará la cruz del aumento déficit  público y el endeudamiento de una que durante al menos una década estará visible en nuestras cifras macroeconómicas hasta que el proceso de adaptación de la sociedad a la nueva realidad sea efectivo. Lo contrario, el no hacer, o hacer para unos pocos, el primar el control del gasto público y la contención del déficit frente al sufrimiento social de la ciudadanía o la apuesta por la insolidaridad y la falta de cooperación sólo nos llevará al colapso como sociedad y la fin del proyecto Europeo.  

Josu Gómez Barrutia | Profesor de Relaciones Internacionales Universidad Europea Miguel de Cervantes

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