jueves. 02.05.2024
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No creo que nadie pueda poner en duda a estas alturas la victoria arrolladora de la ultraderecha en las últimas elecciones municipales y autonómicas. No, no es una victoria cualquiera, es la conquista del poder político real por parte de partidos de un claro y también indudable carácter reaccionario, involucionista, negacionista y clasista. Gracias a ese triunfo, independientemente de lo que suceda en las generales, será la extrema derecha con toreros, tonadilleras, paletos, arribistas, logreros y demás frutas de estrío, la encargada de dirigir las políticas sanitarias, educativas, urbanísticas, ecológicas, habitaciones y asistenciales, es decir, de todo lo que afecta de verdad a los ciudadanos votantes o abstencionistas, porque pese a su tradicional e inmutable inclinación a la corrupción así lo han decidido la mayoría de los votantes españoles, de barrios pobres, de barrios ricos, con cuentas corrientes con muchos ceros o dependientes de ayudas estatales, altos y bajos, amos y esclavos, incluidos y excluidos.

Las elecciones generales deciden quién gobernará el Estado, pero siendo conscientes de que los ciudadanos ya han decidido quienes gestionarán los servicios públicos esenciales, quienes los privatizarán y los entregarán a empresas nacionales y multinacionales previas las correspondientes comisiones y acuerdos extramatrimoniales. Como bien demostró la pandemia, el Gobierno central podrá hacer mucho -en este caso sería deshacer, ya se sabe derogar el sanchismo- si sus señas de identidad son las mismas que rigen mayoritariamente en ayuntamientos y autonomías, de no ser así, siempre habrá doce o trece ayusos para decir que yo hago lo que me da la gana y que la culpa de todo es de los que habitan en Moncloa. Aun así, siendo conscientes de que el poder más visible y menos responsable de sus actos ha sido entregado por los ciudadanos a quienes viven del Estado, pero dicen odiarlo, las elecciones generales son el último frente para frenar un retroceso histórico que nos llevará de golpe cuarenta años atrás, ya sin disimulo, sin falsas vergüenzas, sin derechitas cobardes.

Las generales deciden quién gobernará el Estado, pero siendo conscientes de que los ciudadanos ya han decidido quienes gestionarán los servicios públicos esenciales, quienes los privatizarán

Sabedores de que la corrupción, el latrocinio, el nepotismo, la prevaricación, la destrucción de la naturaleza, las privatizaciones y la desmemoria o la manipulación de la memoria dan votos, los ultras capitaneados por Feijóo se disponen a gobernar todo el Estado y todas las instancias en que éste se sustenta. Entre tanto, hay miles, millones de personas que siguen hablando de nombres, de si éste o ésta van o no en las listas, de las maniobras que se han urdido para deshacer Podemos y dejarnos sin una izquierda verdadera. El error no puede ser más grande puesto que no hay nada que debatir a un mes de las elecciones generales, puesto que todo el mundo es consciente de la ola de reaccionarismo que invade a todos los países democráticos sin excepción. Aquí y ahora se trata de detener el avance de la peor derecha de Europa, de una derecha con raíces franquistas -ya sé que eso a gran parte del electorado le da exactamente igual o lo ven muy bien- aderezada con dosis de trumpismo difícilmente disimulables.

Los nombres son importantes, pueden imprimir ilusión, esperanza, confianza o levantar resquemores, temores o decepción, pero cuando se está ante una amenaza del calibre de la actual sólo las personas generosas, claras, abiertas y desprendidas pueden despertar la emoción perdida por tantos, sólo caminar en la misma dirección, sin personalismos de ningún tipo, puede detener el aluvión decimonónico que se nos viene encima. El partido, pese a todas las encuestas, no está perdido, se trata de convencer a los narcisistas de que pasen a segunda fila, se trata de llevar la primera fila a personas entusiasmadas con la utopía, con el interés general, con la esperanza en un futuro mejor.

Es hora de abandonar rencillas y mostrar entusiasmo por lo que España puedo hacer por sus ciudadanos y de lo que los españoles podemos hacer por España

La ultraderecha de Feijóo y Abascal tiene claro su programa. No hay diferencias entre ellos, es más, creo que la persona más ultra que hay actualmente en un gobierno español es Isabel Díaz Ayuso, aunque sea incapaz de mantener el más mínimo debate asistida por pinganillo. El modelo es ella, y para que ella haya existido ha sido preciso durante años una campaña de prensa y bulos, de permisividad judicial y de mendacidad como pocas veces se ha visto en nuestra historia reciente. Feijóo, al que los medios se empeñaron en presentar como un moderado llegado a la dirección del partido para moderar la tendencia ultra de Casado, nunca fue moderado en Galicia, nunca fue en su tierra partidario de políticas sociales, de aplicar la Constitución en lo más generoso de ella, sino un hombre muy derechas sostenido por los poderes económicos gallegos a los que dejó hacer a sus anchas sin el menor reproche. Su lema está claro, su programa también, derogar el sanchismo dicen, como en otras elecciones pasadas dijeron de otros. No hay más programa a la vista. Han convertido a Pedro Sánchez en el objetivo de sus disparos, lo demás es accesorio. Sánchez fue el responsable de la pandemia, de la muerte de ancianos no asistidos en las residencias privadas de Madrid, del huracán de La Palma, de la guerra que Estados Unidos y Rusia libras sobre Ucrania y de la sequía que amenaza todo el ecosistema español, desde las tierras más húmedas a las que tradicionalmente padecen sequía. No van a decir nada de lo que van a hacer, pero sólo viendo lo sucedido en Valencia, donde han nombrado vicepresidente y ministro de cultura a un torero ramplón, es fácil imaginar la pesadilla vetusta que está por venir.

No caben más discusiones, no caben personalismos, no hay más que luchar unidos para deshacer el entuerto y la zozobra en que viven muchas personas. Hay que ilusionar, que hacer creíbles las propuestas, que demostrar que no se está en política por el cargo, sino para llevar a cabo un programa que beneficie a la mayor parte de la sociedad, que nadie es imprescindible, que todos somos necesarios. Es hora de abandonar rencillas y mostrar entusiasmo por lo que España puedo hacer por sus ciudadanos y de lo que los españoles podemos hacer por España. No sirven tampoco las lamentaciones a posteriori, ni las autocríticas tras la derrota, sirve buscar el triunfo ahora, impedir que España sea tomada de nuevo por quienes jamás hicieron nada por quienes la habitan.

En la hora decisiva