miércoles. 24.04.2024
pablo casado

“Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande;
sólo es posible avanzar cuando se mira lejos”.

José Ortega y Gasset


“¡Houston, tenemos un problema!”, fueron las palabras de auxilio del astronauta del Apollo XIII, Jack Swigert, que han pasado a la posteridad y dieron paso a una frenética actividad, tanto a los propios astronautas como a los miembros de la misión, poniendo a prueba su seguridad y su capacidad de reacción. Hoy, por parecidas razones de seguridad, muchos ciudadanos podemos exclamar: “¡Españoles!, tenemos, no un problema, sino demasiados problemas”, creados por quienes tienen obligación de darles solución; para ello se han presentado y han sido elegidos en unas elecciones. De hecho, en la última encuesta del CIS, la clase política sigue acercándose al paro como el mayor quebradero de cabeza de la ciudadanía. Tal vez la explicación sea, como afirma Brewster Kahle, el ingeniero informático, fundador de Internet Archive, que “hemos dejado a los poderosos tomar demasiado control de nuestras vidas, reduciendo el papel de los ciudadanos simplemente al acto de votar”. Desgraciadamente este está siendo el juego y el paradigma predominante en la práctica de la ciencia política y jurídica contemporáneas, incluidas la española: Sí, “¡españoles!, tenemos muchos problemas” y sabemos quiénes son los que los crean.

El Parlamento se ha convertido en un ring, en un tablero en el que los partidos políticos están jugando permanentemente partidas de ajedrez para ver quién “elimina” antes al contrario y alcanzar el poder. Avergüenzan y abruman en exceso a los ciudadanos las intervenciones parlamentarias que abusan de frases hechas y juicios frívolos plagados de insultos y mentiras. Quienes han dedicado la mayor parte de su vida profesional a la educación, viendo cómo se comporta la gran mayoría de los políticos en el Congreso, se preguntan avergonzados: ¿Pueden educar los profesores y profesoras a sus alumnos en los valores del respeto y la convivencia si ven cómo se insultan, se abuchean y mienten los llamados “padres de la patria”? Como el “Covid pandémico”, también, a nuestra sociedad ha llegado la cínica posverdad, que desde Trump está siendo el comienzo de una nueva tiranía mundial: se ignoran los hechos y se desprecian los derechos; así lo afirma el profesor de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Jordi Ibáñez Fanés, en su libro de ensayos, “En la era de la posverdad”; libro en colaboración con distintos autores de diversa ideología, sin ser un libro de militancia política. Es una obra valiente en la que los autores abordan, sin caer en el dogmatismo, un fenómeno complejo, explicitando los peligros que conlleva la presencia de la posverdad en la vida pública y política. Posverdad que viene acompañada del hedonismo cognitivo; no es otra cosa que la indiferencia cómoda que los ciudadanos demuestran a que algo sea verdad o mentira, siempre y cuando les convenga que “ese algo” sea considerado “verdad”.

Las elecciones del 4 de mayo en Madrid y el legítimo, aunque inmerecido, triunfo de la señora Ayuso y su equipo popular, apoderándose de esas hermosas palabras “Madrid y libertad”, con un desprecio frívolo en el uso del lenguaje es un ejemplo de lo que muchos llaman “la amnesia histórica”; en su campaña han manoseado la palabra libertad; libertad que a tantos españoles les costó conquistar, arriesgando la vida y su seguridad, cuando gobernaban quienes fueron sus antepasados políticos en “Alianza Popular”, partido que Fraga encabezó, de quien Aznar tomó el testigo como Partido Popular en 1990 y que, con VOX como aliado, están retornado con un claro y cómodo giro hacia la ultraderecha. No importa mentir; no importa cambiar de criterio, lo que importa es que la mentira de cada momento parezca verosímil y servirse de ella cuando les conviene y tener amnesia cuando no les interesa. Se han apoderado de las palabras “Madrid y madrileñismo”, desvirtuando y frivolizando sus significados. El Partido Popular, hoy con Casado a la cabeza, de la mano de la señora Ayuso (por cierto, es un dato, ninguno de los dos es de Madrid), han sabido bañarse en el río “Leteo”, río mitológico del que escribieron Virgilio en la Eneida y Platón en La República, cuyo nombre significa “olvido”, un afluente del Hades; quien se bañaba en sus aguas sufría de amnesia y olvido. Escuchándolos, su amnesia histórica es patológica; deben hacérselo mirar.

Se dice que una buena mentira es mejor que una mala verdad; la clave estriba en la forma de anunciarla y en la rotundidad con que se exteriorizan las convicciones

Se dice que una buena mentira es mejor que una mala verdad; la clave estriba en la forma de anunciarla y en la rotundidad con que se exteriorizan las convicciones. Da igual la fuerza de los hechos, lo importante es que lo que suceda y se diga coincida con sus intereses y se propague como verdad, gracias a la ayuda incondicional de los poderosos medios de comunicación afines, puestos al servicio del poder de aquellos políticos que, sin escrúpulos, son los que tienen capacidad para establecer lo que es verdadero según su criterio: las cosas son como ellos deciden que sean; como decía el conocido Rey Sol francés, “lo que yo decido eso es lo verdadero”, entendiendo que, en este momento, ese “yo” no es necesariamente personal, sino plural, colectivo, de partido. Una de las características principales de la posverdad, según Ibáñez Fanés, es la pasmosa indiferencia ante los hechos que presentan los líderes políticos; influidos o cegados por ella, buscan complacer a sus seguidores sin que les preocupe ni les interese la veracidad de lo que dicen o hacen. Razón tenía el filósofo francés, creador de la teoría de la “deconstrucción” Jacques Derrida, en su “Historia de la mentira”, al afirmar que “para mentir se necesita conocer la verdad y deformarla intencionalmente”.

Desde la reflexión filosófica, hoy más necesaria que nunca, lo que se percibe en estos momentos es bastante desolador. Una de las grandes contribuciones de nuestro filósofo internacional Ortega y Gasset fue el esfuerzo constante de su filosofía por discernir la verdad de lo que no lo es, por delimitar lo que son creencias de lo que son certezas, depurando las afirmaciones acerca de nuestros procedimientos cognitivos poco precisos; su preocupación como intelectual fue hacer de su análisis filosófico un instrumento fiable al intentar superar los juicios viciados por las ideologías, las creencias o los intereses, ofreciendo análisis cognitivos complejos, depurados y fiables; así lo expresa el profesor de Historia del pensamiento político de la Universidad Complutense, Zamora Bonilla, en su obra  “Ortega y Gasset: la aventura de la verdad”. En su reciente artículo en el diario El País, “La vertebración de España”, opina que sería insensato no ver que la vertebración que la sociedad española articuló tras la Constitución de 1978 hoy está puesta en cuestión, está en crisis; que el clima social que propició los grandes consensos en aquellos años, a pesar de las enormes diferencias políticas, se ha roto; estamos retornando a la España invertebrada que describía Ortega. De nuevo, sin que haya perdido actualidad, podemos escuchar hoy a Ortega decir lo que escribió en su conocida obra, publicada hace 100 años, en 1921: “Los políticos actuales son fiel reflejo de los vicios étnicos de España…”. Se ve y se escucha, día sí y otro también, en el Parlamento y en las Asambleas de las Comunidades Autónomas, anteayer con la pandemia y su gestión, ayer con la crisis de Marruecos y la Unión Europea y Ceuta y mañana, con los indultos: “A derecha e izquierda se practica un discurso populista que incita a odiar al diferente, se maneja un relato que mueve los bajos instintos más emocionales para excluir al otro. No hay ánimo de entenderse con él, ni de respetar sus derechos. Se prescindiría de él si se pudiera o, como piensan algunos populistas, se debe vivir agonísticamente contra él hasta imponer la propia hegemonía”.

Como el muro de Gaza o como el que quiso construir Trump con México, estamos construyendo un muro entre la información y la opinión que está erosionando la convivencia al no cumplir esa garantía que se debe exigir a los políticos responsables y a los verdaderos periodistas de separar los hechos y los juicios de valor que sobre ellos hay que hacer, es decir, confundir la información con la opinión; hemos llegado a constatar, porque se está haciendo realidad, el fracaso de la verdad y el triunfo de la mentira. La clara y necesaria separación entre información y opinión no es solo una exigencia ética fundamental en la política y los medios de comunicación, sino también una garantía para el ciudadano, que solo así puede distinguir entre los que son hechos contrastados y las apreciaciones subjetivas. Sin embargo, la constante difusión de información trufada con opiniones personales y subjetivas se ha convertido en una de las más graves lacras de nuestra democracia informativa. Los medios de comunicación tienen la responsabilidad de transmitir noticias comprobadas y abstenerse, cuando dan información, de incluir en ella opiniones personales; eso debe remitirse a las páginas de opinión que, como bien se dice, aunque sea una tautología, son eso, opinión y no información. Como en un camino pantanoso hemos entrado en la crisis de la veracidad, la confianza y la democracia, que deben transcender las urgencias de los intereses actuales de los políticos. Sus ocurrencias y frivolidades nos auguran que la posverdad no responde a una moda pasajera, sino que, como la banalidad de los tuits, ha venido para quedarse. Al leer hoy la prensa (ABC, El Mundo, La Razón, OKdiario, etc…) se hace necesario un inteligente análisis y una serena reflexión para no caer en la trampa del engaño intencionado. Y de nuevo cito a Ortega: “Cuando un loco o un imbécil se convence de algo, no se da por convencido él solo, sino que, al mismo tiempo cree que están convencidos todos los demás mortales”.

ayuso hosteleria

Para el profesor Ibáñez Fanés lo difícil es distinguir entre la posverdad, que él define como la “preeminencia de las emociones sobre los hechos en la formación de la opinión pública” y la mentira o “la propaganda política que ha caracterizado y caracteriza tanto a las democracias como a regímenes totalitarios”; ¿cómo?: mediante el poderoso sistema de la seducción con promesas “a lo Ayuso” de cómodo y apetecible confort “en libertad a la madrileña”. Esta posibilidad distópica de “una democracia en libertad a la madrileña”, en la que, como dijo su maestro y mentor, “nadie me puede decir cuántas copas me puedo tomar”, ya no funcionará como una comunidad democrática, sino que degenerará en una sociedad sin identidad política, sin valores, empobrecida, teñida de emocionalidad y desorientada y en la que la frivolidad jugará una parte importante en la desafección de los ciudadanos. Hay que recordarle a la señora Ayuso que ser libre no significa poder querer y hacer lo que se quiere, sino poder hacer lo que se quiere porque se debe. Y a pesar del uso frívolo de su lenguaje, hay que recordar a todos aquellos que le han votado porque “Ayuso es libertad”, que el criterio con el que se ha jugado y se ha juzgado durante su campaña la veracidad del uso de la palabra libertad lo han determinado quienes han detentado sin ética alguna el poder. Ante la libertad de Ayuso para abrir Madrid a requerimiento de hosteleros y taberneros, primando su economía sobre la sanidad de los ciudadanos, traigo unos versos de Quevedo, buen conocedor de Madrid y que refleja el “vulgarizado y chabacano Madrid de Díaz Ayuso”: “En Madrid, ciudad bravía, que entre antiguas y modernas, tiene trescientas tabernas y una sola librería”. Tampoco sobra recordarle a ella y a su entusiasmado equipo, al que se ha incorporado envidioso y temeroso a la vez Pablo Casado, lo que decía George Orwell en su novela distópica 1984: “Cuando el fascismo llegue finalmente a Occidente, lo hará en nombre de la libertad”… “Una sociedad que elige a políticos corruptos e impostores no es una sociedad víctima, es una sociedad cómplice”. Tampoco sobra acudir a la biblia para estos partidos creyentes que la han encumbrado y elegido, con una buena cita de Mateo 27,17: “…cuando ellos se reunieron, Pilato les dijo: ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo? Y el pueblo respondió: ¡A Barrabás!” Esta fue la elección; evidentemente los judíos no eran madrileños, pero eligieron a un ladrón.

Acudir a la filosofía siempre es clarificador y más cuando estamos inmersos en la confrontación y la mentira organizada. “Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas”. Con esta afirmación, Hannah Arendt comenzaba “Verdad y política”, un artículo publicado originalmente en alemán y aparecido en inglés por primera vez en febrero de 1967. Con su artículo pretendía responder a la controversia que unos años atrás había suscitado su obra sobre el juicio a Adolf Eichmann. Dos eran los objetivos de su artículo: responder a la pregunta de si es siempre legítimo decir la verdad e indagar el daño que la política podía infligir a la verdad cuando está por medio la mentira. Alertaba Hannah Arendt contra el triunfo de la mentira como hilo narrativo cuando nos inventamos un pasado a la medida de nuestros deseos y lo ejemplificada con una de las frases favoritas de Hitler: “Las mentiras pequeñas no se las cree nadie, las que se creen son las mentiras grandes”, y más en estos tiempos en los que existen unos medios de comunicación tan poderosos y, por tanto, la mentira disfruta de una enorme capacidad de difusión. De ahí que el buen periodismo, el honesto periodismo, debería ser más necesario que nunca, no sólo contando la verdad sino desmontando, principalmente, en engaño y las mentiras por una razón elemental que los políticos y los medios olvidan: que la verdad libera y la mentira esclaviza, que una sociedad que ha perdido el vínculo con la verdad no puede ser más que una sociedad de esclavos, que el triunfo de la mentira sólo puede ser la derrota de la libertad. Es obvio que no puede ser libre una persona que no sabe por qué actúa ni cómo.

El político mentiroso debe aparentar que está convencido de la verdad de sus mentiras para simular tener credibilidad

Hoy, gran parte de la acción de los políticos consiste en fabricar sus propios relatos y argumentario y la otra mitad de su tiempo en intentar que la ciudadanía se los crea. En ese terreno movedizo trabaja a discreción el político embustero, el hábil parlanchín, modelando los hechos con el fin de que la realidad coincida con sus deseos e intereses y así conectar con las expectativas de su audiencia, simplificando, exagerando e inventando lo que convenga. El político mentiroso debe aparentar que está convencido de la verdad de sus mentiras para simular tener credibilidad; se engaña, pero su autoengaño le permite tener apariencia de político fiable. Esta y no otra ha sido la táctica de los consejos de Miguel Ángel Rodríguez en la campaña electoral para logar la victoria de Díaz Ayuso a la presidencia de la Comunidad de Madrid. El engaño ha dado resultado, muchos madrileños se lo han creído. Como votante de izquierdas no tengo nada que objetar ante el triunfo de Díaz Ayuso en las elecciones autonómicas; ser de izquierdas no implica solo apoyar y votar a partidos que defienden tus ideas, sino defender la democracia, la pluralidad y la libertad, pero la libertad como hay que entenderla y no como la ha entendido y publicitado la señora Ayuso; como titulo este artículo, ha demostrado un desprecio frívolo e irrespetuoso por el verdadero significado del lenguaje. Se quejaba Friedrich Dürrenmatt que no había nada que más le enfadara que ver triunfar a los mediocres; pero la mediocridad es un arte. Al menos, eso piensan ellos, pero un arte cuyo único objetivo es la supervivencia. Ya lo decía Borges: “todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes”.

Hay muchos políticos que denuestan la filosofía, pues no llevan bien que los ciudadanos piensen por sí mismos; han aprendido la tramposa y “trumposa” lección de ese indeseable político que la sociedad inteligente de casi todo el mundo rechaza, Donald Trump, sobre la importancia de la publicidad y la propaganda; la publicidad y la propaganda no engañan a la gente, simplemente les ayudan a engañarse a sí mismos. ¡Qué bien lo explica Kant en ese breve escrito sobre la Ilustración; a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?, aunque la cita sea larga, merece la pena por su claridad: “La Ilustración – escribe Kant- es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella, sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he ahí el lema de la ilustración. La pereza y la cobardía son la causa de que una gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de súbdito, a pesar de que hace tiempo la naturaleza los liberó de ajena tutela; también lo son de que se haga tan fácil para otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo no estar emancipado...!: Tengo a mi disposición un libro que me presta su inteligencia, un cura de almas que me ofrece su conciencia, un médico que me prescribe las dietas, etc., etc., así que no necesito molestarme. Si puedo pagar no me hace falta pensar: ya habrá otros que tomen a su cargo, en mi nombre, tan fastidiosa tarea. Los tutores, que tan bondadosamente se han arrogado este oficio, cuidan muy bien que la gran mayoría de los hombres (…) considere el paso de la emancipación, además de muy difícil, en extremo peligroso. (…) Es, pues, difícil para cada hombre en particular lograr salir de esa incapacidad, convertida casi en segunda naturaleza. (…) Por esta razón, pocos son los que, con propio esfuerzo de su espíritu, han logrado superar esa incapacidad y proseguir, sin embargo, con paso firme”.

Jamás el engaño había tenido tanta capacidad de difusión como nuestros tiempos; a la postre, una sociedad que pierde el vínculo con la verdad, una sociedad en la que triunfa la mentira, como decía Borges, es una sociedad de esclavos. Con qué maestría lo describe en su ensayo sobre “El ‘truco’ o El idioma de los argentinos”, un popular juego de naipes, en el que el arte del juego y, a la vez su truco, es mentir. La manera de su engaño no es la del póker: recelar, para desanimar, engañando al contrario; en cambio, “el truco” consiste en mentir diciendo la verdad para que no se crea en ella... Como en Edipo Rey de Sófocles, la política actual se ha convertido en “truco”, es una especie de “esfinge” proponiendo permanentemente “enigmas” mal planteados, y son los ciudadanos los que deben resolver: las vacunas, los confinamientos, los migrantes, los indultos... Algunos políticos, más en concreto, algunos partidos han conseguido que la ciudadanía se haga cómplice de sus mentiras y engaños; al dejarse engañar, los ciudadanos se convierten así en instrumentos manipulados y corresponsables de sus mentiras. Escribió Machado en tono marinero en Juan de Mairena: “Sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela”.

¿Cuál es el plan de Pablo Casado, de Abascal y de Arrimadas para Cataluña? ¿Qué soluciones proponen?

Ese es el cinismo de una inventada “Plataforma cívica Unión 78”, promovida por la exdirigente política e inestable Rosa Díez, convocando una manifestación para el domingo 13 de junio, a la que se han sumado de nuevo “en Colón”, el Partido Popular en pleno, Vox y el escaso resto de Ciudadanos, la solitaria Inés Arrimadas; su objetivo es protestar contra “la concesión de indultos a los condenados por sedición en Cataluña y en apoyo al Poder Judicial”, atacado, como dicen los convocantes, por el Gobierno de Sánchez. Es verdad que el tema de los “indultos” puede tener diversas lecturas y otras tantas encontradas opiniones; pero el problema no son los indultos, que son un instrumento constitucional que posee legitimidad y legalidad que no se puede poner en duda, además de una no descartable utilidad política, diga lo que diga el Tribunal Supremo; el problema es cómo solucionar el eterno encaje de Cataluña en España. Creo que la mayor parte de los españoles piensa, incluyo también al gobierno tan criticado por la derecha, sin miedo a equivocarme, lo mismo que escribió de nuevo Ortega, sobre este encaje España-Cataluña: “La soberanía significa la voluntad última de una colectividad… la voluntad radical y sin reservas de formar una comunidad de destino histórico… Y si algunos en Cataluña, o hay muchos, que quieran desjuntarse de España, que quieran escindir la soberanía… es mucho más numeroso el bloque de los españoles resueltos a continuar reunidos con los catalanes en todas las salas sagradas de esencial decisión… por este camino iríamos derechos y rápidos a una catástrofe nacional”. Desde su amnesia histórica, hay que recordarle a Casado, que el lunes pasado, en una intervención en televisión, hablaba de que “hay quien mira el dedo y quién la luna”, que es él el que mira el dedo al ignorar, amnésico, que ese encaje posible se resquebrajó, entre otras razones, porque su partido optó en su momento por el “155” y la confrontación con las consecuencias desastrosas que hoy padecemos. En estos momentos, ni Casado, ni Ayuso, ni Abascal ni Arrimadas miran “la luna”, exclusivamente miran sus “egos”; no se les conoce ni han presentado propuesta constructiva alguna; no tienen voluntad de entendimiento, pero sí, con odio a Pedro Sánchez, al que llaman traidor a España, se van a manifestar de nuevo en Colón. ¿Cuál es el plan de Pablo Casado, de Abascal y de Arrimadas para Cataluña? ¿Qué soluciones proponen?; a los convocantes “de Colón” hay que recordarles que es la política el mejor medio para resolver los conflictos y que la intolerancia y la confrontación no es menos grave porque se ejerza en nombre de una causa que ellos creen noble. Han descartado el diálogo y el acuerdo; prefieren la estrategia de la calle, la recogida de firmas y los tribunales. El tiempo dirá si los indultos, si se conceden, han sido o no una viable solución como cuestión de Estado. Al menos, es bueno dudar, pues como dijo Aristóteles: La duda es la puerta a la sabiduría”.

El frívolo desprecio de los políticos por el lenguaje