sábado. 27.04.2024
covid
 

Una cosa es prestar atención a lo que pasa y otra orientarse a través de la frondosidad informativa. Estar al tanto de las mutaciones del virus acaba despistando más que lo contrario. A estas alturas ya no interfieren únicamente los medios menos rigurosos o las estrategias políticas oportunistas. Tampoco muestran su acuerdo los expertos, al poner cada cual el acento en uno de los aspectos del mismo problema.

Hay cosas que parecen confirmarse. Gracias a la vacunación algunos países han logrado evitar nuevos confinamientos y sobre todo paliar la mortandad. No parece tan obvio que los jóvenes deban vacunarse tantas veces como sus mayores, al tener una respuesta diferente su sistema inmunológico. Y más controvertido aún resulta el caso de la niñez.

Paralelamente van quedando en la cuneta las patologías usuales que no pueden verse atendidas por el colapso del sistema sanitario. Aquellos que padecen secuelas muy variopintas por el denominado covid persistente. Los quebrantos emocionales que socavan la salud mental y que dejarán huellas tan lesivas como difíciles de atender. La creciente desigualdad social y económica que ha enfatizado este malhadado contexto.

Retransmitir en directo y a cada instante lo que va ocurriendo tampoco ayuda, máxime cuando no hay tiempo para contrastar debidamente las estadísticas correspondientes a una nueva mutación y con ello se obvian otras cuestiones de gran calado difuminadas por el sensacionalismo impuesto por la pandemia. Hace falta tomarse un respiro y desconectar, para evitar obsesionarnos con un tema hegemónico.

Vamos cobrando conciencia de los perjuicios que causa la desinformación, pero también debemos tomar nota del carácter adictivo e incluso patológico que acarrea el exceso informativo. Nos engullen unas noticias monotemáticas y en ocasiones contradictorias que sólo consiguen generar una irremontable perplejidad. 

A la hora de afrontar un mal trance, como gestionar afectivamente un diagnóstico de cáncer, lo más apropiado es distraerse sin darle muchas vueltas a nuestra noria mental. Eso mismo vale para el sujeto colectivo que todos conformamos ante las incidencias de la pandemia.

Conviene frecuentar otra noticias y administrar nuestra dieta informativa con ayunos intermitentes. También ayudaría que ciertos políticos no utilizaran el tema para convertirlo en propaganda electoral, manipulando las cifras u tergiversando los datos. El inculpar al adversario ideológico al ciudadano no le resuelve nada y sólo incrementa desconfianza en las instituciones. Debemos diversificar nuestro foco de atención.

Conversemos con los amigos esquivando este asunto sobre todo lo divino y lo humano que pueda interesarnos. Igual creamos tendencia y conseguimos que nos emulen los medios de comunicación. La cotidiana e intensiva retransmisión en directo de las mismas vicisitudes no debería monopolizar los telediarios o las tertulias radiofónicas. Los circuitos de internet van por libre y el criterio selectivo sólo corresponde al usuario por ahora.

Mala es la indigencia informativa y peor aún un régimen desinformativo alimentado por bulos o patrañas. Pero tampoco resulta nada saludable una glotonería informativa tediosa por su reiteración y perjudicial desde una perspectiva psicológica. El exceso informativo puede llegar a ser tan tóxico y dañino como la desinformación interesada o su carencia.

Elogio del ayuno intermitente contra la hiperinflación informativa