jueves. 28.03.2024
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"Todos los expertos en elecciones dicen que, en este caso, ir por separado es lo que más beneficia a la izquierda siempre que ninguna de las fuerzas quede por debajo del 5%”. (Tomado de elDiario.es)


Ninguno de esos expertos, que yo haya visto, ha reparado en algo más obvio, que sale de las mismas encuestas, tablas y gráficos con los que se enredan y que -como enseguida se verá- desmonta esa extendida creencia.

Frente a esos tópicos mejor sería partir de una constatación que tras su aparente simplismo, esconde una realidad con bastante enjundia:

En Madrid la razón por la que las derechas ganan casi siempre es porque las izquierdas pierden con mucha frecuencia. Es decir, es la derrota -y los errores- de unos, lo que da la victoria a los otros, por encima de sus propios méritos.

¿Y porque ganan las primeras y pierden las segundas? ¿Porque son más? ¿Porque Madrid “es de derechas”?

No: sencillamente porque las primeras votan, son más los que se movilizan para ir a votar y en cambio mucho votante de izquierdas, no; se inclina con más facilidad a "quedarse en su casa”, sobre todo cuando la desconfianza y la desesperanza le aquejan. Repasen con atención con esta mirada los últimos resultados de la dos últimas elecciones en Madrid y podrán comprobarlo.

Para ello se incluye a continuación una tabla que nos dice muy claro 3 cosas: 

1º Que en los distritos tradicionales “de izquierdas” (caracteres en rojo) la abstención es bastante más alta que la promedio y todavía más alta que en los simétricos de derechas  (caracteres en azul); y eso tanto en 2015 como en 2019.

2º Que en 2015 -cuando la izquierda ganó- los ‘distritos rojos’ participaron más que en 2019 (en el que la abstención aumentó), que fue cuando la izquierda perdió el Ayuntamiento que había ganado solo 4 años antes. En los distritos azules ocurrió justo lo inverso.

3º Que los niveles de participación en los distritos en los que las derechas son más dominantes se sitúan hasta 4 puntos por encima de la media -y todavía más aún por encima de la que registran los distritos de signo contrario-, y que además tales niveles coinciden o estuvieron muy próximos hace un par de años a lo que cabe considerar “abstención técnica”. Es decir, en aquellos el margen de ulterior crecimiento de la participación es muy estrecho, o ni siquiera existe ya. Justo lo inverso a lo que sucede en los distritos de izquierdas, con niveles de participación por debajo de la media hasta en 7 puntos (Usera).

Si en 2019 la izquierda (los distritos de caracteres rojos) hubiera participado con unos porcentajes iguales o poco superiores a los de 2015, es posible que hubieran mantenido el gobierno del Ayuntamiento, incluso adoptando idéntico supuesto de mayor nivel de participación registrado por las derechas. El grado de participación, o sea la intensidad del “factor movilización”, fue determinante en ambas ocasiones.

ELECCIONES MUNICIPALES (MUNICIPIO DE MADRID 2015 y 2019)

CUADRO MUNICIPALES MADRID 2015 2019 

Por paradójico que nos parezca, en situaciones o circunstancias en que las opciones que se ventilan siendo de signo excluyente o antagónico (izquierda/derecha; unionismo/independentismo, por ejemplo), revelan además una sustancial tendencia al equilibrio, es más determinante el voto que no llega a la urna (la abstención) que el que se manifiesta y acaba registrándose como tal. En otras palabras, en el resultado final cuentan más quienes no votan que los que lo hacen, lo cual no deja de ser una gran paradoja de la democracia.

Y ello nos proporciona al mismo tiempo una de las principales razones de los frecuentes descalabros de los pronósticos.

En los sofisticados 'fogones’ a los que se someten las encuestas preelectorales, la desconsideración de la abstención, obviando que debería ser una de las principales variables independientes de los modelos de estimación del voto utilizados, explica muy a menudo la debilidad predictiva que muestran al ser comparados dichos pronósticos con los resultados efectivos.

Ha de buscarse pues el modo de conseguir que quienes se abstienen no lo hagan: ahí reside la clave, máxime respecto de los lugares que han registrado niveles de participación por debajo de la media y muy lejos de la de los distritos en que resulta ya en extremo difícil un aumento en el nivel de participación.

Llegados a este punto es cuando cabe plantear la disyuntiva sobre cuál es el modo más apropiado para conseguir ese objetivo, es decir estamos ya en el momento de argumentar directamente sobre el “lugar común” que encabeza este escrito, para refutarlo.

Quienes sostienen que “divididos mejor que juntos” razonan en términos de ampliación de la oferta, de diversificarla, y lo hacen según parece como aserto o regla aplicable a cualquier tiempo y a cualquier lugar, quizás por una inconsciente contaminación mercantil de su pensamiento político. Prisioneros de su devoción por las virtudes universales de la competencia. Neófitos de la destrucción creativa schumpeteriana.

Pero sin reparar lo suficiente en que su propósito de ampliación de la oferta responde o conlleva diversificar lo que en el fondo es indistinto (o debería serlo) para hacerlo atractivo eso sí con mucho marketing “de diferenciación del producto” o de implantación de la “marca”.

Al razonar así, como si de la aplicación de una regla universal se tratase, sin recalar por tanto en el aquí y en el ahora, se pasa por alto que de lo que se trata -como ahora es el caso- es de hacer frente a una emergencia, catastrófica, como sería el ‘readvenimiento’ de una derecha cada vez más extremista y desaforada. Y de hacerle frente para gobernar de momento por un plazo de tan solo dos años, en el que los márgenes de “diversificación” de lo que las izquierdas podrán en realidad hacer son francamente limitados y estrechos.

Y es en esas concretas circunstancias donde se pone en valor la unidad de acción, es decir la unidad circunstancial y por tanto provisional, adoptada para un fin bien concreto y delimitado, muy alejada de esa Unidad de perfil místico que otros tienden a predicar asimismo como regla, como bálsamo cura-lo-todo aplicable por igualen todo tiempo y lugar.

Y es que la unidad concebida en los términos en que aquí se defiende, es indiscutible que resulta muy apreciada, es un valor - como bien se sabe en el mundo sindical-, y lo es sobre todo porque constituye un potente estímulo a la participación, porque es un signo del propósito de restaurar una confianza muy disminuida y deteriorada.    

Cuando en lugar de eso lo que se pone en primer plano a la vista de estos potenciales votantes son los codazos, las zancadillas, los epítetos de género, las puyas o las puñaladas traperas entre los distintos “oferentes” para intentar llevarse el mayor trozo de la exigua tarta -cosa consustancial, natural e inevitable en una contienda electoral- lo que cabe esperar de “los consumidores” es que de comprar esa ¨moto” pasen.

Y es que sí, hay votos que no añaden -que es de lo que ahora se trata por encima de todo-, sino que son el exclusivo alimento que nutre a quien queriéndose colocar en medio, resta de un lado y de otro.

El secreto pues, es mostrar que esta vez va de otra cosa, en donde la principal tarea, para empezar, consiste en transmitir a los votantes de izquierda la idea de que algo pueden ganar de verdad si votan, o que mucho van perder si se quedan en casa. Tarea que con los antecedentes que obran al respecto no resultará nada fácil, por cierto.

Izquierdas. Ir divididas aumenta la abstención