jueves. 02.05.2024

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El término cotilla comenzó siendo una prenda de mujer por aquello de que los hombres nunca han tenido que ceñirse el busto excepto para las armaduras metálicas de sus antiguas batallas, que llamaban precisamente cotas, en las que Juana de Arco hizo un aparte. De manera que, según la Real Academia de la Lengua Española, se documenta por primera vez en 1627 en una Tassa General de precios en la ciudad de Jaén, como prenda interior que se ajustaba al cuerpo de la mujer de los hombros a la cintura. Después la cosa acabo en corsé por efecto de la moda francesa a partir del siglo XIX, que pasa de ser emballenada, alta y rígida, a convertirse en una prenda que ciñe. En todo caso siempre algo que condiciona y aprieta. Lo que ya en sí es una metáfora de la vida.

Sin embargo, el comportamiento humano, genuinamente español, definido como cotilla tiene unas características y origen histórico, que conviene en esta hora destacar por una dimensión política y trágica que es trasmisible a nuestros días de lodazal y bulo diario. Y aquí aparece un personaje siniestro propio de monstruosidades goyescas. En el siglo XIX fue muy conocida la historia de María de la Trinidad, "tía Cotilla". La Tía Cotilla fue el mote por el que fue conocida este siniestro personaje del Madrid del reinado de Fernando VII, el más felón monarca del borbonerío patrio. 

Parece pues tremendo que le llamen “política” a las críticas ad hominem, a las calificaciones lapidarias, a chismorreos de huele braguetas, o a un sinnúmero de especulaciones y bulos

Esta mujer, sectaria, maledicente y absolutista, se dedicaba con saña al acoso de cualquiera que fuese o pareciese liberal, (Llamados entonces con el peyorativo “negros” que se pudo sustituir un siglo después por el de “rojos”). Llegó, en su paroxismo, al punto del asesinato de varios de ellos al frente de una partida de sus radicales conmilitones; y fue ajusticiada por ello en 1838 tras la restauración liberal de Isabel II. Pero se hizo tan famosa que acabó dejando su sobrenombre como sinónimo de persona murmuradora, delatora, reaccionaria y entrometida en lo que no le importa. 

Ello fue posible por la utilización y connivencia de la represión política del monarca absolutista Fernando VII, a través de la nueva institución de control social que fue la policía creada precisamente en esa época. Es en ese marco en se organiza la red de espionaje y delación creada por la Tía Cotilla. De manera que esto de lo ultarreaccionario y antidemocrático, que utiliza la mentira, los bulos y rumores con fines políticos, viene de muy lejos en nuestra historia. Una historia que se repite mucho y no precisamente como caricatura, por mucho que Carlos Marx pronosticase lo contrario. 

De esa huella del siglo XIX español germinó la acepción de cotilla que se generalizó desde entonces. Tanto que, finalmente, en el DRAE de 2001 se define como "persona amiga de chismes y cuentos", desprovisto ya de su inicial vinculación por definición de género como mujer. A partir de ahí cotilla es sinónimo de múltiples acepciones en el castellano antiguo y contemporáneo. Términos tales como murmurador, chafardero, correveidile, fisgón, enredador, boquiflojo, correlindes, chismorrero, o metomentodo, son algunos de los calificativos y sinónimos bien traídos para definir a una persona cotilla. Y en España, por desgracia, hoy abundan… y mucho.

Habrá pues que intentar acabar, por pura salud democrática, con esa conducta social propia de los herederos intelectuales de la Tía Cotilla, María de la Trinidad…

Porque repasen el día a día de nuestras redes sociales y más aún de un altísimo porcentaje de las opiniones supuestamente “políticas”, en conversaciones privadas, o procedentes del tráfico subterráneo de “informaciones exclusivas” de mentideros varios; también en recepciones o en contubernios partidistas y partidarios donde abundan esos chismorreos. Podrán comprobar cuanto de lo mucho que allí se comenta forma parte esencial del grueso de una presunta y falaz conversación “política” o sobre políticos. Podrán verificar también el grado de incidencia de esta funesta manía española de murmurar, sin más pruebas que una maledicencia propia de siglos de oscuridad, e inquisición. 

Parece pues tremendo que le llamen “política” a las críticas ad hominem, a las calificaciones lapidarias, a chismorreos de huele braguetas, o a un sinnúmero de especulaciones y bulos que configuran ya gran parte de los que llaman opinión pública por su libre volcado en medios informativos generales o redes sociales. Muchos de los que participan de estos aquelarres de lodazal cotillesco lo endosan después, sin despeinarse y con un fariseísmo atroz, atribuyéndoselo en exclusiva al comportamiento “indecente” de los representantes políticos elegidos democráticamente en las instituciones de gobierno, o en los parlamentos. Como si en todo caso no fuese una prolongación directa de su propia conducta.

Habrá pues que intentar acabar, por pura salud democrática, con esa conducta social propia de los herederos intelectuales de la Tía Cotilla, María de la Trinidad… Que lo mismo es un misterio trinitario haber sido ajusticiada por sus desmanes y que aun tenga tantos adeptos en este país con un superávit evidente de cotillas. Un comportamiento social execrable, de los que acusan sin pruebas y que, aun estando tipificado en el código penal, (pues acusar sin ellas es delito) sirve de bien poco dado su total decaimiento ejecutivo en los juzgados. Porque se confunde de tal forma con la llamada “libertad de expresión”, que lleva sin reproche penal alguno a mutilar un monigote que representa a un presidente de gobierno al grito de… ¿rojo o negro? Por todo ello, no estaría de más el hacer un verdadero esfuerzo nacional por boicotear esta lacra de siglos. Tal vez exagere…pero si conocen a alguien con tendencia irrefrenable al cotilleo político y en general, mejor aconsejarle que se lo haga mirar. O tal vez sea más prudente el tomar distancia de esos personajes, por si acaso. 

Un país de cotillas