jueves. 28.03.2024
crisis economia mundial coronavirus

A la creciente alarma suscitada por la expansión mundial del coronavirus se ha sumado en la última semana la incertidumbre creada por la dura caída de las bolsas mundiales. Riesgo sobre riesgo. Y más miedo y preocupación en la ciudadanía.  

El hundimiento mundial de las cotizaciones bursátiles en la última semana de febrero ha sido superior al 10% en los principales índices europeos, estadounidenses y japoneses, aunque el Nikkei 225 ha sido de los pocos que no ha alcanzado, por 4 décimas, ese fatídico nivel del 10%. Un batacazo generalizado y espectacular. Hay que volver la vista hasta la gran recesión de 2007-2008 para encontrar un retroceso de ese calibre en todas las bolsas del mundo. Veremos si continúa en los próximos días o, como cabe esperar, las bolsas se dan un respiro temporal. 

¿Estamos al comienzo de una nueva recesión global de la actividad económica real o ante una sobrerreacción de las bolsas, producida por el efecto rebaño que contagia a los inversores cuando huelen situaciones de riesgo o por la acción de especuladores cortoplacistas que potencian las revueltas aguas de la aversión al riesgo, porque el pánico vendedor también puede ser muy rentable? Aún no lo sabemos. En el terreno económico, más allá de un mercado bursátil que evidencia de nuevo su transformación en un casino global y su incapacidad para valorar y gestionar riesgos o asignar eficientemente recursos, el coronavirus aún puede llegar a ser muchas cosas: un simple grano de arena que desacelerará un poco más de lo previsto el crecimiento de la economía mundial en el primer semestre de 2020 o la gota que colme el vaso de las fragilidades que acumula el modelo capitalista neoliberal y acabe provocando un largo periodo de estancamiento o una nueva recesión mundial.  

La epidemia ha comenzado a desvelar las debilidades de aseguradoras y seguros médicos privados que escurren el bulto cuando son más necesarios

Hay que esperar a ver lo que sucede en las próximas semanas. De momento, inversores y empresas ya han empezado a llamar a la puerta de las instituciones públicas para recabar su apoyo económico, presupuestario y financiero, por si se complican las cosas. Se han acostumbrado a socializar pérdidas y riesgos y necesitan que el estado mínimo por el que abogan se transforme ahora en un estado capaz de proporcionarles protección y garantías. Se han acostumbrado a trasladar a sus plantillas, en forma de despidos, recortes salariales y empeoramiento de las condiciones de trabajo, los impactos económicos negativos que sufren sus empresas e inversiones en tiempos de crisis. Y ya están preparando el terreno para hacerlo de nuevo. Son los mismos sujetos que, en los momentos de euforia bursátil y prosperidad económica, exigen que el estado se eche a un lado, evite regulaciones incómodas, les libre de presiones fiscales y sindicales o facilite que la lógica de maximización de los beneficios privados y la acumulación de capital alcance a los bienes públicos que cuentan con una demanda con capacidad de pago. La epidemia del coronavirus ha comenzado a desvelar también las debilidades de aseguradoras y seguros médicos privados, que escurren el bulto cuando son más necesarios, porque así lo permite el regulador público, y trasladan costes y responsabilidad al sistema sanitario público.

¿Una nueva recesión mundial? El coronavirus ha aumentado la probabilidad de que la desaceleración experimentada por la economía mundial en 2018 y 2019 se transforme en 2020 en una nueva recesión, pero eso no implica que la recesión sea más probable que la continuidad de la desaceleración en curso. Todo va a depender de la intensidad y duración de la epidemia del coronavirus, en China y en el resto del mundo. Y eso nadie lo sabe hoy ni lo podrá saber en próximas semanas. Lo que sí sabemos es que la sanidad pública y la actuación de las administraciones públicas para reducir los impactos de la epidemia van a jugar un papel esencial en intentar evitar una catástrofe humanitaria y una nueva recesión económica mundial.

Habrá que esperar un mes más, hasta el próximo mes de abril, para observar cómo evoluciona la situación y saber hasta qué punto el Fondo Monetario Internacional revisará a la baja sus previsiones de crecimiento mundial para 2020. Ya lo hizo antes de que el coronavirus saltara a los humanos, rebajando su previsión en 2 décimas en su informe de abril de 2019 y en otra décima más en su revisión de julio, dejando la previsión del crecimiento del producto mundial en un 3,4%, con notables diferencias en el crecimiento previsto en China (5,8%), la eurozona (1,2%) o España (1,8%).

La epidemia del coronavirus ya ha empezado a tener importantes efectos sobre el crecimiento mundial, aunque aún no se hayan cuantificado

Más allá de un seguro retroceso del crecimiento mundial, respecto a esas últimas previsiones, poco se puede adelantar. Naturalmente, China estará en todo caso en el centro del escenario. La epidemia del coronavirus ya ha empezado a tener importantes efectos sobre el crecimiento mundial, aunque aún no se hayan cuantificado. Tanto por la vía de la reducción del crecimiento del PIB y las importaciones chinas como de la desorganización de las cadenas mundiales de valor en las que participan fabricantes chinos de piezas, partes y componentes que abastecen a las industrias del automóvil, bienes de equipo, electrónica, textil, productos de lujo… de los países capitalistas desarrollados. Y ya sabemos la intensidad aproximada de ese impacto (Bing, Roth and Santabárbara, 2019): el retroceso en un punto porcentual del crecimiento económico de China provocaría una reducción del crecimiento del PIB mundial de 4 décimas, que afectaría en menor medida al crecimiento de los países capitalistas desarrollados (3 décimas) que a los países en desarrollo (5 décimas).

Sabemos también qué sectores y países, además de China, son especialmente vulnerables, tanto en el más que probable escenario de una intensificación de la desaceleración del crecimiento mundial como en el más improbable de una nueva recesión mundial.

Por un lado, saldrán especialmente perjudicados los países productores y exportadores de petróleo y otras materias primas, ya que China consume la mitad de la producción mundial de cobre, aluminio o acero y una cuarta parte de la producción mundial de petróleo. Impacto que afectará tanto al volumen de las exportaciones de materias primas como a la caída de los precios mundiales, lo que acabaría beneficiando a los países capitalistas desarrollados que disminuirían los costes de sus importaciones de petróleo y otras materias primas.

La reducción de las importaciones chinas tendrá también un fuerte impacto en el comercio mundial (China es el primer exportador mundial, con un peso del 13% en las exportaciones mundiales, y el segundo importador, tras EEUU, con un porcentaje de alrededor del 11% de las importaciones mundiales), que acabará perjudicando especialmente a las economías, como Alemania, con un crecimiento más dependiente de la demanda externa.

Por otro lado, la pérdida de crecimiento de la economía china afecta especialmente a sus empresas más endeudadas, que han empezado a desatender sus obligaciones de pago, lo que podría ocasionar una avalancha de suspensiones de pago con la consiguiente descapitalización y pérdida de PIB potencial, que exigirá a las autoridades chinas aplicar políticas monetarias más expansionistas y ayudas financieras específicas a las empresas implicadas.

Los canales por los que la crisis del coronavirus puede impactar sobre la economía mundial son muchos y con múltiples e importantes efectos a corto y largo plazo

Un crecimiento mundial más débil de lo esperado también afectará especialmente a los agentes económicos más endeudados, que sufrirían una pérdida de solvencia significativa. Es el caso de muchos países de la OCDE con grandes deudas públicas (Japón, Grecia, Italia, Portugal, EEUU, Bélgica, Francia, España… por este orden) y de los agentes económicos privados (hogares y empresas) que presentan también altas tasas de endeudamiento (como Suecia, Australia, Canadá, China y otros países emergentes, Reino Unido, Japón, Francia, Alemania, EEUU, Italia… por este orden).

Además, el inevitable aumento de la aversión al riesgo podría ocasionar importantes salidas de capitales de los países emergentes más endeudados y, como consecuencia, una crisis de las balanzas de pagos de estos países que agravaría la delicada situación de la economía mundial. 

Los canales por los que la crisis del coronavirus puede impactar sobre la economía mundial son muchos y con múltiples e importantes efectos a corto y largo plazo. A estas alturas, sobran las previsiones económicas alarmistas y las que consideran que la crisis del coronavirus tendrá impactos económicos parecidos a los de una gripe común u otras epidemias anteriores, que acabarán diluyéndose a corto plazo. Ambos tipos de previsión económica parten del mismo desconocimiento y la misma falta de datos.

Mientras esos datos llegan y permiten hacer previsiones económicas solventes, las administraciones públicas tendrán que redoblar sus esfuerzos para salvaguardar la salud y la vida de las personas. Impidiendo cualquier tipo de discriminación y estigma hacia una parte de la población o que empresas oportunistas aprovechen la ocasión para ajustar plantillas, tiempos de trabajo o salarios sin una negociación previa con los sindicatos y comités de empresa.

Habrá que seguir el curso de los acontecimientos, subrayando la importancia de lo público y las instituciones públicas españolas y comunitarias para afrontar la crisis del coronavirus y sus impactos económicos. El Gobierno de coalición progresista tiene la obligación y la oportunidad de realizar una gestión transparente y eficaz de esta crisis, demostrar que su prioridad es la protección de la salud y la vida de la ciudadanía y contribuir a desvelar las debilidades, insuficiencias y contradicciones del sistema y la globalización capitalista neoliberal que la epidemia del coronavirus ha puesto en evidencia.

Los impactos económicos de la crisis del coronavirus