jueves. 02.05.2024
MD-31 MADRID,9-9-05.-La bandera nacional y las distintas banderas autonomicas colocadas en el antiguo salòn de plenos del Senado,donde mañana se celebra la II Conferencia de Presidentes de la que forman parte el presidente del Gobierno, Josè Luis Rodriguez Zapatero y los presidentes de la Comunidades Autònomas y de las ciudades autònomas de Ceuta y Melilla.EFE/Javier Lizòn - 20050909 SENADO.
Banderas de las comunidades autónomas.

Creo que a estas alturas no se le escapa a nadie que la existencia constitucional de las comunidades autónomas, se debe a que vivimos en un país en el que además de territorios exclusivamente castellanos, existen otros que tienen una lengua y una cultura propia que no ha podido ser borrada ni por la más terrible de las dictaduras. A estas alturas, y en pleno ascenso de la opinión reaccionaria, todavía hay personas que reclaman su extinción o, por lo menos, su devaluación. Lo cierto es que la existencia de un Estado Democrático en España sería imposible sin reconocer de forma fehaciente las señas de identidad maternas de las conocidas como comunidades históricas, reconocimiento que llevó, a criterio de los legisladores constituyentes a la conocida política del café para todos. Es decir el reconocimiento de los derechos históricos y las singularidades propias de Cataluña, Galicia y el País Vasco, trajo consigo que se auspiciase la construcción del Estado Autonómico incluso en territorios como el mío, el murciano, sin el menor interés en la cuestión, pero que con el paso del tiempo ha ido adquiriendo un sentimiento heterogéneo de pertenencia en extremo artificial, muy vinculado al clientelismo y, a raíz de octubre de 2017, a un españolismo combativo y poco racional que se vio humillado con los hechos acaecidos en Catalunya en aquellos tristes días.

Desde hace décadas, aunque eso se ha silenciado y auspiciado al mismo tiempo, vivimos un proceso de aculturación que está transformando a ritmo acelerado tanto nuestro modo de vida, como nuestra capacidad de reflexionar o entendernos con los demás. Por obra y gracia de los distintos medios de comunicación existentes a día de hoy -la mayoría, a menos los más importantes de ideología muy conservadora, los viejos y los nuevos-, hemos ido aceptando como propio el modo de vida, las formas y la inhumanidad reinante en el centro del Imperio, es decir, la costumbre norteamericana. Hasta tal extremo es esto así, que hoy cualquiera que hable en una tertulia radiotelevisiva, en una red social o en un bar, tiene que demostrar que maneja algo de inglés, introduciendo términos de ese idioma en la conversación que tienen perfecto equivalente tanto en castellano como en cualquiera de las otras tres lenguas del Estado. Es algo instintivo, como esa costumbre del nuevo rico que te invita a que veas su casa y te va contando lo que le ha costado cada una de las piezas que la adornan, algo irrefrenable que sirve para que uno sea admitido en el inmenso club de idiotas en que se está convirtiendo nuestro país.

Sin embargo, pese a que la invasión de la cultura y los modos individualistas extremos de los yanquis, son los que de verdad están borrando nuestras señas de identidad, nuestras costumbres alimenticias y nuestro tradicional carácter solidario, ese que teníamos cuando éramos pobres y naturales, se ha extendido la especie de que son los inmigrantes moros, negros, hispanos y eslavos quienes amenazan nuestra subsistencia como nación y nuestra identidad común, como si los pobres que cuidan de nuestros viejos, limpian nuestras casas, cultivan la tierra y recogen sus frutos por cuatro perras y llevan las cocinas de nuestros bares y restaurantes, tuviesen algún poder de influencia o socialización más allá de los guetos donde malviven, como si dispusiesen de medios de comunicación o plataformas audiovisuales, como si nos mezclásemos con ellos masivamente, como si, siquiera, escuchásemos lo que dicen, lo que sufren, lo que necesitan.

En el imaginario colectivo de muchos españoles, independientemente de su clase social, se ha construido poco a poco un enemigo común, y ese es el migrante, el que nos amenaza, el que socava los cimientos de nuestra civilización, el que nos quita el trabajo que ni de coña estaríamos dispuestos a realizar, el que cualquier día nos devorará dada su insaciable capacidad de reproducción y nuestra desidia vegetativa. Yo la única influencia migrante que veo en las calles de mi país son los kebaps, bares de origen turco-árabe que gozan de gran aceptación pese a la mala calidad de los productos que utilizan muchos de ellos, por lo demás, creo que su influencia en nuestra forma de ser o de pensar es nula.

Es imprescindible que los ciudadanos sepan que muchos de los problemas que hay son responsabilidad absoluta y única de las comunidades autónomas

Las comunidades autónomas son los entes administrativos con más poder de España, bastante más que el poder central, puesto que a ellas corresponden en exclusiva las competencias en Sanidad, Educación, Asistencia Social, Organización Agraria y Urbanismo. Hasta ahora, la única gran prestación que no está en su poder es la de las pensiones, cosa que espero siga siendo así por mucho tiempo, porque en el momento en que sea transferida, aparte de crear un Estado tremendamente desigual, se procederá a su completa privatización. En el proceso de aculturación en que decía estamos sumidos, las Comunidades Autónomas juegan un papel crucial, primero porque no asumen ninguna responsabilidad por las competencias que tienen, achacando de forma bochornosa e insultante cualquier carencia, fallo o deficiencia al Gobierno central, que carece de absolutamente de competencias.

Esa falta de responsabilidad, asumida por la mayoría de los ciudadanos que continúan mirando a la Administración Central como máxima autoridad, deja a los gobiernos autonómicos como si fuesen la comisión de festejos del pueblo, aunque una comisión que administra y maneja todos los fondos de los principales servicios públicos. De ahí que conforme pasa el tiempo sea más difícil que cambie el color de quienes las gobiernan y se estén convirtiendo en feudos caciquiles que basan su éxito en culpar de todo al Gobierno central, repartir dádivas entre los allegados, castigar o amenazar a los que no lo son y llevar a cabo políticas cada vez más reaccionarias que en todos los casos se asientan sobre privatizaciones salvajes de servicios públicos, planes de urbanismo ad hoc, depredación de la riqueza natural, extensión ilimitada de los regadíos sin preocuparse lo más mínimo del agua disponible y embrutecimiento de la población a cargo del enemigo migrante, del gobierno que nos odia y del comunismo que nos amenaza.

Las CCAA y sus políticas irresponsables tienen un papel fundamental en el proceso de disolución de nuestra verdadera identidad

El conflicto que el día 2 de mayo, una vez más, creó Isabel Díaz Ayuso, representante en España, mucho más que Vox, de la política Trump-Bolsonaro, no habría sido posible hace unas décadas, entre otras cosas porque alguien muy parecido a ella, Blas Piñar, apenas obtenía un escaño, el suyo. Hoy, gracias al proceso de aculturación a que estamos siendo sometidos incesantemente, somos tan individualistas como nuestros amigos yanquis, tan insolidarios como ellos y, del mismo modo, capaces de admirar a los mayores cretinos y de creernos todos los cuentos que nos lancen desde las plataformas y redes, llegando a creer que el peligro viene de los pobres que vienen a ayudarnos y a ayudarse, y no de quien ha establecido redes mundiales para controlarnos, matar nuestro espíritu crítico, cercenar nuestra libertad y odiar a quienes son como nosotros éramos hace unos años.

Las Comunidades Autónomas y sus políticas irresponsables tienen un papel fundamental en el proceso de disolución de nuestra verdadera identidad, de nuestro espíritu abierto y dialogante al convertirse en bastiones de las políticas más regresivas. Eso sí, para tapar el desastre, siempre están las fiestas patronales y los eventos populares y religiosos a los que acuden tal como lo hacían cuando yo sólo tenía diez años y mandaba el dictador. Es absolutamente imprescindible que todos los ciudadanos sepan que los problemas que hay con la Sanidad, la Educación, el cuidado de los ancianos, la asistencia social, el paisaje y, entre otras muchas cosas, la conservación de los cascos históricos es responsabilidad absoluta y única de las comunidades autónomas. Sólo así podrán ser algún día un instrumento útil al servicio del interés general y un muro infranqueable contra el proceso de aculturación, o centrifugado mental, al que estamos siendo sometidos.

Comunidades autónomas y futuro