jueves. 28.03.2024

Cataluña no es el problema, es el síntoma. Es el síntoma de un problema que persiste y que apenas ha variado desde 2011. Y el problema está tan a la vista de todo el mundo -y lo está a diario- que muchísima gente ya no lo ve. La sociedad española es tremendamente desigual, tanto en Cataluña como en buena parte del resto del país. Además, cada vez es más claro que los que están en la parte inferior de la estructura apenas tienen opciones de salir de ahí. La sociedad no está, ni mucho menos, en quiebra. Simplemente no funciona como la ciudadanía quiere y una parte de la población ha dicho que ya no juega más. Que quiere romper la baraja.

Esto no es, ni mucho menos, nuevo. En 2011, en mitad de una crisis económica y social galopante, una parte de la población salió a la calle a decirle a la clase política y empresarial que las cosas no podían seguir así. Que la sociedad española era una democracia, no un chiringuito, y que había llegado la hora de cambiar la forma de funcionar. El movimiento de protesta fue tan fuerte que el sistema político institucional se tambaleó y estuvo muy cerca de saltar en pedazos por completo. En 2011 el turnismo institucional imperante desde finales de los años 70 quedó herido de muerte y las elecciones del 10 de noviembre son la mejor prueba de ello.

Desde entonces la minoría empresarial y política que había encontrado acomodo y beneficio en el sistema desarrollado en los años 80 y 90 ha hecho de todo para evitar quedar con las vergüenzas al desnudo. Los dos grandes partidos prometieron regeneración a grito pelado y, desde Cataluña, un partido que decía abanderar tal regeneración salió presto al resto del país. La misión de tal partido, tal y como se ha podido ver, estaba clara; hablando de regeneración, se ha posicionado activamente para apuntalar el sistema hasta que éste pueda volver a consolidarse.

Con los años algunas cosas han cambiado, pero lo esencial ha permanecido intacto. Un ejemplo: Las cifras del paro han bajado, pero la pobreza está presente o es una amenaza muy real para una buena parte de la población. Hoy, en España, se puede tener trabajo y ser pobre. Otro ejemplo: Los casos de corrupción encallan en luengos procesos judiciales. Se extiende con ello la sensación de que sale a cuenta meter la mano en la caja. Más si se es empresario, puesto que, hasta la fecha, los nombres destacados que han terminado entre rejas son, en abrumadora mayoría, de políticos, no de empresarios. Casualmente muchos de esos políticos eran hombres “hechos a sí mismos”. Esto es, venían desde abajo. Eran conocidos, pero no “ilustres”. 2019 está en parte orientado al pasado, no al futuro. En ejemplos como éstos 2019 se asemeja más a prácticas de 1919 que al ideal de una sociedad democrática del siglo XXI.

Dadas las circunstancias, no sorprende que, ocho años después de la primera gran explosión, haya llegado la segunda, precedida de otra en 2017. Lo que ha cambiado es la forma de expresar la frustración. Parte de la población residente en Cataluña, visto que la idea de “sociedad democrática española” no parece viable, ha decidido que compra la idea de una Cataluña independiente. Algunos deben haberse dicho que, quizás, si se cambia el adjetivo territorial en la ecuación, puede que se produzca el cambio.

Encarar la situación actual agitando la bandera –tanto da si la estelada o la rojigualda– puede permitir a la minoría que vio peligrar sus privilegios en 2011 ganar la partida y hacerlo de calle a ambos lados del Ebro

Tremendo error. El cambio de adjetivo no soluciona el problema y, peor aún, puede agravarlo. Encarar la situación actual agitando la bandera –tanto da si la estelada o la rojigualda– puede permitir a la minoría que vio peligrar sus privilegios en 2011 ganar la partida y hacerlo de calle a ambos lados del Ebro. Envuelta en una u otra bandera, puede devolver todo no a 2010, sino a 1977. A renegociar el pacto social de manera que los beneficios que se lleva esa minoría sean todavía mayores. La élite de 1977 se tragó la constitución – sobre todo en sus aspectos sociales – porque no podía seguir con el régimen anterior. Y, al menos en lo que hace al reparto de la riqueza, lleva desde entonces tratando de convertirla en papel mojado.

Lo que está teniendo lugar en Cataluña es una protesta nacida de la frustración. La vida de la gente no está mejorando y muchos no tienen perspectivas de que vaya a hacerlo. La diferencia clave es que, mientras en 2011 podía llevar a un cambio de las estructuras, ahora, con el señuelo de las banderas, puede llevar a reforzarlas. La prueba es sencilla: Los mismos que en 2011 no sabían dónde meterse, ahora no dejan de salir en pantalla, ya sea agitando una bandera u otra. Una cosa tienen en común, ninguno de ellos habla primero de arreglar los problemas estructurales y luego de la identidad. Todos hablan largo y tendido de la identidad nacional (española, catalana), y luego, ya si eso, dicen algo de “lo otro”. Y “lo otro” es tener empleo pero seguir siendo pobre. “Lo otro” es ver que la educación universitaria se vuelve impagable o se devalúa porque algunos se apropian de ella. Son los precios de la vivienda de tiempos de la burbuja inmobiliaria, las casas de apuestas en barrios pobres. Es ver que tu pueblo, y el pueblo de al lado, y el siguiente, se vacían. Que ya no pasan los trenes ni los buses. Que no hay ambulatorio ni escuelas. Que los que se van, se van a veces al extranjero y se van con pinta de no quererse ir y de saber que no van a poder volver.

La otra prueba de que lo de Cataluña no es el problema es ver qué dicen los que protestan: De entrada hablan de banderas y, al poco rato, largo y tendido, de “lo otro”.


Enrique Corredera Nilsson | Historiador, docente asociado de la Universidad de Berna

Cataluña no es el problema. “Lo otro” es el problema
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