sábado. 27.04.2024
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Fotomontaje

Parece que ha tenido que cambiar algo para que el Gobierno de coalición siga igual. O, al menos, es el escenario que se apunta con mayores probabilidades de prosperar. Una vez que el PP perdió el plebiscito sobre la derogación del sanchismo, su máximo exponente, y titular del enemigo a batir, Pedro Sánchez, apunta a repetir mandato.

Por supuesto, se mantiene también la sombra de ilegitimidad de un gobierno que no ha encontrado la forma sacramental de hacerse perdonar el pecado original que cometió en 2018 cuando desplazó del poder a Rajoy por la aplicación espuria del artículo 113 de la Constitución Española.

No hace falta recordarlo, pero aquella felonía se cometió con los votos favorables, ya saben, de populistas, independentistas y filoterroristas. Desde entonces, cada actuación del gobierno de coalición y cada intervención en las Cortes de Sánchez o de cualquiera de sus secuaces, era contestada con una palabra que trataba de sintetizar todos los reproches imaginables: ¡BILDU! Durante estos últimos años, esta organización política ha significado la encarnación del mal y una anomalía jurídica, su legalización, que trataban de corregir en VOX si pudieran, es decir, si entraran en el Gobierno de España.

Bildu ha perdido la hegemonía de la maldad en favor de Junts o, mejor dicho, de Puigdemont

Pero, algo, efectivamente, ha cambiado. Como a todo hay quien gane, Bildu ha perdido la hegemonía de la maldad en favor de Junts o, mejor dicho, de Puigdemont, cuyos votos, los últimos que se han incorporado, han cambiado el epítome de la perversidad desde Bildu, de quien ya no parece acordarse nadie, a Puigdemont. Así pues, a Bildu se le agradecen los servicios prestados como eje del mal, se les jubila como tal y se da la bienvenida a Puigdemont. Adiós Bildu, hola Puigdemont.

Pero, ¿de verdad alguien se cree que Puigdemont va a dirigir "con mando a distancia" la política española? ¿Es creíble que las alternativas de gobierno en España sean Puigdemont o Feijóo con sus 139 votos? ¿Es tan invisible el elefante catalán en la habitación española?

Puigdemont es, jurídicamente, una persona en busca y captura por la justicia española. Pero, políticamente, es un símbolo. Es el personaje que representa a una parte del independentismo catalán. La parte, heredera de la antigua Convergencia, que junto con Unió, gobernó Cataluña durante décadas pero que, a partir de un momento y circunstancias que no es el caso recordar ahora, se echó al monte para convertirse en un partido-maquis que trata de combatir al invasor español. Su líder, Puigdemont, acabó en el exilio como los líderes de los movimientos de liberación de algunos países africanos. Y se ha convertido en esa lucecita de Waterloo que alumbra el independentismo catalán más auténtico, aunque convertida en pantalla de Skype para participar en videollamadas.

Si hay diputados que se inspiran en un "prófugo de la justicia", también los habrá que lo hagan en algún motivo religioso o en alguna creencia. Y, seguramente la mayoría, en las órdenes que les den en sus respectivos partidos. Cada cual lo hará en lo que mejor les parezca. Pero todos, todos, están representado a españoles que les han elegido. De forma legítima.

Sin embargo, la nostalgia de los días de vino, rosas y poder debe de embargar a parte de esa parte que ve, además, cómo Esquerra, que no cogieron el camino del monte, disfrutan de los coches oficiales con parking en la plaza de San Jaume que dejaron vacantes los antiguos convergentes. Por eso, no está tan claro que cualquier decisión de Puigdemont sea seguida acríticamente por los siete diputados de Junts en el Congreso. Si su voto se ha convertido en relevante, si pueden hacerlo valer y si, con ello, pueden competir, con ventaja, con ERC para recuperar su hegemonía en la política catalana, no van a desaprovechar esa ocasión. Denles un punto de apoyo, en forma de "hechos comprobables", y moverán su mundo, el catalán.

Pero, la Constitución, y el Tribunal Constitucional, la ley, en definitiva, suponen un cauce para algunas decisiones y una barrera para otras, por lo que la voluntad política deberá tener en cuenta las posibilidades reales de cualquier acuerdo que trate de resolver o simplemente, como se está diciendo ahora, resetear la cuestión catalana.

En cualquier caso, todo eso apunta a un cierto barajar las cartas para ver si se puede tener una mejor jugada. En el otro lado de la mesa se juega con una mano fija, la del artículo 155, incluso, si es preciso, reforzado. Por eso nadie, excepto la derecha más inmovilista, minoritaria en el Congreso, da por ganadora esa jugada. Aunque Núñez Feijóo, inasequible al desaliento, y cual gallo de Morón, parezca seguir cacareando su victoria ante las puertas del Palacio de la Zarzuela.

Avanzada la sesión del Congreso, mientras sonaba la letanía de nombres de diputados y diputadas para que votaran el resto de la Mesa, de fondo, por detrás de la voz de la diputada más joven de la cámara, podía oírse con claridad unos ecos que venían de la cercana calle Génova clamando Ayuso, Ayuso, Ayuso.

Pero, esa, es otra historia.

Adiós Bildu, hola Puigdemont