sábado. 27.04.2024

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De 2024 es el libro Las raíces de un cáncer: historia y memoria de la primera ETA (1959-1973), escrito por los historiadores Gaizka Fernández Soldevilla y Santiago de Pablo, un eslabón más en la inagotable carrera de la Historia por esclarecer la terrible experiencia que supuso la actividad terrorista vasca.

“Este libro se acerca a la historia de los primeros años de ETA, los menos conocidos, desde su nacimiento en 1959 hasta el asesinato en Madrid del presidente del Gobierno franquista, el almirante Luis Carrero Blanco, en 1973, casi al final de la dictadura. En él se recopilan una serie de artículos escritos en los últimos años por cada uno de los dos autores en revistas académicas o en publicaciones de difícil acceso, que de este modo se ponen a disposición de un público más amplio. Además, hemos revisado a fondo los textos, actualizando y ampliando no solo la bibliografía y las fuentes sino también, cuando ha sido preciso, los contenidos y el enfoque”.

Al leer el volumen agradecemos que por fin se aclare la fecha de la fundación de ETA, asunto este al que se dedica el exhaustivo capítulo primero y sus 25 páginas. ETA nacería del deseo de un joven nacionalismo vasco por desmarcarse tanto de la inanidad del Partido Nacionalista Vasco (PNV) frente a la dictadura de Franco como de los propios intentos del PNV por fagocitarlo. Esta es la que los autores llaman “la mayor ruptura de la historia del nacionalismo vasco”.

“Conocer con total certeza el día exacto en que se fundó ETA es, a día de hoy, imposible, debido a que se trataba de una organización clandestina, a la escasez de documentación y a la volatilidad de los recuerdos. Con el paso del tiempo, sin embargo, la investigación histórica debe basarse en las fuentes disponibles, analizando su fiabilidad y contrastando unas con otras, tal y como hemos hecho a lo largo de este capítulo”.

La organización terrorista vasca se fundó en julio de 1959, antes del día 17: merece mucho la pena tener presente la cronología de los inicios de ETA con que se cierra ese capítulo inaugural y que ocupa tres páginas.

A las primeras acciones de ETA, que comenzó su actividad violenta en octubre de 1959, aunque no cometió su primer crimen hasta el año 68, se dedica el segundo capítulo de un libro ahondador en la interesantísima labor historiográfica que ya halagué más arriba.

ETA y su entorno, sus herederos y cómplices, consideraron, consideran todavía, que “ganando la batalla de la memoria habremos ganado todas”, como afirmara José Mari Esparza Zabalegi, director de la editorial Txalaparta, vocera historiográfica del terrorismo nacionalista vasco. Por eso, libros como éste, insisto, son tan necesarios ahora que se habla tanto de ganar la batalla del relato, sobre todo por parte de quienes desprecian absolutamente el trabajo de los historiadores. Porque, como afirman Fernández Soldevilla y De Pablo, “el relato del propagandista no es el mismo que el del historiador”.

“El conflicto es la forma con la que la izquierda abertzale denomina a su narrativa histórica: una contienda étnica en la que los invasores españoles y los invadidos vascos llevarían enzarzados desde hace centurias, o incluso milenios. Con el fin de que puedan encajar en tal tesis, el revisionismo abertzale ha elaborado diferentes episodios históricos que son presentados como eslabones de una misma cadena o, por decirlo de otro modo, partes de un gran ciclo épico cuyo mínimo común denominador es la agresión foránea desde los aquitanos que habrían intentado parar el avance de las legiones de Julio César en el siglo primero antes de Cristo hasta el terrorismo de ETA, pasando por las guerras carlistas del siglo XIX y la civil del XX”.

debelar los ejemplos paradigmáticos de la alteración e instrumentalización de la historia con fines políticos que lleva a cabo dicha izquierda abertzale se dedica el volumen del que vengo hablando.

En los años en que ETA comenzaba su andadura, últimos de la década de 1950 y los de la década siguiente, la oposición al franquismo que había surgido en el interior de España, con su propia estrategia y con menos lastres heredados del pasado, tomaba el relevo al antifranquismo exiliado: sindicatos clandestinos, movimientos sociales, nuevos partidos políticos….

“Es cierto que las protestas, las huelgas o las manifestaciones tampoco derribaron al régimen, pero lo fueron debilitando y a la postre contribuyeron a poner las bases sobre las que en 1977 se restauraría la democracia parlamentaria. Por supuesto, hubo excepciones, como ETA”.

ETA, que al igual que otras organizaciones escogería el terrorismo como estrategia para conseguir sus objetivos. 

“Es innegable que tal decisión se tomó bajo la influencia de unas circunstancias concretas, pero hay que descartar el determinismo histórico, la mera contextualización o las teorías monocausales: los líderes del grupo optaron por este tipo de violencia libre y conscientemente, tras desechar otras alternativas. Lo cierto es que existieron otras vías, como demuestra la trayectoria política pacífica del grueso del nacionalismo vasco, así como la de la absoluta mayoría de las fuerzas de la oposición antifranquista”.

El terrorismo de ETA y de los otros grupos que, en mucha menor medida, también lo ejercieron, no fue la norma. Fue una excepción.

Es de especial interés el capítulo titulado ‘El franquismo ante el proceso de Burgos’, cuyas 35 páginas demuestran que se trató de un auténtico hito de la lucha antifranquista, de tal manera que el resultado de aquel juicio fue una derrota moral y política para el régimen de Franco, ya que casi nadie vio a los procesados como unos separatistas en lucha contra España, sino a unos heroicos luchadores contra una dictadura brutal: la batalla informativa internacional acabó perdiéndola el régimen franquista.

Cuando el Consejo de Ministros franquista decidió conmutar las penas y ejercer el derecho de gracia, lo justificó mediante un acta que entre otras cosas decía:

Unánimemente se estimó que el régimen es lo suficientemente fuerte como para que pueda permitirse hacer lo que juzgue más conveniente para la utilidad pública y los supremos intereses de España. En este momento fue parecer general que, tras la justicia, la clemencia era la fórmula más adecuada a fin de evitar caer en la trampa tendida por el enemigo, orientada a crear mártires. Para exterminar a la ETA se juzgó que lo más útil, aunque de momento pudiera parecer no comprensible, era conceder el indulto de todas las sentencias.

Una ejecución ahora magnificaría más que dañaría a la ETA”.

En aquel año 1970, cuando ETA estaba desorientada y dividida en dos, recibió “un capital simbólico político” acumulado durante aquel proceso de Burgos y también gracias a la brutal represión posterior, de tal manera que una parte de la ciudadanía vasca, especialmente la nacionalista, “se vio subyugada por el mito de ETA”. Apareció todo un sector social que veía a ETA como una especie de mesías armado, como diría el antropólogo Joseba Zulaika. 

“Mientras tanto, las víctimas del terrorismo eran identificadas con el régimen. Aquella inercia perduró en algunos ámbitos mucho más allá de la muerte de Franco”.

Otros asuntos tratados en Las raíces de un cáncer son el asesinato de Carrero Blanco o el “estudio de la situación de los sitios concretos donde tuvieron lugar las muertes provocadas por el terrorismo vasco”, que cierra el libro.

“La marcación de los lugares del crimen de la violencia política vasca es inseparable del combate memorial que aún sigue existiendo tras el final de ETA: mientras algunos partidos quieren preservar su recuerdo, los que en el pasado han estado vinculados al terrorismo no están interesados en la memoria de las víctimas de ETA, o al menos pretenden que su eliminación se enmarque en un conflicto de igual a igual entre el Estado español y ETA. Ello explica que, mientras el paraje donde cayeron algunas víctimas se ha marcado y convertido en un lieu de mémoire, otros permanezcan vacíos cayendo por completo en el olvido. La diferencia entre los lugares donde murieron Pardines y Xavi (guardia civil y miembro de ETA, respectivamente) el mismo día en un lejano junio de 1968, separados el uno del otro por 12 km, es muy significativa: mientras el de Pardines está vacío, el de Echebarrieta se ha convertido en un espacio de glorificación del héroe caído”.

Y ahí es donde los historiadores parece que comenzamos a perder la dichosa batalla por el relato ante los propagandistas ideologizados, pese a libros como el de Fernández Soldevilla y De Pablo.

Las raíces de un cáncer llamado ETA (en un libro de Fernández Soldevilla y Santiago de...